jueves, 24 de agosto de 2023

¿DÓNDE ESTÁN LOS HOMBRES?

 

¿DÓNDE ESTÁN LOS HOMBRES?

Poner el foco en la víctima es perverso y tramposo. Son los hombres los que tienen que dar un paso adelante y declarar su adhesión a Jenni Hermoso y su condena a la agresión cometida por Rubiales

ADRIANA T.

Ivana Andrés, capitana de la Selección, durante su desembarco en Barajas, en compañía del entrenador Jorge Vilda y el todavía presidente de la RFEF, Luis Rubiales. / RFEF

No ha bastado con que las mujeres hayan demostrado un coraje inusitado para pelear por un título mundial en un deporte absolutamente masculinizado en el peor sentido de la palabra. No valía con que se abran paso por encima de las burlas, del desprecio, de los “esto no es para ti” y los “adónde te crees que vas con un balón, marimacho”. No ha sido suficiente con que hayan podido sobreponerse a un entrenador con el que no había ningún entendimiento –y muchas empezamos a intuir el motivo de esa falta de entendimiento–. Ahora también se les está exigiendo una heroicidad fuera de toda medida, y se hace del modo más perverso posible: señalando a la víctima de una agresión en lugar de al culpable de cometerla. Exigir el pronunciamiento de Hermoso acerca de la violencia que sufrió es un modo especialmente infame de lavarse las manos y dejar sola a una mujer frente a un agresor rico y –ya lo estamos viendo con su negativa a dimitir después de tres días– muy poderoso.

 

La vuelta al cole ya se deja sentir en los comercios, y las mujeres deberíamos estar estos días acudiendo en masa a las papelerías para comprar cuadernos y bolígrafos. No para equiparnos de cara al nuevo curso académico, sino para tomar notas con profusión sobre lo que están haciendo los hombres de nuestro alrededor y, sobre todo, los hombres poderosos.

 

Cada hombre con poder e influencia dentro del mundo del fútbol o del deporte, cada futbolista multimillonario retirado o en activo, cada entrenador de esos que construyen o defenestran mitos y leyendas, cada empresa patrocinadora con una facturación de cientos o miles de millones de euros anuales, cada seleccionador, cada dueño o presidente de club, cada político –especialmente si tiene algún carguito–, cada director de un gran medio de comunicación que no se pronuncia de manera clara y contundente para condenar el deleznable comportamiento de Rubiales y exigir su cese con efecto inmediato es directamente cómplice de la agresión que este cometió.

 

Llegados al punto al que hemos llegado, cualquiera que abogue por preguntar a una jugadora de fútbol –que debería estar feliz y tranquila celebrando su gran gesta deportiva– si perdona o no perdona a su jefe, si se sintió o no se sintió agredida, cualquiera que pretenda poner el foco y la presión en ella en lugar de en su agresor, es cómplice de su victimario.

 

Cada hombre que no se posiciona, de hecho, está tomando partido por el agresor

 

Nos ha quedado ya bien claro a todas que los hombres tienen un poder omnímodo para toquetearnos, besarnos sin nuestro consentimiento y ultrajarnos en público, aparentemente sin consecuencias. Hemos sido testigos de cómo las felicitaciones y las muestras de cariño y orgullo se diluyen con rapidez cuando hay que salir en bloque a defender a la víctima de una agresión. Cada hombre que no se posiciona, de hecho, está tomando partido por el agresor.

 

Muchos de los señores que habitualmente no se callan ni debajo del agua se encuentran ahora inusualmente muditos. ¿Dónde están todos esos tipos que nunca nos dejan tomar la palabra, que siempre nos interrumpen, que se arrogan el derecho –y casi el deber– de hablar en nuestro nombre? De repente se han parapetado tras la víctima de una agresión por parte de un hombre adinerado y poderoso para decir que tiene que ser ella la que hable. Hermoso ya habló, cuando todavía no era consciente del tremendo revuelo que se iba a formar, y fue muy clara: “¿Pero qué hago yo? No me ha gustado, eh”. Su voluntad ya ha quedado firmemente expresada. Las jugadoras de la Selección ya han demostrado tener más agallas que nadie jugando en un micromundo ultramachista que nunca les ha dado ni la décima parte de las facilidades que les dan a sus homólogos masculinos. Seguir exigiéndoles más a ellas es un acto de cobardía intolerable.

 

Más les vale tener presente a todos esos gallitos repentinamente mudos que si pretenden seguir amedrentando a las mujeres basculando toda la presión hacia ellas, quizá las mujeres terminemos saliendo a hablar en manada. Tal vez sigamos sin tener ni el dinero ni el poder que tienen ellos, pero nuestro coraje lleva siglos impulsándonos, y los tiempos en los que nos podían hacer callar cada vez están más lejanos. Tomemos nota de quién habla y quién calla estos días. Nosotras vamos a defendernos.

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