¿DÓNDE ESTÁN LOS HOMBRES?
Poner el foco en la víctima es perverso y tramposo. Son los hombres los que tienen que dar un paso adelante y declarar su adhesión a Jenni Hermoso y su condena a la agresión cometida por Rubiales
ADRIANA
T.
Ivana Andrés,
capitana de la Selección, durante su desembarco en Barajas, en compañía del
entrenador Jorge Vilda y el todavía presidente de la RFEF, Luis Rubiales. /
RFEF
No ha bastado con que las mujeres hayan demostrado un coraje inusitado para pelear por un título mundial en un deporte absolutamente masculinizado en el peor sentido de la palabra. No valía con que se abran paso por encima de las burlas, del desprecio, de los “esto no es para ti” y los “adónde te crees que vas con un balón, marimacho”. No ha sido suficiente con que hayan podido sobreponerse a un entrenador con el que no había ningún entendimiento –y muchas empezamos a intuir el motivo de esa falta de entendimiento–. Ahora también se les está exigiendo una heroicidad fuera de toda medida, y se hace del modo más perverso posible: señalando a la víctima de una agresión en lugar de al culpable de cometerla. Exigir el pronunciamiento de Hermoso acerca de la violencia que sufrió es un modo especialmente infame de lavarse las manos y dejar sola a una mujer frente a un agresor rico y –ya lo estamos viendo con su negativa a dimitir después de tres días– muy poderoso.
La vuelta al cole
ya se deja sentir en los comercios, y las mujeres deberíamos estar estos días
acudiendo en masa a las papelerías para comprar cuadernos y bolígrafos. No para
equiparnos de cara al nuevo curso académico, sino para tomar notas con
profusión sobre lo que están haciendo los hombres de nuestro alrededor y, sobre
todo, los hombres poderosos.
Cada hombre con
poder e influencia dentro del mundo del fútbol o del deporte, cada futbolista
multimillonario retirado o en activo, cada entrenador de esos que construyen o
defenestran mitos y leyendas, cada empresa patrocinadora con una facturación de
cientos o miles de millones de euros anuales, cada seleccionador, cada dueño o
presidente de club, cada político –especialmente si tiene algún carguito–, cada
director de un gran medio de comunicación que no se pronuncia de manera clara y
contundente para condenar el deleznable comportamiento de Rubiales y exigir su
cese con efecto inmediato es directamente cómplice de la agresión que este
cometió.
Llegados al punto
al que hemos llegado, cualquiera que abogue por preguntar a una jugadora de
fútbol –que debería estar feliz y tranquila celebrando su gran gesta deportiva–
si perdona o no perdona a su jefe, si se sintió o no se sintió agredida,
cualquiera que pretenda poner el foco y la presión en ella en lugar de en su
agresor, es cómplice de su victimario.
Cada hombre que no
se posiciona, de hecho, está tomando partido por el agresor
Nos ha quedado ya
bien claro a todas que los hombres tienen un poder omnímodo para toquetearnos,
besarnos sin nuestro consentimiento y ultrajarnos en público, aparentemente sin
consecuencias. Hemos sido testigos de cómo las felicitaciones y las muestras de
cariño y orgullo se diluyen con rapidez cuando hay que salir en bloque a
defender a la víctima de una agresión. Cada hombre que no se posiciona, de
hecho, está tomando partido por el agresor.
Muchos de los señores
que habitualmente no se callan ni debajo del agua se encuentran ahora
inusualmente muditos. ¿Dónde están todos esos tipos que nunca nos dejan tomar
la palabra, que siempre nos interrumpen, que se arrogan el derecho –y casi el
deber– de hablar en nuestro nombre? De repente se han parapetado tras la
víctima de una agresión por parte de un hombre adinerado y poderoso para decir
que tiene que ser ella la que hable. Hermoso ya habló, cuando todavía no era
consciente del tremendo revuelo que se iba a formar, y fue muy clara: “¿Pero
qué hago yo? No me ha gustado, eh”. Su voluntad ya ha quedado firmemente
expresada. Las jugadoras de la Selección ya han demostrado tener más agallas
que nadie jugando en un micromundo ultramachista que nunca les ha dado ni la décima
parte de las facilidades que les dan a sus homólogos masculinos. Seguir
exigiéndoles más a ellas es un acto de cobardía intolerable.
Más les vale tener
presente a todos esos gallitos repentinamente mudos que si pretenden seguir
amedrentando a las mujeres basculando toda la presión hacia ellas, quizá las
mujeres terminemos saliendo a hablar en manada. Tal vez sigamos sin tener ni el
dinero ni el poder que tienen ellos, pero nuestro coraje lleva siglos
impulsándonos, y los tiempos en los que nos podían hacer callar cada vez están
más lejanos. Tomemos nota de quién habla y quién calla estos días. Nosotras
vamos a defendernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario