SUAM 4
DUNIA SANCHEZ
Esperé o esperamos, la gaviota y yo hasta que las luces del mediodía se evanecieran con la tarde. Una tarde callada como ninguna otra. Aun en mi rondaba los estallidos, la explosiones, los chillidos de lo horrible. Cuando la playa quedó como un cementerio donde solo la naturaleza de ella era presa de la muerte también caminé hacia el faro. Desde sus faldas veía lo grande que ella, lo vertical que estaba…intocable, animado por una luz que no dejaba de cimbrar. Yo y la gaviota en mis brazos nos propusimos llegar hasta la puerta, para ello tendríamos que andar por rocas afiladas que en cualquier momento podría atravesar mi estómago. La curiosidad me apretaba, aun sabiendo las narraciones de la abuela, aun sabiendo la luz que emitió ella cuando se fue iban dirigidas a este faro. Yo me preguntaba por qué, la gaviota abrazada a mi se recuperaba a cada paso que daba. Una pisada que a sabiendas de un error significaría la muerte, el estar desheredado de esta vida. Por circunstancias desconocidas veía el rostro de la abuela en las nubes cenizas en mi avance, cada vez más clara, como si me sonriera. Yo Suam quería saber quién vivía allí. Era increíble donde tanta destrucción tuviera el pulso suficiente para continuar. Era como un halito de esperanza, esa era mi impresión.
Yo Suam creo que todo surgirá de esta miseria, de este desastre antinatural a
la madre tierra. Y el faro hablaba, conversaba con todos los vientos que lo
buscaban y lo encontraban, fuera cruel, fuera benévolo. Yo Suam observaba
cierta sonrisa en la gaviota, más animada, más desinquieta, más juguetona.
Pensaba que estaría más próximos pero me tomó, nos tomos unas cuantas horas en
alcanzarlo. Cuando llegamos las nubes habían desaparecido y las estrellas de
este infinito universo se brindaron a mis ojos y la luna…había luna llena
asentía cada esfuerzo hasta llegar a la puerta. De pronto, la gaviota aleteo y
su adiós decía que ya nos encontraríamos de nuevo, en la orilla de playa donde
los cetáceos perecían. De todos modos me acompañaba en el trayecto. El faro se
retorcía en una masa inquebrantable de rocas, quizás por ello permanecía
intacto, inmóvil después esta estúpida guerra, de esa estúpida gente creyentes
del poder sobre la gentes de este lugar, de otros lugares. Yo Suam veía su
afilado vuelo como indicaciones que sentido tomar, me ayudaba. Había sembrado
la ternura, el cariño en ella y ella respondía así…con vuelo vivaz y a la vez
atento hacia mí. La gaviota y la luna. La luna y la gaviota. Pertinentes a mi
final del viaje hasta el faro. Y llegué, después de horas deshojando cada
accidente, cada sufrimiento de una ciudad agotada de tanto y tanto dolor, de
tanto y tanto demonio induciéndolos a la pestilencia de fosas anónimas. Miré el
firmamento, la gaviota había desaparecido o eso creía, sin embargo, la luna
blanca aun estaba presente. Llegué a la base plana del faro. Un avistamiento de
felicidad se incrusto en mi garganta, en mi estómago. Y en la puerta cerrada,
la gaviota. Por un momento me sentí egoísta, felicidad ante tanto y tanto daño.
Un daño marcando cada destino. Un daño anclado en cada pensamiento. Siempre
existiría ese daño y yo Suam sin darme cuenta estaba acuciándolo. La gaviota y
la luna. La luna y la gaviota. Detenidas en mí, me examinaban, me mimaban, se
comunicaban conmigo como se comunica a un ser querido. Desde la amplitud de esa
cima pude ver toda la isla, esa isla herida, rota en todas sus extremidades y
su profundidades. Yo Suam lloré, hacía tiempo que mis lágrimas no corrían por
mi tez, que me había secado. Pero yo Suam lloré y había lágrimas con un gusto
amargo, tintadas de la sangre derramada en esta isla.
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