LENGUAS DEL ESTADO FRENTE A
LA MADRILEÑIDAD TÓXICA
JUAN
TORTOSA
Aunque hace décadas que son idiomas oficiales, el uso tanto del catalán como del euskera o el gallego continúa siendo demonizado en muchas partes de España, con ese Madrid cada día más tóxico a la cabeza de las hostilidades. Las derechas no parecen dispuestas a entender, mucho menos a admitir que la pluralidad lingüística, además de constituir una realidad con raíces de siglos, contribuye a enriquecer un patrimonio cultural que aporta a nuestra convivencia calor, color y vida.
Hasta este jueves esa realidad no había dado ningún paso para abrirse camino en el Congreso de los Diputados. Lo ha hecho Francina Armengol, su flamante presidenta, y a partir de ahora comienza un tiempo en el que se tendrán que ajustar muchas bielas, claro que sí, pero eso no impide celebrar que en una institución con sede en Madrid se utilicen por fin todas las lenguas del Estado. Por ahí se empieza, por ahí se tenía que haber empezado hace mucho. Resulta difícil entender cómo es posible que haya pasado tanto tiempo antes de adoptar esta decisión ¿Tanta caja de los truenos es?
Pues algo de eso
parece que hay, por mucho que el catalán, el euskera y el gallego sean lenguas
tan españolas como el castellano. Termino de escribir esta frase y tengo la
impresión de haber soltado una perogrullada si no fuera por la eterna
hostilidad centralista. Dado lo empeñados que están en llamar español a solo
uno de los idiomas del Estado, y lo que desprecian el uso del resto, parece necesario
repetir esta idea cuantas más veces mejor. Voy a ello: el catalán es una de las
lenguas de España, tan mía, la hable o no la hable, y si no la hablo peor para
mí, como el euskera, el gallego o el castellano. Punto.
Que haya quien
desprecie esta reflexión no es casual, como tampoco lo es la constante y
grosera intromisión en la vida nacional de la madrileñidad tóxica. Ojalá el uso
de todas las lenguas oficiales en el Congreso contribuya a ir
'desmadrileñizando' una política nacional últimamente tan endemoniada, a
quitarle algo de presión a esa olla a punto de estallar en que últimamente se
ha convertido la capital del Estado.
Ha llegado la hora
de cambiar el chip, por mucho trabajo que exija ese cambio de mentalidad. Donde
lo exija, porque la diversidad lingüística no es un problema en ninguna de las
comunidades donde se practica. No solo no altera ni perjudica la convivencia,
como en su día Wert o Esperanza Aguirre se empeñaron en sostener, sino que hace
ciudadanos más competentes y plurilingües. Y si las políticas educativas
contienen deficiencias en algunas autonomías, pues sentémonos y hablemos sobre
ello, ¿no? ¿o nos dedicamos toda la vida a cerrarnos en banda por ambos lados?
La palabra es
diálogo. A eso es a lo que creo que otorgó carta de naturaleza Francina
Armengol el pasado jueves haciéndose eco de la España real y dejando por fin a
un lado, como tercera autoridad del Estado, la estomagante propaganda de
radios, teles y periódicos empeñados en hacernos volver, junto a la derechas
más intolerantes, a las tinieblas de los tiempos. Lo hizo entre citas de
Salvador Espriu (en catalán) y María Zambrano, la expresión de solidaridad con
los afectados por el incendio de Tenerife y una mención específica a la
selección femenina de fútbol. Siguió así la línea que minutos antes, durante el
breve espacio de tiempo en que presidió la mesa de edad, había esbozado
Cristina Narbona: Honestidad, rigor, empatía, respeto...
Si defiendo mi
lengua natal y exijo respeto, ¿por qué no he de respetar o admirar las otras de
mis compatriotas?, se preguntaba alguien en redes estos días. Recordaba hace
poco Guillermo Toledo aquella frase de Ovidi Montllor: "Hay gente a la que
no le gusta que se hable, se escriba o se piense en catalán, (euskera o
gallego). Es la misma gente a la que no le gusta que se hable, se escriba o se
piense".
Sin ánimo de lanzar
al vuelo ninguna campana, igual es buen momento para la llegada de la
imaginación y la creatividad al Congreso de los Diputados. La primera bola de
partido, el primer "match ball" ha caído del lado que favorece esa
opción frente a los partidarios de las derogaciones, la intolerancia y la
madrileñización tóxica de la vida nacional. Ahora toca rematar la faena con la
investidura; que no vuelva a pasar como aquel día de 1873 en que Estanislao
Figueres, primer presidente de la primera república, decidió abandonar sus
responsabilidades empleando el catalán para hacerlo con una frase ya mítica:
"Estic fins als collons de tots nosaltres". Ciento cuarenta años han
pasado.
J.T.
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