DE FAROLES REALES Y COSTUMBRES BORBÓNICAS
TITO MORANO
Felipe VI le propone al Congreso de los Diputados al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, como candidato a la Presidencia del Gobierno. Según un comunicado de la Casa Real le propone por ser el candidato más votado. Y presentar al candidato más votado “se ha ido convirtiendo con los años en una costumbre”.
Cualquiera que haya jugado al póker o al mus sabe que la mitad del juego consiste en mentir. Si se tira uno un farol hay que hacerlo con convicción. Con absoluta seguridad de que no le van a pillar. De que le van a creer. Y así lo ha hecho Felipe de Borbón: hago esto porque es un costumbre. El coro mediático le sigue: “que preparado está el Rey porque hace esto porque es una costumbre”. Y, por arte de magia, la costumbre se crea.
Pero si juega usted
a mus no vaya de compañero con un Borbón. Histórica y constitucionalmente
irresponsables, no saben seguir muy bien las reglas. Y se tiran faroles
enseñando las cartas.
Enseña las cartas
porque en el mismísimo comunicado confiesa: todas las veces se ha presentado al
candidato más votado. Bueno, todas no. En 2016 no. Esto es como toda la Galia
estaba ocupada. Bueno, toda no, faltaba a aldea de Astérix. O los de la Vida de
Brian que darían todos la vida por la libertad de judea. Bueno, hay uno que no.
La costumbre, para
ser fuente del derecho, tiene que tener varios requisitos (no lo digo yo, lo
dice el Código Civil, en su artículo 1.3). A lo que aquí nos respecta tiene que
probarse y no ser contraria a la ley. Tampoco puede ser contraria a la moral,
pero esto son términos antiguos que, con un Borbón por medio no toca traer a
colación; por lo modernos que son, claro.
¿Cómo se prueba una
costumbre? Pues demostrando que ante idénticas situaciones la solución que se
ha dado en el tráfico jurídico es la misma. El problema que le da a Felipe de
Borbón es que, además de no haberse propuesto siempre al mas votado, nunca se
ha dado la situación de que dos candidatos aspiraran a obtener la mayoría de
apoyos en el Congreso. Esto último no hay ni que probarlo, es notorio. Y lo
primero es sangrante, el mismo Felipe VI que invoca la costumbre fue el que
decidió no presentar a nadie tras la ronda de consultas de enero de 2016,
diciendo que Rajoy iba a renunciar, pero no dejándole ni renunciar. Y en la
siguiente ronda presentó a Sánchez.
¿Y es acorde a la
ley esta presunta costumbre? Pues el propio comunicado afirma que el PP es “la
fuerza más votada” y que los candidatos le han trasladado “los apoyos que
tienen”. ¿Suena lógico, verdad? El único problema es que la Constitución de
1978 no funciona así. No gobierna en España el más votado, ni el que más apoyos
tiene. Gobierno quien es capaz de conseguir más votos a favor que en contra.
Tras los resultados
de las elecciones del 23J la derecha sabía que no tenía más opción que confiar
en que a Sánchez se le atragantara el acuerdo con nacionalistas y soberanistas
y se volvieran a tirar los dados
Aquí estamos ante
una de las cosas más llamativas del asunto. Todo el comunicado omite la
circunstancia de que si alguien concita 176 votos en contra en el Congreso da
igual los apoyos que tenga. De lo que se debió tratar en la famosa ronda de
consultas es de las distintas posiciones de las fuerzas parlamentarias. Siendo
manifiesto y comprobable que, según habían manifestado públicamente, 178
diputados votarían (y votarán) contra Núñez Feijóo. La investidura nace fallida
y Felipe VI tenía dos caminos de acuerdo a la situación y al ordenamiento
jurídico español: no designar candidato y repetir la ronda de consultas
(gracias a la potestad que se autoatribuyó en 2016) o presentar a Pedro
Sánchez, que no tiene una mayoría de votos manifestados en contra y venía de
alcanzar un acuerdo parlamentario para la Mesa del Congreso con Junts, para que
en el tiempo que medie entre la propuesta y la investidura intente alcanzar un
acuerdo. Pero no hizo esto.
La ronda, el
comunicado y la propuesta están configurando un derecho de creación real: el
derecho a la fuerza más votada (no sabemos si a la que tiene más diputados, que
es otro cantar) a intentar una investidura aun cuando esta falle. Afirmada
falsamente como costumbre.
Y esto es
relevante, vaya si lo es. Por dos motivos: a partir del primer intento de
investidura empieza, según el artículo 99 de la Constitución, un plazo de
inexorable de dos meses para que, en caso de haber investidura, se repitan las
elecciones. Y, en segundo lugar, porque nada garantiza que tenga que haber una
segunda investidura.
En 2016 y 2019,
tras fracasar sendas investiduras de Pedro Sánchez, el Rey no propuso a nadie
más. Nunca se ha presentado un segundo candidato. Y este nunca es absoluto.
Esto es una costumbre comprobable.
Tras los resultados
de las elecciones del 23J la derecha sabía que no tenía más opción que confiar
en que a Sánchez se le atragantara el acuerdo con nacionalistas y soberanistas
y se volvieran a tirar los dados. La investidura fallida les sitúa a tres meses
de lograr ese objetivo y ningún otro efecto jurídico va a tener el paripé
parlamentario del 26 y 27 de septiembre (tras un mes que le ha dado Francina
Armengol, pensado para darle tiempo a negociar a Sánchez y para que la
repetición cayera después del día de Reyes).
