RUBIALES: MANUAL DE PATALETA MACHISTA
Poner el
consentimiento en el centro era ponerse en el centro de la diana de todos los
señores que aplaudían hoy en el salón de actos a Rubiales, para ser apedreadas
en la plaza del pueblo y negadas tres veces antes de que cantara el gallo.
IRENE
ZUGASTI - CANAL RED
Sí amigas, sé que el discurso de Rubiales os ha dado coraje, rabia, lache, vergüenza. Estaba hecho para eso, para ser un “j’acusse” con acento aguardientoso y más bilis que elegancia, más malaje que argumentos.
Pero solo es el síntoma de una pataleta, un estertor, un berrinche de villano acorralado que dispara a todo lo que se mueve: al “falso feminismo”, a Jenni Hermoso, a Montero, a Belarra, a Echenique, a Díaz, a los medios de comunicación, a la falta de libertades de este país, a los cobardes que le han dado de lado, y por supuesto, a su archienemigo Javier Tebas, el falangista que preside la Liga: no en vano ambos llevan años agarrándose mutuamente de los huevos.
Rubiales ha querido
ser prepotente, por eso ha usado su turno de palabra sin prisa y con retranca,
pero se le escapaba la inquina entre los dientes. Ha querido, sin duda,
movilizar las huestes, a los hombres ofendidos, a los vilipendiados, a los
temerosos, a los incomodados, a los confusos y a los que tienen muertas bajo la
alfombra, embravecido por esos aplausos cómplices del salón de actos que
retumbaban en el silencio, y también por esos apoyos mudos y cobardes que le
han dado palmaditas en la espalda de camino al matadero.
Pero no se puede
amenazar y a la vez, suplicar misericordia: por eso se le atragantaba ese uso
fariseo de sus propias hijas y del futuro igualitario que él y los suyos
construían para ellas y que sus enemigos han truncado. Esa igualdad interesada
y falsaria que limpia sus nombres, que deja a las chavalas brillar, pero no
mucho; que permite negocios con sátrapas saudíes y que mantiene en su puesto de
trabajo a agresores. Una igualdad que rima con “responsabilidad social
corporativa”, con señoronas cómplices que les lavan la cara, con premios y
reconocimientos en salones de postín, con jugadoras sumisas y obedientes. Que
no, Luis, que no cuela.
«Así que con
cautela ante las próximas jugadas pero con la euforia de contemplar su
berrinche me permito una metáfora bastante machista: que para cogerse los
huevos, hay que tener dos cojones.»
No ha faltado un
solo tópico en el atril de Rubiales: que si Jenni le acercó el cuerpo y le
consintió “el piquito”, que si es víctima de la lacra del feminismo inquisidor
y acusador, que si van a matar a un mártir, a un hombre bueno. Todas huecas,
todas alpiste; por eso el siguiente punto del día era para dejar todo atado y
bien atado y repartirse cargos, sueldos y sillones. Pero me temo que ya es
tarde para Rubiales.
Tiene mucho de
fábula que justo hoy se cumpla un año de la aprobación de la ley del Sí es Sí.
Es como si una novelista escribiera en directo ese capítulo que da sentido al
libro y coloca en su sitio a todos los personajes. Poner el consentimiento en
el centro era ponerse en el centro de la diana de todos los señores que
aplaudían hoy en el salón de actos a Rubiales, para ser apedreadas en la plaza
del pueblo y negadas tres veces antes de que cantara el gallo.
En las próximas
horas veremos si los medios de comunicación van a despiezar y difundir la
rabieta venenosa de Rubiales con la responsabilidad que ello conlleva, pues
sirve para cargar de razón a muchos agresores, o si serán capaces de presentar
a la audiencia un relato a la altura de la dignidad de Jenni y de tantas otras
valientes.
En los próximos
días veremos asimismo la vendetta de los señores del salón de actos y de sus
jefes, y estará cargada de un rencor terrible. Por eso debemos cerrar filas,
apretarnos todas como un muro frente a portería y no volver nunca más a dejar a
nadie sola. A ninguna.
A las feministas
nos importa muy poco el resto del orden del día de la Asamblea General
Extraordinaria: estamos jugando un campeonato mucho más importante, que es el
de vivir libres y estar vivas, y contra todas las quinielas, igual hoy vamos
ganando. Así que con cautela ante las próximas jugadas pero con la euforia de
contemplar su berrinche me permito una metáfora bastante machista: que para
cogerse los huevos, hay que tener dos cojones.
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