BARBIE YA TIENE COÑO
JUAN
CARLOS MONEDERO
El cine es una industria que, vaya si es cierto, también puede ser un arte. Pero nadie dudará de que, ahora mismo, en cualquier película prima, sobre todo, el beneficio. Por eso, cuando suena la flauta, todos bailamos. Con Barbie, la flauta no ha sonado. Pero tampoco sales del cine cabreado. Mattel, la marca que fabrica, principalmente en China, la muñeca, se ha reinventado, en la película no se ha molestado a nadie (bueno, salvo a la gente con "cuerpos no normativos") y, a fin de cuentas, hemos pasado un rato viendo nuevos ángulos intrascendentes de la vital tensión entre hombres y mujeres. Bueno, con unos cuantos euros menos en el bolsillo, pero con un cierto barniz optimista.
Pedirle a Barbie
que se afilie a Femme o ponga en marcha un nuevo Me Too en el mundo del cine
para niños es excesivo. Sería como pedirle a Superman o a The Hulk que
dirigieran sus súperpoderes contra el capitalismo. ¿O no recordamos que Batman,
en El caballero oscuro del oscuro Nolan, es un empresario que se alía con los
policías para ir a cazar "como ratas" a los perroflautas de Occupy
Wall Street ?
Sasha, la niña
rebelde que empieza criticando a Barbie, termina abandonando las camisetas y se
pasa al rosa. Unos grandes almacenes te pueden vender una camiseta del Che
Guevara o de Nelson Mandela pero sólo cuando han logrado quitarles la carga
subversiva, cuando nadie les ve como lo que realmente eran: dos buenos
comunistas.
En el cine, con
unos buenos artesanos del gremio -Greta Gerwig, la directora, lo es- y un buen
guionista puedes hacer casi lo que te dé la gana. Spielberg, con música de
Morricone, nos haría llorar en una escena con Hitler roto delante del féretro
de su vieja madre. Así que, ¿por qué no hacer caja cuestionando amablemente
todo lo que se ha criticado a la muñeca de imposible cintura, ropero
interminable, piel perfecta y sonrisa inacabable? Parafraseando a Valerie
Ritchie, podemos decir que "si odias a Barbie, ve a ver a Barbie para ver
la crítica más implacable de Barbie". ¿No lo hace Netflix en un cameo de
la película? Aunque si la Barbie humanizada hiciera bajar la venta de las
muñecas, olvídate Judith Butler.
Barbie incorpora
como crítica cosas que al cuñadismo que molesta a Vox -y a algunos amigos del
Presidente Pedro Sánchez- les parecerán intolerables. De hecho, ¿el imaginario
de un burdel no tiene que parecerse a Barbieland? En un conocido poema escribía
Oliverio Girondo:
"Me importa un
pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un
cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al
hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no
les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar
¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!"
En esta película,
Barbie decide volar. Y le huele el aliento al levantarse.
Barbie, la
película, empieza con un guiño a 2001: Una odisea en el espacio. Lo que el
monolito era a las diferentes fases de la humanidad, lo hacía para el
imaginario de los juguetes para niñas que apareciera una muñeca madura -ya no
un bebé con el que aprender a ser madre- sexualmente deseable -las mujeres
empezaban a tener derecho a tener deseos- y autosuficiente -no andaba llorando
por las esquinas su hambre, su suciedad, su llanto-. Si en 2001: Una odisea en
el espacio los antepasados de los humanos usaban un hueso para inventar la
primera herramienta con la que matar a un semejante, las niñas destrozaban las
muñecas de porcelana, las muñecas repollo, las muñecas eternas para, al
lanzarlas al espacio, retornar convertidas en un referente idealizado para
fetichistas y madres.
Pero en la Barbie
de la película, las cosas se trastocan porque el mundo del deseo y la
imaginación choca con la crudeza de la realidad. Una mañana, Barbie se levantó
con celulitis, pies planos y le olía mal el aliento. Que no cunda el pánico.
