domingo, 8 de mayo de 2022

CÓMO NO TE VOY A QUERER

 

CÓMO NO TE VOY A QUERER

QUICOPURRIÑOS

          Hoy es  6 de mayo. En la mañana recibo un wattsapp que me reenvía mi hermano Suso, que comenzaba con un….” Hola, soy Jesús, tu Jefe de Estudios en el Luther King” Y seguidamente recordaba que se cumplían cincuenta años de su inauguración. Cincuenta, casi nada. Y yo formé parte de esos alumnos fundadores allá por el curso 1971-1972. Todo era nuevo para los que estrenábamos aquel colegio a medio hacer. Nueva la experiencia de un colegio mixto, aunque las niñas pocas eran. En mi clase, si la memoria no me falla, cuatro: Antonieta, Miriam, Olga y la siempre recordada Pili Caballero, aunque en los siguientes cursos la cosa empezó a nivelarse. Pero en ese primer año, esas cuatro niñas rodeadas por más de treinta y seis varones con las hormonas disparadas, se convirtieron en un abrir y cerrar de boca en nuestras hermanas, con las que nos metíamos, pero que no permitíamos que otros les faltaran el respeto. Y, recordando esos primeros días, como si ahora mismo estuviera pasando, llegó el volcán ,pero no este, el del pasado septiembre, sino el Teneguía, en Fuencaliente, en La Palma también. Y de la noche a la mañana,

 aquellos locos que recién comenzaban a dirigir, con más ilusión que otra cosa, un Colegio que pretendía ser novedoso en todo, montó un viaje exprés a la isla bonita para que sus alumnos viéramos  como salía lava desde una montaña pegada al mar, embarcándonos en un correíllo donde casi tocabas el mar con la mano, en el que pudimos sentir al navegar, lo mismo que sentirían los osados que acompañaron a Colón en su viaje hacia Las Indias, pues mucha diferencia no habría entre las Carabelas y el Santa María aquél en que nos embarcaron. Pero sobrevivimos a la experiencia. Y después habrían, no una, sino muchas vivencias más. Esas que te acompañan de por vida. Y es que, de la mano de Adolfo y Zoraida, de Antonio y de Alvaro y de Jesús, eterno Jefe de Estudios, entraron en nuestros corazones, para quedarse siempre, profesores, imberbes entonces, pero que nos han marcado y dejado huella. Me olvido seguro de muchos, pero me vienen a la memoria  Isabel Duque y su marido Antonio, Harrys, magnifico profesor de inglés, Luís Nobrega, en química y un apasionado de la fotografía. Al Padre Adán, al que le hicimos dar un responso por una paloma que se coló y fue a morir en nuestra aula, haciéndole ver que era nuestra mascota. Y él, con su sentido del humor, siguió la broma. Y a Pedro Maestre con el que, sin ir más lejos, coincidí hace unos días en el restaurante de mi hermano Suso pues estaba celebrando con su familia sus 72 cumpleaños. O a  Pepe Cabrera, que me suspendió en Gimnasia y a Fela Luque  que también lo hizo, con toda razón,  en dibujo, cuando estaba claro que mis pasos no iban dirigidos hacia la arquitectura. Ya licenciado yo, paseando un día por la Laguna, saludé a Fela y le dije: Tú no te acordarás, pero, ¿ porqué me suspendiste en dibujo?, pues aunque estaba claro que era un matado para eso de hacer líneas también era notorio que  para ingeniero no iba y me sorprendió con un….. pues Quico…, claro que me acuerdo y hoy no te hubiera suspendido, pero, comprende, era mi primer año. Y pasados los años  Pepe Cabrera me vino a buscar y le llevé un juicio, luego, rencor  ninguno, a ninguno de los dos. Pero si la magia existe, esa se llama Ponciano de León, “Tito”. Que me diera clase entonces y que a día de hoy nos sigamos wsapeando, eso es magia. Entonces fue mi profesor y después, cuando ya no recibía sus clases, se convirtió en el maestro que vela por su discípulo, me enseñó lo que estaba en los libros, pero lo más importante, me enseñó a ser persona, y luego me cuidó, y aunque hoy ya pico edad para jubilarme, me sigue cuidando.

          Y fue ese Colegio, que venía a cambiarlo todo, refugio de personas que no pensaban como los cánones de la época pretendían, pues mirar a la izquierda no solo era peligroso, sino además perseguido. Y por ello cómo  poder olvidar a Don Mauro y a Don César, con el Don delante a los dos, que un respetito es muy bonito.

          En momentos como este, de recordar esa experiencia inigualable que fueron los tres cursos que estuve en ese recién estrenado centro escolar, forzosamente me acuerdo con cariño de tantos compañeros  de patio a los que el de la guadaña llamó antes de tiempo. Unos se fueron por culpa de enfermedades como el cáncer, otros por accidentes de tráfico y otros también víctimas de las consecuencias de otros tráficos. Pero si a uno siempre tengo presente, por lo que luchó frente a la adversidad, por lo mucho que nos enseñó a aferrarnos a la vida, a pelear contra la quimio y la radio, contra o con  la bomba de cobalto o al tratamiento que fuera, ese es Chanito Hurtado Zamorano y su arma: su eterna sonrisa y sentido del humor, que  Chano se iría cuando él quisiera, no cuando  el cáncer lo reclamara, decía y decíamos los que le queríamos. Y así fue. Cuántas veces, acompañados de compañeros de colegio, pasamos de visita por una habitación de hospital o por su casa junto al Club de Golf a despedirnos y cuántas veces nos decía adiós su inseparable y querida Ana con un  que no, que esta vez no, que  tampoco, que se ha  recuperado. ¡Chanito, que eso no es serio! le escribí en más de una ocasión. Que ya te teníamos hasta el sermón preparado o un epitafio a tu medida y tu otra vez en forma, dale que te pego, riendo y haciendo reír, al frente de ese entrañable restaurante en el que se paraba el tiempo, aunque lleno de relojes estaba y al que mejor nombre no pudiste ponerle: “El Bisoñé”, en clara referencia a tu eterna calva. Pues la fortuna, el honor  de haberte conocido, se lo debo al Luther King, nuestro Luther, donde coincidimos desde su apertura y nos convirtió en inseparables. Siempre me acuerdo de ti  irremplazable Chano.

          Tampoco es casualidad el que tenga un grupo, mi otra familia, que, en nuestro perfil de watssap, se llame “Luther The Best” por el que raro es el día en que no nos escribamos algo. Y estamos, desde hace años, tantos que se me hace difícil recordar cuántos,  en contacto  Arancha Artal,  Pepe Mascarell,  Antonio Corona, Puchi, mi “Srta Hamilton”, Jorgito Rodríguez “El Potaje”, “el Sacamuelas” de  Ibrahim Trujillo y la eternamente despistada Antonieta Campos, mi güimarera favorita. La de viajes que hemos compartidos los ocho en estos últimos años y jamás hemos discutido por nada; hablado sí y mucho, pero enfrentarnos nunca. Será acaso porque el Luther, entre otras cosas, nos enseñó a escuchar, a respetar la opinión de los demás, en suma, a ser tolerantes. Pensándolo bien, sí, el Luther es el culpable de eso.

          También es responsable el Luther, pues desde entonces nos conocemos, de que comparta  con mi amigo y socio Ricardo Gil Casanova, una ilusión, un proyecto común, una empresa empeñada en “ordeñar las nubes”, en obtener gota a gota, agua para beber, agua para reforestar, agua para tantas cosas, agua, agua, agua, que es fuente de vida.

          No quiero terminar este repaso sin mencionar a mi primera novia. Sentados en el mismo banco, día a día, pues claro, no solo compartíamos los diccionarios de latín y griego, sino que me dio mi primer beso, “mojado” como dijera Dustin Hofman en “Rain Man”. Sí, ese beso que nunca se olvida fue de Cristina Melchor Ferrer, Cris o Cristinita que estudiaría luego medicina y se marchó a vivir a Londres, donde ejerce como médico desde hace más de treinta años, casada con un médico catalán de nombre “Fausto”. Después de tantos años, en febrero pasado, compartimos  los tres cena en “El Restaurante La Bruma”, ese lugar precioso de la c/ Alberto Einstein en  La Laguna, donde se come de maravilla y que causalmente lleva mi hermano Suso y su mujer Ligia. Habían pasado cuarenta años sin vernos, aunque por wsapp sí que nos habíamos reencontrado hace unos cuantos ya, y fueron unos momentos irrepetibles, recordando los años de colegio, con ese cariño que solo puede  perdurar  entre los que se sentaron en un mismo banco,  los que compartieron la misma aula  cuando apenas tenías que afeitarte pues todavía no habías terminado de crecer.

          Y es que si el Luther algo nos dio, si es que de algo aquellos osados aventureros que iniciaron eso grande que han creado pueden estar orgullosos, es de haber sido y seguir siendo  una fábrica de formar buenas personas.

          A la Familia “Luther King”, ¡felices cincuenta y a por el Centenario!.

          Entiendes ahora el  porqué  lo,  de,  el “Cómo no te voy a querer”.

                              Santa Cruz de Tenerife, 6 de mayo de 2022

                                                                                       quicopurriños

                   

No hay comentarios:

Publicar un comentario