LAS SANCIONES Y LA GUERRA
COMERCIAL GLOBAL
JOSÉ LUIS CARRETERO MIRAMAR
La recuperación de la economía china, tras los confinamientos establecidos durante la pandemia, se muestra débil. Los precios al consumo han descendido por primera vez desde inicios de 2021. Mientras el resto del mundo se enfrenta a una inflación que no termina de domar, el “taller del mundo” se ha instalado en una preocupante deflación que algunos analistas equiparan al inicio de la “trampa de la liquidez” que paralizó a la economía japonesa en los años 90.
China tiene dificultades para sustituir la demanda occidental, en retirada por la inflación y la fragmentación de los mercados provocada por las tensiones geopolíticas, por una demanda interna suficiente para absorber su producción. El índice de precios al consumo chino cayó un 0.3 % interanual en julio. El índice de precios a la producción, que cuantifica los precios de los productos a la salida de las fábricas, un 4,4 %.
La economía china sólo
creció un 0,8 % entre el primer y el segundo trimestre del año, dificultando
alcanzar el prudente objetivo del 5% `para todo el año, indicado por el
Gobierno. Las exportaciones se desplomaron un 14 % interanual, en dólares, en
julio, la caída más pronunciada desde el inicio de la pandemia. Las
importaciones también descendieron un 12,4 %.
El sector
inmobiliario también está dañado. Country Garden, la mayor promotora de China,
dirigida por Yang Huiyan, la mujer más rica del país prevé perder entre 5.675 y
6.937 millones de euros en el primer semestre del año. Su cotización en la
Bolsa de Hong Kong ha disminuido un 64 % en lo que llevamos de 2023. Todo ello
dos años después de que Evergrande, otra enorme promotora, fuera intervenida
por el gobierno después de acumular una deuda de más de 300.000 millones de
dólares.
Las autoridades
chinas han intentado recuperar la confianza de los mercados y los ciudadanos,
desplegando su estrategia de “circulación dual”, acordada en el Plan Quinquenal
actual, que trata de generar una mayor demanda interna. Han recortado algunos
tipos de interés y han ofrecido algunos incentivos fiscales a las empresas. En
los círculos económicos chinos se multiplican las voces que reclaman al
Politburó del Partido Comunista que proceda a un estímulo público decidido de
la economía, para impulsar la demanda y la inversión productiva.
Parte de los
problemas de la economía china, sin embargo, tienen también que ver con la
creciente pugna geopolítica desatada con los Estados Unidos. Las sanciones
norteamericanas sobre el sector tecnológico chino acrecientan los costes de las
empresas, que están logrando, generalmente, sortear las sanciones asumiendo
cadenas de valor más largas y complejas, y que, además, siguen invirtiendo en
Occidente mediante participaciones en los fondos globales de capital riesgo,
que suelen garantizar una cierta opacidad a sus partícipes. El pasado miércoles
9 de agosto, por ejemplo, Joe Biden acordó una nueva ronda de sanciones, la más
importante, de hecho, hasta el momento, contra el sector tecnológico chino,
mediante una orden ejecutiva que impone límites a la inversión norteamericana
en algunas empresas del país asiático, dedicadas a los semiconductores, la
computación cuántica y la inteligencia artificial.
Las sanciones
occidentales, por tanto, están teniendo un efecto claro sobre la economía de la
República Popular. Pero no todo el que desearían los norteamericanos. Además,
si china se resfría el mundo entero estornudará. La interdependencia entre los
dos bloques geoeconómicos que han iniciado una nueva “Guerra Fría” sigue siendo
enorme, pese a las medidas tomadas por algunas grandes empresas, que procuran
diversificar sus cadenas de valor llevándose plantas de fabricación a otros
países asiáticos.
De hecho, la insistencia
occidental en las sanciones como arma de guerra económica está teniendo
resultados ambivalentes incluso en los que se refiere a Rusia, la potencia
emergente con la que Occidente está envuelto en un conflicto bélico “por
correspondencia” (como lo ha calificado Juan Luis Cebrián en el diario El
País). Según un análisis del Financial Times, las empresas europeas han perdido
más de 100.000 millones de euros en su retirada del mercado ruso, en
cumplimiento de las sanciones impuestas por la Unión Europea. BP, Shell y Total
Energies han perdido 40.600 millones, completamente compensados por la brutal
subida de los precios del gas y de petróleo tras el inicio de la guerra. Fortum
y Uniper han visto como Moscú tomaba el control de sus filiales rusas. Las factorías
de Danone y Carlsberg han sido expropiadas por el gobierno ruso. Aún así, se
calcula que más del 50 % de las empresas europeas que había en Rusia antes de
la guerra siguen en el país, entre las que se cuentan Unilever, UniCredit,
Nestlé o Raiffeisen, que alegan numerosas dificultades para encontrar comprador
para sus activos.
Así pues, las
sanciones son una poderosa arma de destrucción económica, pero, en economías
completamente interdependientes y enormemente entrelazadas como lo son las del
siglo XXI, la destrucción provocada por las sanciones se reparte, en formas
desiguales, entre todos los espacios globales.
Por ejemplo, esta
misma semana se hace público por el diario Expansión que el veto norteamericano
a la tecnológica china Huawei “atasca” los proyectos gubernamentales de nuestro
país para generalizar el 5G en el ámbito rural. El Ministerio de Economía ha
atrasado a septiembre la convocatoria del plan “Único Redes Activas”, destinado
a desplegar el 5G en el campo, ante la posibilidad de que Orange y Vodafone lo
impugnen judicialmente. El trasfondo es que el veto a Huawei deja a Movistar
como único licitador viable, ya que el resto de las empresas deberían sustituir
la tecnología Huawei, que ya tienen en sus redes, en un plazo excesivamente corto.