Nada que algunos arreglos no puedan solventar. Barbie está decidida a darle un
giro a su vida. Hay cosas del mundo real que no le gustan. Pero, ¿a quién le
gusta el mundo real? Los obreros masculinos, que son los que trabajan de verdad
en la película, son soeces -le dicen piropos que son puñales de los que asustan
al Ministerio de Igualdad- y hay que terminar a golpes con ellos. Barbie, que
no golpea a los ejecutivos, no duda en enfrentar a obreros de la construcción.
Y eso que salen Barbies con la máquina percutora levantando asfalto. Los directivos
de Mattel son idiotas, pero están trajeados. Son víctimas de ellos mismos.
Dignos de compasión. Ojalá los ejecutivos de Blackrock o de Monsanto o los que
venden armas o hunden con sus clasificaciones países enteros fueran tan
tontorrones. No harían falta ni revoluciones.
A Barbie y a Ken
les detienen porque no tienen dinero. Pero eso no significa que caigan en la
espiral por donde caen los pobres. Al revés, la Policía les trata con cariño.
No veremos a Ken con un policía poniéndole la rodilla en el cuello hasta que le
falte el aire. Y el monólogo de Gloria arrancaría aplausos en una sala llena de
mujeres cansadas:
"Es
literalmente imposible ser mujer... Siempre tenemos que ser extraordinarias,
pero no sé cómo siempre lo hacemos mal. Tienes que estar delgada, pero no
demasiado y no puedes decir "quiero estar delgada", tienes que decir
"quiero estar sana", pero también tienes que estar delgada. Tienes
que tener dinero, pero no puedes pedir dinero porque eso está mal. Tienes que
ser jefa, pero no mala. Tienes que liderar, pero no machacar las ideas del
otro. Se supone que tiene que encantarte ser madre, pero no puedes hablar todo
el maldito día de tus hijos. Tienes que ser profesional, pero también cuidar
siempre de otros. Tienes que responder por el mal comportamiento de los hombres
pero si les dices algo te echan en cara que te quejas.
Tienes que estar
guapa para los hombres, pero no demasiado como para tentarles o para amenazar a
otras mujeres, porque debes ser parte de la hermandad. Pero tienes que destacar
y estar siempre agradecida. Pero sin olvidar que el sistema está amañado así que
debes, aún sabiéndolo, estar agradecida. No puedes envejecer, ni ser
maleducada, ni fanfarrona, ni egoísta, ni derrumbarte, ni fracasar, ni mostrar
miedo, ni salirte de lo establecido.
¡Es demasiado
difícil! Es demasiado contradictorio y nadie te da una medalla ni te da las
gracias. Y, de hecho, resulta que no sólo lo haces todo mal, sino que además
todo es culpa tuya. Estoy tan cansada de verme a mí y de ver a cualquier otra
mujer hacer lo imposible para gustar a la gente. Y si las cosas también son así
para una muñeca que representa a las mujeres, entonces apaga y vámonos".
Apaga y vámonos.
Igual que la Barbie prototípica se ha hecho feminista, ¿irá Barbie soldado a la
guerra de Ucrania? ¿Se aliará con los inadaptados de Wagner o estará vestida
como Zelenski? Y ante el calentamiento global, ¿será colapsista o defenderá el
capitalismo verde? Está más cerca de Yolanda Díaz que de Ione Belarra. Así que
no exageremos.
Pero quizá se le ha
pedido demasiado a Barbie. Tarzán nunca promocionaría un safari de esos a los
que iba el rey emérito a matar animales con los ojos grandes. Pensar que se
puede usar la Barbie para inventar el feminismo del siglo XXI es como pensar
que se puede usar el DDT para aumentar la conciencia ecológica. Cierto que en
la película hay negras que son presidentas, juezas, mujeres con curvas, mujeres
que pueden ser lesbianas -¿e incluso trans?- porque da todo lo mismo, porque es
un mundo que, como en un centro comercial, no tiene problemas, y si hay
problemas, rebotan en el sentido común aquiescente del sistema. Por eso, pese a
la pluralidad, la protagonista tiene que ser blanca, muy blanca, blanquísima,
como Margot Robbie, la actriz que la representa. Así, todo el mundo puede soñar
un poco pero solo lo justo.
