PASÓ LO QUE PASÓ
La derecha y
la ultraderecha compartían el proyecto común de derogar el sanchismo. Han
fracasado. Pero no sufran por ellas, ya tienen un nuevo supervillano: Carles
Puigdemont
ANTÓN LOSADA
Carles Puigdemont. / Luis Grañena
Casi todo lo que acontece en la política española ha sucedido, diez años antes, en la política gallega. Desde las mayorías absolutas de la derecha a los gobiernos tripartitos o bipartitos, desde el marianismo al albertismo. Por eso nos emociona tanto a los gallegos el entusiasmo juvenil con que en Madrid descubren las novedades de la temporada pasada.
Sucedió la legislatura anterior. Volverá a pasar durante la presente. El centralismo español incorpora un sesgo adanista de extraordinaria exuberancia: siempre están descubriendo cosas que, al parecer, únicamente existen cuando pasan en Madrid y, además, siempre vienen por ciclos, como las desgracias.
Una vez más, como tantas otras
antes, nada más apropiado que otro clásico de la política gallega para explicar
lo sucedido en la constitución de las Cortes Generales al inicio de la presente
legislatura. Hace varias décadas que don Manuel Iglesias Corral, diputado
autonómico y portavoz entonces de Coalición Popular, acuñó la mejor explicación
emitida jamás ante una situación compleja, como lo fue, en 1986, el intento
fallido de tumbar al gobierno gallego popular con un motín entre sus propias
filas. “Aquí pasou o que pasou” fue su
imbatible diagnóstico.
Nada más apropiado que otro
clásico de la política gallega para explicar lo sucedido en la constitución de
las Cortes Generales
Desde entonces, lo aplicamos en
Galicia siempre que la cosa se nos complica, y lo cierto es que nos funciona.
Ahí va otro regalo desinteresado que aportamos a la política española en aras
de la gobernabilidad.
Suele omitirse en el relato de la
anécdota la segunda parte del preclaro análisis de Iglesias Corral, tan jugosa
o más que la primera: “Pasou o que pasou e sabémolo todos” –pasó lo que pasó y
sabemos todos lo que pasó–. Como ahora: pasó y lo sabemos.
Por mucho que Feijóo nos haya
tratado como si no nos supiéramos los números e ignorásemos cómo se suman, por
mucho que los canarios lanzasen la operación de bandera falsa de tentar al PNV
con la presidencia del Congreso, por mucho que los amigos de Junts y ERC hayan
dedicado tanto tiempo y aún más esfuerzo a cronometrar su particular precampaña
para las catalanas, todos sabemos qué está pasando, empezando por los grupos
parlamentarios vascos, que son los únicos que no nos han tratado como si
desconociéramos de qué va esta vaina.
Fuegos de artificio, juegos de
luces y efectos de sonido aparte, sabemos que todos dependen de todos y que
ninguno posee ni el margen de negociación, ni las opciones de las cuales
presumen. Sabemos y saben que las alternativas se reducen a dos para todos, sin
excepciones: darle a la derecha la repetición electoral que anda buscando a
cambio de nada, o llegar a un pacto más o menos aceptable y gobernar.
Es lo que hay. Pero no significa
que la investidura de Pedro Sánchez se halle asegurada, como lo estaba una
presidencia del Congreso que nadie le iba a regalar al PP gratis total. Para
que salga adelante la legislatura todos tienen que ganar y todos tienen que
perder y todos han de estar dispuestos a defender sus compromisos, cuando les
venga bien y cuando les venga mal.
La derecha y la ultraderecha
compartían un proyecto común: derogar el sanchismo. Han fracasado. Pero no
sufran por ellas, ya tienen un nuevo supervillano –en realidad, no tan nuevo,
más bien un clásico– a quien echarle la culpa de todos sus males que, como todo
el mundo sabe, son los males de España. La caza del prófugo Carles Puigdemont
parece el nuevo proyecto de futuro que la derecha guarda para usted. No me diga
que no le hace ilusión. A ver qué componen con Puigdemont para que les rime tan
bien como lo de Txapote.
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