PUEBLOS HARTOS DE LA “CLASE POLÍTICA”
PROTESTAN CON SU VOTO
MARCELO
COLUSSI.
Se dice machaconamente que “el pueblo votante es el soberano”. Absurda mentira que se nos ha impuesto a base de interminables repeticiones. Desde hace dos siglos, con el advenimiento de las llamadas “democracias” -Estados Unidos, Francia e Inglaterra tomando la delantera-, las potencias dominantes del mundo impusieron la democracia representativa como el supuesto punto máximo de desarrollo en la dimensión política de las sociedades.
Esa pretendida democracia encubre
lo más importante: es la expresión jurídico-administrativa de la sociedad
capitalista, donde unos pocos (empresarios, terratenientes, banqueros) obtienen
fabulosas ganancias a partir de la explotación del trabajo de las grandes
mayorías populares. Los pueblos, voten o no, nunca mandan. En tal sentido,
tiene absoluta vigencia lo dicho por Paul Valéry al definir “política”: “el
arte de hacer creer a la gente que toma parte en las decisiones que le
conciernen” cuando, en verdad, no decide nada.
En el modo de producción
capitalista, como dijeran Marx y Engels, la burocracia que maneja el Estado no
es más que “el consejo de administración de la clase dirigente”. Los llamados
“políticos profesionales” constituyen ese grupo que trabaja para que todo siga
igual, para que las leyes normalicen/naturalicen la explotación, y que la
protesta -cuando alcanza cierto nivel peligroso para el sistema- sea reprimida.
Por supuesto, hay que tener
cierta capacidad especial -no necesariamente la más virtuosa, por cierto- para
querer ser un “mentiroso de profesión”, tal como es el trabajo de “político”.
Es parte de este complejo oficio -si es que así se le puede llamar- la
manipulación continua, la mentira descarada, “el arte de hacer creer a la
gente” cosas que no son. En todos los países capitalistas existentes al día de
hoy -en los socialistas no- ese grupo especial de burócratas tomadores de
decisiones, funciona como los causantes de las penurias de los pueblos. Son,
supuestamente, decisiones de esos políticos las que producen problemas
sociales, desnutrición, falta de educación, carencias varias, guerras o
contaminación intolerable.
Ahora bien: sus “decisiones” no
son, en sentido estricto, verdaderas decisiones. El sistema capitalista tiene
una lógica propia: aumentar siempre la acumulación de capital sin perder nunca
un centavo. El estamento político es el que se encarga de hacer que eso
funciona. Los verdaderos dueños del pastel no dan la cara; disfrutan su poder
económico, que se trasunta en poder político. Los burócratas que manejan los
mecanismos estatales -más allá de cierta relativa independencia que les
permiten sus puestos- no pueden ser más que administradores de los capitales a
quienes representan. Nunca las masas populares son las beneficiadas. O lo son
con cuentagotas (los planteos socialdemócratas, por ejemplo).
Esa llamada “clase política” no
es la responsable directa de nuestras miserias, de nuestras penas y carencias:
¡es el sistema imperante que ellos administran! Sucede que, en forma creciente,
ese mismo sistema hace pasar las penurias de las poblaciones como consecuencia
de las “malas actuaciones” de los políticos. Farsa total. Ejemplificando:
Estados Unidos sigue siendo una potencia independientemente de quien se siente
en la Casa Blanca, Guatemala continúa siendo un país empobrecido y con un
racismo visceral con independencia de quien ocupe el sillón presidencial, y
Argentina dejó de ser un país próspero evidenciando una tasa de pobreza
inconcebible años atrás no por “culpa” de los políticos sino por planes
globales de los grandes capitales que la transformaron en un país sojero sin
industria.
Los pueblos reaccionan ante sus
malestares -que son muchos, variados, profundos- atacando a quien tiene a la
vista. Y esa figura es el elenco gobernante de turno. Hastiados de sus males,
la población apela al voto castigo para castigar a la dirigencia, ocultándose
así la verdadera causa de los males: la estructura capitalista de fondo.