Volviendo a
Ritchie, la nueva Barbie puede odiar el plástico, pero está hecha de plástico;
puede odiar los estereotipos patriarcales, pero está cañón según los cánones
estéticos en uso; aboga por la igualdad, pero es sonrosadita; es rebelde, pero
sabe que prosperar en la vida es poder comprar cosas; es ecologista, pero tiene
coche, barco y hasta nave espacial; pone en su sitio a los hombres, pero no se
olvida de que, en el feminismo liberal, el conflicto con los hombres no es ni
de clase ni de raza, sino superficialmente de género, de manera que algunas
mujeres triunfadoras, como Barbie, puedan romper el techo de cristal. En esa
lógica, cuando las mujeres ganan al patriarcado, no instauran la democracia,
sino el Gobierno autoritario de las mujeres.
La película puede
ser crítica con el patriarcado, con los empresarios de Mattel, con la evasión
de impuestos de la compañía. Puede reírse de los hombres simples y con ansia de
poder, que quieren estar en todos sitios y ser siempre ganadores. Con todas
esas cosas Barbie va a ser más creíble: van a vender más muñecas, en un mundo
donde las niñas ya juegan al futbol y son unas jefas con la play. Los roles
están tan profundamente interiorizados que al hacer la crítica, liberas al
público de tener que alejarse de la muñeca. Al final, hacen la crítica por ti y
ya puede gustarte la Barbie, Julio Iglesias, querer que te regalen flores, que
tu novio tenga celos o cualquier asunto que esté en controversia acerca de qué
es machismo, qué es moñismo y qué es
cortesía. Que Barbie sirviera para ahondar en el feminismo sería como si
periodistas de derecha o de extrema derecha dijeran en las peleas de la
izquierda quién tiene razón. Claro que pasa, pero es estúpido.
Quedarse en el
techo de cristal, como le pasa a Barbie, es el feminismo de Hillary Clinton. O,
como recoge la película, el de la "creadora" de Barbie, Ruth Handler
(en realidad, la plagiadora de una muñeca alemana previa), elevada a los
altares oníricos como una mujer buena que sabe envejecer con sabiduría. De esa
gente que dice que, si tienes buena actitud, vences al cáncer, a la pobreza y a
la celulitis. Y el calentamiento global se solventa comprando y con sonrisas.
En esa lógica donde los conflictos entre hombres y mujeres tienen que ser
manejables, los celos se comen a cualquier otra controversia. En Barbieland no
apuñalan a las Barbies delante de sus hijos.
Barbie ya tiene
coño. Es un avance. ¿Estará depilada, como mandan los cánones del porno, o
asustará a Ken con una frondosidad púbica? Seguirá, casi con toda certeza, sin
celulitis. Aunque Barbie es tan perfecta que hasta su celulitis sería una señal
de sublimación estética. Es Hollywood, ¿qué quieres? Sin Hollywood, el dominio
geopolítico de EEUU estaría aún más cuestionado. Barbie es a los marines lo que
Marta Sánchez a los soldados españoles en la guerra del Golfo. Pero todo es
humo. El boulevard de las estrellas de la ciudad del cine está lleno de zombies
que apenas mantienen el equilibrio golpeados por el fentanilo. No hay fentanilo
en Barbieland ni gente viviendo en caravanas. Todos viven en casas
espectaculares.
En esos EEUU
decadentes, la nueva Barbie real, ¿qué haría? ¿Les llevaría café por la noche?
¿Pediría cuentas a los responsables? ¿Haría un rastrillo de pijas para vender
viejas barbies para recaudar dinero para los pobres yonquis? Su vida, no puede
ser de otra manera, seguiría vacía, insustancial, alienada, encadenada al
consumo. Sin fiesta, Barbie no es Barbie. Resignificar a Barbie sería como
resignificar a Hayek.
Puestos a mezclar
el mundo real y el de los sueños, preferiría irme a hacer la revolución con la
Barbie deteriorada (la Barbie "rara"). Ken, después de haber pasado
por la cárcel, a lo mejor hasta se venía. Aún sigo sin saber si se vendría
Allan. Hay demasiada gente de derechas en el mundo LGTBI. Qué tiempos los de
Proud. En esa película sí bailamos. Barbie todavía era sólo una muñeca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario