TONTERÍA INTENSIVA
ANÍBAL MALVAR
El líder del PP,
Pablo Casado, visita una granja en la localidad de Lleida. David Mudarra / PP
La máquina del ruido no cesa ni en vacaciones. Qué hartazgo. La polémica política estúpida de la semana le ha tocado al ministro de Consumo, Alberto Garzón, por insinuar algo tan obvio como que la ganadería intensiva es nociva para los animales y los humanos. Inmediatamente han salido los patriotas de toda la vida, esos que acostumbran a tener cuentas opacas en Suiza, a gritar que el ministro comunista es un antiespañol que quiere fulminar nuestra industria ganadera y encerrar a los empresarios más honrados y píos en granjas porcinas. Es el nivel dialéctico de parte de nuestra derecha, capaz de reírle a Isabel Díaz Ayuso su amor por los atascos y los humos de Madrid mientras todos los años mueren madrileños a causa de la contaminación (es la ciudad europea con más muertes por este motivo). Por poner solo un liviano ejemplo.
No hace mucho,
Garzón se vio implicado en otra polémica por defender el control sobre bebidas
energéticas y refrescos para reducir la obesidad infantil. Algo en lo que
coinciden todos los científicos del mundo menos los que asesoran al PP
(recordemos al primo de Rajoy que negaba el cambio climático mirando los cielos
de Sevilla, o el reciente discurso de Pablo Casado en el que denostaba la
energía solar porque cree que con ella de noche no va a tener luz: cualquier
día proponen a Paz Padilla como ministra de Sanidad).
Lo cierto es que
estas infatigables sandeces con las que el PP ataca al gobierno actual no le
pasan factura electoral ni intelectual. Uno incluso sospecha que hay votantes a
los que les pone que los traten de tontos. Hoy los tenemos a todos
manifestándose en las granjas de pollos para defender su hacinamiento e
insalubridad.
No digo yo que
nuestros dirigentes de izquierdas habiten cotidianamente el Parnaso y hablen en
soneto, pues zafios y torpes hay en todo el espectro ideológico. Pero este
impúdico no pensar de la oposición entristece y aterra. Si nos atenemos a lo
que dicen, cuando vuelvan a gobernar fomentarán aun más el maltrato animal, la
alimentación insalubre, la obesidad de los niños, el CO2 de la atmósfera y una
ablación de lengua generalizada para todos los catalanes.
He oído por ahí que
varios diputados y senadores ya están estudiando la posibilidad de implementar
una especie de detector de mentiras que anule los bulos que cada día sueltan en
el Congreso nuestras derechistas señorías, y que luego sus altavoces mediáticos
difunden con zangolotina liviandad. Yo creo que sería más rentable instalar un
detector de sandeces, pues suelen hacer más daño que la mentira. La sandez, por
ejemplo, de que Felipe VI no conocía las andanzas monetarias y falderas de
papá. Pero así vamos construyendo España, y de momento no se hunde en el
Atlántico.
La mezcla de
catastrofismo y ruido es la estrategia que están siguiendo las derechas más
montunas, sobre todo desde que observaron cómo Donald Trump, sustentado en la
más absoluta indigencia intelectual, logró colocarse como el hombre más
influyente del mundo. Y parece que el fenómeno no tiene reversión posible.
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