IVÁN EL TERRIBLE ROMPE VOX
DAVID
TORRES
El portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros,
ofrece una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados en Madrid el pasado
8 de agosto EFE/ Fernando Alvarado
Para demostrar que España se rompe a marchas forzadas, no hay más que echar un vistazo a la descomposición de Vox, un partido que se está desintegrando a velocidad pasmosa, aunque no tanta como quisiéramos. Ni siquiera el núcleo irredento de esa España tradicional, visigoda y cavernaria que proviene directamente de Atapuerca, pasando por las hogueras de la Inquisición, ha podido resistir el desgaste de la entropía, sobre todo después de las últimas elecciones en las que ha perdido 700.000 votos, 19 escaños y la posibilidad de ser la llave de gobierno y darle la presidencia a Feijóo.
Lo más probable,
para qué vamos a engañarnos, es que la inmensa mayoría de esos 700.000 votos
hayan ido a parar otra vez al PP, el partido nodriza de donde nació Vox, el
exitoso criadero de la derecha española donde prospera el centro, el extremo
centro, el sótano ciudadano, la fosa séptica, el pozo negro, la ultraderecha y
la derecha a la derecha de la ultraderecha. A fin de cuentas, eran votos
prestados y tarde o temprano tenían que volver al lugar de origen, igual que
los salmones remontan el río donde nacieron antes de reproducirse, desovar y
morir.
Al tirón de la
morriña, establecido en un ciclo biológico elemental, hay que sumar las propias
tensiones internas de los salmones, unos atraídos por cultos ancestrales, otros
fascinados por la sutil oratoria del oso pardo. Sin embargo, Iván Espinosa de
los Monteros ha decidido bajarse del carro en plena ascensión a sus raíces,
harto de los altercados y codazos de sus rivales en la formación. Es cierto
que, entre unas cosas y otras, resulta bastante difícil hacerse a la idea de
que en ese tugurio convivan distintas opiniones y corrientes ideológicas, pero
los últimos movimientos tectónicos en el epicentro del partido hacen suponer que,
en vez de a una riada de salmones en busca de su reencarnación, los de Vox se
parecen más a los antropoides de 2001: una odisea del espacio dándose de
hostias por la posesión de una charca.
La semana pasada
nos despertamos con la sorpresa de que, en primer lugar, había un ala liberal
en la covacha de Abascal, y en segundo lugar, de que ese ala liberal estaba
representada por Iván Espinosa de los Monteros. En efecto, el marqués de
Valtierra tenía fama de ser el más instruido y educado de los líderes de la
ultraderecha, licenciado en Económicas y Empresariales por el ICADE, máster en
finanzas por la Northwestern University de Chicago y perfectamente capacitado
para soltar burradas fachas en inglés y francés además de en español.
Dicen que el recién
dimitido portavoz de Vox era el mejor orador de la ultraderecha en el Congreso,
un don que demostró con frases tan brillantes como las de aquella reveladora
entrevista de hace tres años: "El problema es que en España hemos pasado
de un extremo a otro, de pegar palizas a los homosexuales a que ahora impongan
su ley". También dijo que habíamos pasado "de la mujer con la pata
quebrada y en casa a no poder nombrar hombres en el Ministerio de
Igualdad". Lo cual da una idea, en primer lugar, del amplio campo
semántico que incluye el término "liberal" y, en segundo lugar, de
cómo serán los conservadores ultracatólicos del ala bestia de Vox liderada por
Jorge Buxadé. Hay un video donde se ve a Buxadé amagando el saludo nazi
mientras intenta sujetarlo Abascal. Se rumorea que el pecado imperdonable de
Iván Espinosa de los Monteros es que le estaba haciendo sombra al mismísimo
Führer de la ultraderecha: lo apodaban Iván el terrible, aunque tal vez lo
verdaderamente imperdonable es que se llame Iván.
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