Lo que hemos vivido
es una auténtica mutación constitucional en nuestras narices. Una autoridad
hereditaria genera, por su propia voluntad, normas jurídicas con efectos
políticos de primera orden
No cabe duda de que
la decisión de Felipe VI tiene trascendencia política. Nadie sabe qué va a
pasar en estos tres meses, si van a resultar cortos para coser las suturas con
una buena parte del soberanismo catalán o no. Nadie sabe si en el momento de la
segura ronda de consultas de después del fracaso de Feijóo Pedro Sánchez va a
tener atados más síes que noes. Y, lo que es la clave de bóveda de todo, Felipe
VI le va a proponer para darle opción a conseguirlos. Sí sabemos que va a haber
un coro mediático que presione y que ya se ha cobrado una pieza: “el derecho de
la fuerza más votada a ir a una investidura”. No me equivoco si vamos a oír que
no tiene sentido que el menos votado vaya a investidura si en la ronda no tiene
los números. Al tiempo.
Lo que hemos vivido
es una auténtica mutación constitucional en nuestras narices. Una autoridad
hereditaria genera, por su propia voluntad, normas jurídicas con efectos
políticos de primera orden. Si hace diez años alguien ponía en un examen de
Derecho Constitucional que en España se podían hacer rondas de consultas sin
proponer candidato o que hay que presentar al más votado aunque tenga a la
mayoría absoluta en contra, te ponía un cero. Y esto es lo que tenemos sobre la
mesa.
Quizás no se trate
de una mutación sino de un ensayo general. Es difícil que Felipe VI (salvo
implantación de un relato mediático brutal) no presente a Pedro Sánchez (los
tiempos son otro cantar). Pero se están haciendo las pruebas de el botón de
emergencia que pusieron los redactores de la Constitución del 78 sobre la mesa.
La potestad del monarca de proponer candidato a la investidura en tiempos de
“normalidad” da igual. Pero con múltiples combinaciones en un panorama político
fracturado, gana importancia. Si además, le vamos dejando cada vez que asuma
más ámbitos de decisión podemos vernos en un problema.
Porque pasó otra
cosa más grave. Cuando Francina Armengol anunciaba a la prensa que el candidato
era Feijóo, preguntado por la motivación se remitió a lo que dijera la Casa
Real. Cuando ya había avalado la decisión. Dejó claro que la decisión era de
Felipe VI y se había limitado a firmar.
Si Felipe VI, como
han hecho en la historia su padre, su bisabuelo, su tatarabuela,… se lía la
manta a la cabeza, estamos votando en enero sean cuáles sean los acuerdos
políticos
Los actos del Rey
no tienen validez por sí mismos. Necesitan que alguien con legitimidad
democrática los refrende y se haga responsable de los mismos (un Borbón es
irresponsable por definición). Normalmente un ministro, pero según el 64 de la
CE, para este en concreto, necesita a la Presidencia del Congreso. Muchos
constitucionalistas, creyéndose a pies juntillas lo de la “Monarquía
Parlamentaria” interpretaban que eso implicaba que la Presidencia del Gobierno,
como era responsable, tenía poder de decisión. Algunos decíamos: ¿y si el Rey
no propone a nadie, qué se puede hacer? Pero la práctica, que van a querer
convertir en costumbre, es que el Rey decide y la Presidenta del Congreso
refrenda. Aunque no le guste.
Si esto fuera un
cómic de Marvel habría un universo paralelo donde Francia Armengol se
arrepiente dentro de un mes de lo que acaba de hacer porque no hay segunda investidura.
Pero ni en ese universo podría hacer nada. Lo grave del asunto es que el farol
de Feijóo se lo ha tirado el Borbón enseñando las cartas y el PSOE le ha
dejado.
El PSOE confía en
el Borbón (craso error si se sabe un poco de historia) y el Borbón en el PSOE
(esto tiene más fundamento). Confía, sobre todo, en el bipartidismo. El que le
hizo vivir una plácida vida a su padre y le hizo exiliarse cuando se tambaleó
un poco. Pese a la voluntad de muchos, la crisis de representación que tomó
forma en el 15M sigue ahí. Y regalarle herramientas a los partidarios de
cerrarla en falso no es un buen plan.
Si Felipe VI, como
han hecho en la historia su padre, su bisabuelo, su tatarabuela,… se lía la
manta a la cabeza, estamos votando en enero sean cuáles sean los acuerdos
políticos. Pero si no lo hace no nos sintamos agradecidos y respiremos. O
denunciamos que se está burlando un principio democrático claro, o más tarde o
más temprano y cuando más importe, lo usará para cerrar el candado de los
cambios.
El PSOE no lo va a
hacer. Porque el PSOE está en la lógica de sostenimiento del sistema dinástico
a cualquier precio (aunque a corto plazo alguna jugada le pueda perjudicar).
Pero la izquierda puede y debe hacerlo. Porque, además, sabemos de sobra cómo
va esto. Porque presentar al más votado no es una costumbre, pero sí lo es que
un Borbón intervenga en la política española cuando le venga en gana, sin
presentarse a las elecciones y, jamás, en beneficio de la mayorías. No hay
constante más segura en los dos últimos siglos de la historia de España.
Aunque, como decía
el bueno de Hegel, cien años de injusticias repetidas, no hacen un derecho. Que
no hagan una costumbre.
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