UNA MONARQUÍA MUY POCO DEMOCRÁTICA
Cada vez que
Felipe VI interviene en política, invierte las reglas de la democracia, y lo
hace para beneficiar a los mismos: a esas fuerzas vivas que controlan España
desde la puerta de atrás
JOAQUÍN
URÍAS
El rey Felipe VI
recibe a Alberto Núñez Feijóo en la ronda de consultas para la propuesta de
investidura. / Casa de S.M. el Rey
Alberto Núñez Feijóo va a intentar formar gobierno. No porque le corresponda constitucionalmente, sino porque así lo ha querido el rey.
La presidenta del Congreso, Francina Armengol, nos ha hecho saber que el rey, por su cuenta y riesgo, y sin su previo consentimiento, ha decidido imponernos a todos los españoles lo que más le conviene a los partidos de derecha. De hecho, la presidenta del Congreso, que es quien debería haber tomado esa decisión, ha dicho que desconocía las razones y que esperásemos a que el monarca publicara un comunicado. Al parecer ha refrendado la decisión política del rey sin saber siquiera sus motivos. La autoridad democrática más alta emanada de las últimas elecciones en este momento ha demostrado ser buena vasalla.
El comunicado de la
Casa Real, publicado un buen rato después, es un ejercicio cutre de palabrería
vacía propia de un trilero. Dice la Casa del Rey que hay una costumbre de
encargar formar gobierno al partido más votado… aunque alguna vez ha habido
excepciones. Por tanto, no es una costumbre obligatoria. De hecho, puede
convertirse en una costumbre claramente inconstitucional porque si alguien que
no es el más votado reúne apoyos suficientes desde el primer día sería
flagrantemente inconstitucional que no intentara inmediatamente su investidura.
El rey lo sabe y el comunicado borda el ridículo cuando dice que a día de hoy
no se dan las condiciones para saltarse esa supuesta costumbre. Luego la razón
real no es la costumbre, sino que, al no haber una mayoría clara de apoyo a
otro candidato, él quiere echarle una mano a Feijóo. Y tan pancho. Que para eso
sigue siendo el rey.
La Constitución no
establece un plazo para encargar a alguien que intente la investidura. Tras la
ronda de consultas, se podía esperar a que alguien reuniera una mayoría de
apoyos o a que se demostrara como imposible para encargarle a nadie que
intentara formar gobierno. Eso habría sido lo más razonable
constitucionalmente. Pero parece que al rey, no a la presidenta del Congreso,
sino al rey, no le apetecía. Algún partido político le había recordado estos
días al propio monarca la conveniencia de no encargar gobierno a nadie hasta que
se sepa quien puede reunir apoyos suficientes. Pero Felipe VI ha decidido que
prefiere hacer política. Y como siempre, a favor de la derecha. Y sin
presentarse a las elecciones.
Desde que Felipe
accedió al poder ha hecho todo lo posible por recuperar poder ejecutivo
Durante la
elaboración de la Constitución, el rey Juan Carlos presionó en público y en
privado para tener poderes ejecutivos. Los razonables constituyentes de 1978 no
se los dieron. Dibujaron un Jefe de Estado con un papel exclusivamente representativo.
Un símbolo que formalmente no tiene casi ni capacidad jurídica. Los actos del
rey, todos menos los privados, carecen de validez sin el refrendo de un
representante democrático. Lo dice literalmente la Constitución. Pero también
dice que la responsable política del encargo de formar gobierno es la
presidenta de las Cortes, de donde se deduce que sólo ella puede tomar esa
decisión cuando no sea puramente formal.
Pero lo que diga la
Constitución al parecer da igual. Durante el reinado de Juan Carlos se respetó
la letra de la norma suprema y el monarca utilizó su influencia de manera
informal. Desde que Felipe accedió al poder, tras la abdicación de su corrupto
padre, que utilizó la Corona para enriquecerse ilícitamente, ha hecho todo lo
posible por recuperar poder ejecutivo. Por la vía de los hechos, porque el
texto constitucional no ha cambiado. En esa tarea lo apoya gran parte de los
poderes fácticos y algunos teóricos, que estos días han llegado a escribir que
el refrendo de sus actos es obligatorio. El encargo de gobierno a Feijóo no es
constitucionalmente razonable. No parece dirigido a formar gobierno, que es el
fin de la investidura del artículo 99 de la Constitución. Parece que el rey lo
ha decidido para reforzar el liderazgo del líder popular o para acercar la
convocatoria de nuevas elecciones reduciendo el tiempo de negociación del que
dispone Sánchez. Ninguna de esas finalidades le corresponden. Porque él no es
político. Alguien debería hacerle un tatuaje a Felipe de Borbón que le recordara
cada día “tú no eres político, porque no te presentas a las elecciones”. En su
defecto, los partidos deberían exigirle que vuelva a su papel o se vaya. Para
siempre.
Vox sueña con un
rey tan poderoso como quería Franco. Y el PSOE y Sumar le hacen el juego a la
derecha
No va a pasar. Ni
siquiera Sumar va a pedir la abdicación del rey Felipe IV. Las fuerzas
“progresistas” se van a tragar esta nueva humillación del monarca. No se van a
atrever, no ya a pedir la república, sino ni siquiera a criticar el borbonazo.
Y se equivocan. Por algo, quien más apoya al rey para que asuma funciones
ejecutivas es la ultraderecha. Vox sueña con un rey tan poderoso como quería
Franco. Y el PSOE y Sumar le hacen el juego a la derecha tragándose sin
rechistar los excesos reales.
Eso es así porque
el rey representa la constitución material del país tal y como era en 1978, y
se encarga de que lo siga siendo a día de hoy. La constitución material de un
país son las fuerzas que fácticamente tienen poder en la sociedad: grandes
empresarios, ejército, jerarquía católica, altos jueces… aquellos que manden en
la sombra. Cada vez que Felipe de Borbón interviene en política y –dada su
evidente falta de respaldo popular– invierte las reglas de la democracia, lo
hace para beneficiar a los mismos: a esas fuerzas vivas que controlan España
desde la puerta de atrás. Ya antes, este monarca ha mostrado en público su
apoyo a corruptos y su desprecio por las clases populares. Entre otras cosas,
en 2017 insultó gravemente a los votantes independentistas. Más tarde llamó al
presidente del CGPJ, en mitad de un acto, para atacar directamente al Gobierno
progresista. Ahora le hace el juego a la derecha, a pesar de que no tiene
apoyos parlamentarios suficientes.
La monarquía es
compatible con la democracia. Muchas de las democracias más avanzadas del mundo
son monarquías. Pero eso solo es posible con dos condiciones: que el rey
represente a toda la nación, ayudando a su unidad; y que no tome decisiones
políticas, reservadas a los representantes democráticos. La primera era un reto
difícil para una institución que más que con la historia legendaria se conecta
con un dictador fascista que se saltó el orden dinástico y decidió quién debía
reinar a su muerte. Las tomas de posición ideológica y los gestos del rey que
lo han alejado de la España más progresista han terminado de dañar su imagen
como representante de todos. La acción política de Felipe VI en momentos como
el actual está terminando por hacer incompatible su reinado con un sistema
democrático. Es posible una democracia con rey, pero no lo parece con este rey,
que una vez más se ha salido de su papel constitucional. ¿Hasta cuándo vamos a
permitirle abusar de nuestra democracia?
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