Veámoslo con dos ejemplos: Argentina y Guatemala, ambos con procesos
electorales en este momento.
Argentina: un país otrora
próspero, con un innegable avance social en todos los campos en Latinoamérica,
a partir de los planes neoliberales impulsados por el Consenso de Washington, y
cumplidos al pie de la letra por las dictaduras militares de los 70, se
empobreció de un modo brutal. Los gobiernos progresistas de Néstor Kirchner y
Cristina Fernández no pudieron revertir ese proceso (desde la legalidad
institucional capitalista ello es radicalmente imposible), y se limitaron a
administrar con un poco de mayor talante social la catástrofe. Pero los
problemas histórico-estructurales siguieron. La prédica de la derecha hizo ver
que todo ello se debía a la mala administración peronista. Sin dudas, como en
todo gobierno capitalista, hay corrupción. Pero esos hechos tramposos están en
lo humano, siempre: la transgresión es parte de nuestra dinámica (el “Hombre
nuevo” del socialismo, quizá incorruptible, por ahora no existe). Con una
pobreza que crece sin parar (cerca de 40% de la población) y un ánimo
anti-gobierno exacerbado de manera monumental por la derecha recalcitrante, el
pueblo argentino, en un acto que podría calificarse de suicida, votó en las
recientes elecciones primarias hastiado contra la desolación, creyendo que la
“casta política” es la responsable del tremendo deterioro. Eligió así un
candidato de ultra derecha (Javier Milei) que, ya presidente, solo traerá más y
más penurias a la población, pero que supo “vender” bien los espejitos de colores,
criticando acremente la “casta de políticos”. El voto castigo en este caso solo
reconforta un momento el día después de las elecciones: luego se verán las
consecuencias reales (Bolsonaro, Macri o Duque quedan cortos al lado de este
personaje: el Trump argentino, como se le designó).
Guatemala: en el centroamericano
país, cuna de una de las más grandes civilizaciones de la historia: los mayas,
la pobreza recorre su historia desde la formación del Estado moderno hace dos
siglos, manejando siempre la nación como una gran finca unas cuantas familias
no-indígenas, explotando sin misericordia a una población desorganizada y
reprimida. Eso es una constante; ahora bien: desde hace un par de
administraciones viene ocupando la institucionalidad estatal una banda mafiosa
que, moviéndose con criterios de crimen organizado al mejor estilo
delincuencial, han ido copando prácticamente todos los espacios
gubernamentales, asegurándose así una rapiña voraz. La derecha oligárquica
tradicional y la embajada de Estados Unidos -verdaderos factores de poder- la
toleran, en tanto ello no traiga recalentamientos sociales “peligrosos”. El
grado de impunidad y corrupción al que llegó este grupo es increíble. Es por
eso que la población, hastiada de estos políticos impresentables, acaba de
votar en la primera vuelta por una bocanada de aire fresco, dada por un
movimiento muy tímidamente socialdemócrata, que en todo momento se distancia de
posiciones de izquierda para no poner nerviosos a los dueños de la finca, pero
que no se presenta como corrupto.
Conclusión: en ambos casos la
masa votante manifiesta su hartazgo a través de lo que puede: el sufragio. En
un caso, pensando que con un político no-tradicional (Argentina) las cosas
podrán mejorar. En el otro, votando por un candidato que lucha contra la
corrupción (Guatemala), el pueblo expresa su esperanza de algo nuevo, que salga
de la actual impunidad reinante. Pero en ambos casos, el voto no es más que la
ilusión del cambio, la expresión del profundo descontento contra quien se supone
que es el causante del desastre que se vive. De esa manera se cambian caras,
siempre con expectativas de mejora, sin poder reconocer que los personajes
políticos cambian (y la bronca acumulada se expresa en esas válvulas de
descompresión que significa el voto-castigo), pero la situación de base no
cambia. Tal como expresara Federico Engels: “La clase poseedora impera de un
modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida no
está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de
hoy como el único posible”.
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