¿PERO QUIÉN ASESORA AL REY?
La mayor
dificultad a la que se enfrenta la monarquía no son las comisiones ilegales o
las cuentas en paraísos fiscales del padre, sino la incapacidad del hijo para
ser el rey de todos los españoles
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
Felipe VI con uniforme de gran etiqueta de Capitán
General del Ejército de Tierra.
En una famosa entrevista publicada en la revista Newsweek en abril de 1976, el rey Juan Carlos, preguntado sobre la gestión del entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, respondió que era “un desastre sin paliativos”. 45 años después, hay buenas razones para desempolvar aquella expresión y aplicársela a la Casa Real.
Los responsables de la operación “salida del rey emérito” han conseguido empeorar una situación inicial que ya era muy mala de por sí. Las sospechas fundadas sobre los negocios ilícitos de Juan Carlos I exigían una reacción, desde luego. Pero la adoptada, a mi juicio, ha sido pésima. Al abandonar España, resulta inevitable establecer una continuidad entre el rey emérito y todos los otros borbones que murieron en el exilio por los abusos cometidos o por el rechazo social que cosecharon. En la medida en que este nuevo caso refuerza la “maldición borbónica”, ¿tiene sentido pensar que no salpica al actual monarca? Tratar de salvar la figura de Felipe VI condenando a Juan Carlos I a repetir el destino de sus antepasados no hace sino abonar las dudas sobre la integridad de la dinastía.
Cuanto más
monárquica se vuelva la derecha española, menor será la legitimidad del rey en
el conjunto de la sociedad española
Que, además, se
haya permitido al rey emérito elegir los Emiratos Árabes Unidos como nueva
residencia (provisional o no, es igual) causa pasmo. No hace falta ser muy mal
pensado para sospechar que la elección del lugar puede guardar alguna relación
con futuros problemas con la justicia suiza y española. De hecho, según la
encuesta de 40db. para El País de hace un par de semanas, una mayoría de
ciudadanos (55 por ciento) se malicia que el emérito está intentando protegerse
de los jueces. Además, el 41 por ciento cree que Juan Carlos debería haberse
quedado en España, fuera de la Zarzuela (sólo el 14 por ciento aprueba la
marcha a Emiratos Árabes); y el 71 por ciento piensa que la operación no
contribuye a mejorar la reputación de la monarquía. En fin, la jugada maestra
no podría haber salido mucho peor.
El diseño fallido
de la operación “salida” parece indicar que ni Felipe VI ni los “cerebros
grises” de la Casa Real han estado muy finos al imaginar cómo reaccionaría la
opinión pública a su estrategia. El mal criterio, me temo, va más allá de la
crisis provocada por el emérito y nos pone sobre la pista de un “mal de
burbuja”, es decir, tomar decisiones sin comprender bien lo que sucede ahí
fuera. En este sentido, la mayor dificultad a la que se enfrenta la monarquía
no son las comisiones ilegales o las cuentas en paraísos fiscales del padre,
sino la incapacidad del hijo para ser el rey de todos los españoles (aunque se
habla poco de ello, el tema ha salido en tres artículos muy recomendables, los
de Jorge Urdanoz, Borja de Riquer y Lluis Orriols). Hay amplios sectores de la
ciudadanía que rechazan a Felipe VI y a la monarquía más en general. Sabemos
que la confianza en la monarquía está totalmente hundida en ciertos territorios
(Cataluña, País Vasco) y es muy baja en las generaciones más jóvenes. En la
izquierda, aunque haya división interna, son muchos quienes tienen una mala
opinión del monarca y de la institución que encarna.
No es ajeno a todo
ello que en los últimos tiempos hayamos visto una instrumentalización creciente
de la monarquía por parte de la derecha (como ha pasado con la bandera). El uso
del extemporáneo “¡viva el rey!” (grítese con los dientes cerrados y voz
gutural) en el Congreso y en actos políticos diversos son la manifestación más
superficial de ese intento de resucitar, en nombre del monarca, la
“anti-España” formada por izquierdistas y separatistas. Vox es el partido que
va más lejos en este mensaje, aunque, de forma menos exaltada, también se
detecta en el PP y en Ciudadanos.
Cuanto más
monárquica se vuelva la derecha española, menor será la legitimidad del rey en
el conjunto de la sociedad española. Baste un ejemplo: en un artículo glosando
las virtudes de la destituida Cayetana Álvarez de Toledo, Mario Vargas Llosa
afirmaba abiertamente que la línea política que defiende la política del PP con
respecto a Cataluña es “aquello mismo que Felipe VI había defendido con tanta
lucidez en su discurso” (el del 3 de octubre del 2017). Identificar al rey con
las tesis excluyentes de Álvarez de Toledo es la manera más eficaz y expeditiva
de reducir a Felipe VI al rey de los españoles de derechas.
Identificar al rey
con las tesis excluyentes de Álvarez de Toledo es la manera más eficaz y expeditiva
de reducir a Felipe VI al rey de los españoles de derechas
Esta especie de
“apropiación ideológica” de la monarquía debería ser el principal motivo de
preocupación para el rey y la Casa Real. Erosiona más la legitimidad de la
institución que cualquier ataque que provenga de las izquierdas. Sin embargo,
Felipe VI no ha hecho mucho para distanciarse de estos “apropiadores”. Su padre
tuvo la astucia de ganarse al PSOE de Felipe González desde los inicios de la
democracia, consiguiendo de esta manera un apoyo transversal en la sociedad. En
cambio, el discurso de Felipe VI del 3 de octubre fue un discurso de parte, no
de reconciliación, y sirvió para dar alas a un nacionalismo español que ha
convertido al rey en un elemento esencial de la españolidad. Cuando en el otoño
del 2017 se planteó un conflicto grave entre el principio de legalidad y el
principio democrático, el rey debía haber apelado a una reconciliación y
compromiso entre ambos, a algún tipo de acuerdo entre las reglas
constitucionales y la demanda de un referéndum sobre la secesión de Cataluña.
Habría así desempeñado un cierto papel arbitral y moderador, colocándose por
encima de los intereses en juego. Pero mal asesorado, o incapaz de entender la
complejidad de la situación, optó por atender únicamente al principio de
legalidad. A partir de ese instante, no sólo perdió, probablemente por mucho
tiempo, el apoyo de un sector importante de la ciudadanía, sino que además dio
cobertura al rearme ideológico de un nacionalismo español excluyente que habla
sin complejos en su nombre.
Como tantas otras
instituciones del Estado, la monarquía se ha derechizado en estos últimos años.
Basta echar un vistazo a la web de la Casa Real: el equipo directivo está
formado por diez hombres y una mujer (la interventora). Es muy difícil creer
que entre esos diez señores bien trajeados haya uno solo con cierta
sensibilidad hacia la mitad de españoles que no comulgan con las tesis de la
derecha conservadora. Felipe VI necesita entender mejor las divisiones y el
pluralismo de la sociedad actual. Debe ampliar la variedad de la gente que le
rodea. Entre militares, diplomáticos y abogados del Estado, van a acabar
asfixiándole.
No estoy pidiendo
que se ponga un chándal y recite los discursos a ritmo de rap, ni que trate de
ser simpático (cada uno es como es), pero sí debería poner algo de distancia
con sus asesores y con los cortesanos que le adulan, pues son todos ellos el
principal peligro para la supervivencia de la institución. La tarea pendiente
de Felipe VI consiste en demostrar que puede hablar en nombre de todos los
españoles. Si no lo consigue, los republicanos estaremos de suerte.
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