Además, las empresas de torres de telecomunicaciones (American Tower, Cellnex,
Vantage, Totem o Axiom) también han mostrado su descontento: si sólo hubiera un ganador (en este caso,
Movistar) sobrarían la mitad de las torres actualmente desplegadas en el campo,
lo que desplomaría el valor de muchos de los activos de las torreras.
La viabilidad de
las sanciones y sus efectos puede, de hecho, rastrearse en los resultades
presentados recientemente por la empresa que ha sido su principal destinataria:
Huawei. Si bien es cierto que la tecnológica china ha visto desplomarse su
negocio dedicado a la venta de smartphones en los últimos años (en 2019 era la
principal fabricante de móviles del mundo), también lo es que este mismo año
2023 ha conseguido volver a crecer en tecnología de consumo gracias al mercado
interno chino. Ha obtenido un beneficio neto, en este año que triplica el del
año anterior, aunque sigue facturando, a nivel global, menos de la mitad del
año 2019. Sin embargo, el rubro que ahora le aporta mayores beneficios es el de
la venta de equipamiento a operadores de telecomunicaciones y empresas. Además,
el mercado global que perdió Huawei tras el 2019 ha sido en gran medida
recuperado por otros fabricantes chinos como Xiaomi, Oppo y Vivo.
Occidente
implementa las sanciones pretendiendo ralentizar el crecimiento del sector tecnológico
chino y detener el avance de las potencias emergentes en un mercado global cada
vez más acusadamente multipolar. Las sanciones, a su vez, provocan efectos “de
rebote”, indeseados, sobre Occidente y, además, impulsan una creciente
fragmentación del mercado mundial en áreas económicas diferenciadas, donde cada
actor tiene sus socios preferentes y acuerda sus sanciones, expresas o tácitas,
sobre el bloque adversario.
La estrategia de las sanciones, sin embargo,
no ha logrado revertir el éxito comercial chino. El superávit en la balanza de
pagos de China con la Unión Europea y los Estados Unidos no para de crecer.
Aunque las exportaciones chinas se resienten de la actual alza de la inflación
y de la imposición de las sanciones, el sector exterior europeo también sufre.
Incluso en España, donde la crisis energética es mucho más suave que en los
países del Norte y Centro de Europa, el Banco de España acaba de alertar sobre
un posible frenazo en las exportaciones del sector del automóvil, de la mano de
“la evolución de las tensiones geopolíticas y su impacto sobre los mercados de
materias primas, tanto energéticas como no energéticas”.
Mientras eleva las
sanciones contra las tecnológicas chinas (la iniciativa de vetar a Huawei en el
5G rural español viene de Bruselas), la Unión Europea se prepara para una
cumbre con la República Popular en septiembre en la que pretende obtener del
gobierno chino que elimine algunas barreras comerciales a los productos
europeos. Concretamente, la UE está muy preocupada por la decisión china de
restringir sus exportaciones de galio y germanio (una represalia china contra
las recientes sanciones occidentales). Estos metales son de uso común en los
chips de los vehículos eléctricos y los equipos de telecomunicaciones, así que su
escasez puede representar un problema para la electrificación de la industria
automovilística europea, justo cuando las empresas de coches eléctricos chinos,
extremadamente competitivas, empiezan a inundar los mercados del Viejo
Continente. El déficit de la balanza comercial europea con China alcanza los
400.000 millones de dólares, y ha crecido enormemente estos últimos años, pese
a las sanciones norteamericanas y pese al bloqueo europeo del Tratado Comercial
con China de la última década, que nunca se llegó a ratificar.
Hundir a China,
pues, puede ser un pésimo negocio para el capitalismo occidental. Lanzarse a
una guerra directa o “por correspondencia” con los países emergentes, también.
El gasto de los turistas chinos en España se ha multiplicado por siete desde el
fin de la pandemia, duplicando la media del resto de turistas, según un informe
de Turespaña. La llegada de turistas chinos a nuestro país ha aumentado un 420%
en el primer semestre del año, respecto al año anterior. El turismo ruso, sin
embargo, se ha desplomado. Pensemos en las implicaciones que tiene todo ello
para el principal sector económico de nuestro país.
La guerra entre las
potencias capitalistas, militar, económica o política es siempre una guerra
contra la clase trabajadora. Implica la destrucción de fuerzas productivas,
pero no un decrecimiento ordenado con una finalidad ecológica, sino una
extensión del desempleo, la miseria y las tensiones sociales. El auge de la
extrema derecha es funcional, pues, a las estrategias de las clases dirigentes
en el marco de un proceso de creciente tensión bélica y de aumento de la
necesidad de militarizar las economías y a las poblaciones.
Mientras trabajamos
por construir la trama organizativa y cultural de la clase trabajadora global,
debemos mantenernos vigilantes para que las tensiones geopolíticas en curso no
se transformen en un gigantesco vórtice que devore todas las energías de la
Humanidad y las transforme en episodios sangrientos de violencia y miseria, en
el marco de una guerra mundial sostenida durante décadas mediante
enfrentamientos directos o “por correspondencia”, entre Occidente y las
potencias emergentes. Occidente tiene que saber perder su Imperio, para que los
pueblos que se liberan lo hagan sin caer en nuevas pesadillas autoritarias. La
Humanidad necesita que la gran guerra que ha empezado acabe antes de volverse
irreversible.
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