LOS RUBIALES CON TOGA TAMBIÉN
ESTÁN PERDIENDO
PEDRO HONRUBIA - CANAL RED
Los Rubiales con
toga se veían entonces ganadores, y con razón, del desafío que habían lanzado a
la ley del solo sí es sí, a la Ministra que la había impulsado, y al movimiento
feminista y su deseo de cambios estructurales en general. Lo que los Rubiales
con toga no sabían entonces, porque su machismo les cegaba, es que no hay nada
más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, ni nada más efectivo
que un Ministerio valiente que había hecho su trabajo con solvencia y
efectividad.
Si hace apenas unos meses, cuando PSOE, PP y Vox se pusieron de acuerdo para reformar la Ley del solo sí es sí por mandato de los Rubiales con toga y los contadores de La Sexta, cuando Irene Montero y Ione Belarra se quedaron solas dentro del Gobierno escenificando su apoyo al consentimiento como elemento central de la Ley integral de Libertad Sexual, alguien nos llega a decir que iban a ser unos acontecimientos relacionados con el mundo del fútbol los que finalmente iban a evidenciar que la idea del consentimiento es ya hegemónica en la sociedad, nos hubiera parecido, cuando menos, sorprendente. Y, sin embargo, así ha sido.
Claro que, por otro
lado, es evidente también que nada de lo visto durante estos días habría sido
posible sin el trabajo de años del movimiento feminista, sin el 8M de 2018 y
sucesivos, sin las manifestaciones contra la sentencia de la manada y su “no es
abuso, es violación” y su “hermana, yo sí te creo”, y por supuesto sin el
trabajo previo del Ministerio de Igualdad todavía vigente tanto en su labor
legislativa, como en su labor comunicativa y pedagógica.
La explicación, en
realidad, no es tan complicada: un buen trabajo es un buen trabajo, aunque
tengas a toda la prensa de este país tratando de decirte lo contrario. Y el
Ministerio de Igualdad, con Irene Montero al frente, ha hecho un trabajo
excelente. Lo ha hecho en la parte legislativa, con medidas de tanto impacto
como esta ley del solo sí es sí, la ley Trans y de derechos LGTBI, o la reforma
de la Ley del aborto para recuperar derechos arrebatados por Gobiernos previos
del PP, para reconocer el derecho a baja cuando se tenga una regla con dolor
incapacitante o para garantizar el derecho al aborto en los centros públicos.
Pero lo ha hecho también en su parte más cultural, pedagógica y comunicativa.
Ha conseguido que conceptos como “consentimiento”, “cultura de la violación” o
“patrones machistas” hayan estado en el centro del debate público durante estos
años, han explicado sus contenidos, han polemizado con ellos y, en definitiva,
no sin un alto coste personal y político para todas las integrantes del equipo
del Ministerio, han logrado sentar las bases para su comprensión. Al final, han
tenido que ser esos y esas que hace apenas mes y medio decían, con mucha pompa
y glamour, que eso era ir demasiado lejos, los que ahora han tenido que correr
al sprint para ponerse exactamente en el mismo sitio en el que el Ministerio de
Igualdad lleva estando años.
Y es que desde el
primer momento fue muy evidente que los movimientos de los Rubiales con toga
que desencadenaron toda la polémica en torno a la excelente Ley integral del
solo sí es sí iban dirigidos a, precisamente, tratar de acabar —antes de que
diera tiempo a que pudieran verse y valorarse socialmente— con los profundos
cambios que dicha ley impulsaba tanto a nivel legislativo, como a nivel social
y cultural. Y para ello se propusieron tres objetivos: 1) Forzar una reforma o
derogación de la Ley, 2) evitar que la sociedad pudiera reconocer el impacto
positivo que cuestiones como la de la centralidad del consentimiento tenían
para el cambio a mejor de la sociedad y la lucha contra el machismo, y 3)
acabar política y civilmente con la persona que había impulsado la Ley: la Ministra
de Igualdad, Irene Montero. El hecho de que la sentencia del Tribunal Supremo
que, actuando contra su propia jurisprudencia previa, avalaba la posición de
los Rubiales apareciera justo en el momento en que se estaba debatiendo sobre
si Irene Montero debía ir o no ir en las listas electorales de Sumar fue el
último de los recordatorios de que aquello no era una cuestión legal, sino que
era una cuestión de poder, una cuestión política y, en definitiva, una cuestión
de defensa del modelo patriarcal que estaba siendo desafiado con éxito por un
Equipo de mujeres a las que había que castigar.
«El primero de los
objetivos, efectivamente, lo consiguieron parcialmente. El PSOE se echó en
brazos de la derecha y de la extrema derecha para sacar al consentimiento de la
centralidad de la ley, y volver al esquema previo de la violencia y la
intimidación. Los Rubiales con toga sonrieron.»
El primero de los
objetivos, efectivamente, lo consiguieron parcialmente. El PSOE se echó en
brazos de la derecha y de la extrema derecha para sacar al consentimiento de la
centralidad de la ley, y volver al esquema previo de la violencia y la
intimidación. Afortunadamente no llegaron a tanto como para volver a establecer
la diferenciación entre abuso y agresión (al menos en lo que respecta a la
denominación), pero la señal fue inequívoca: la ley dirá que todo acto sexual
sin consentimiento es agresión, pero si no hay violencia e intimidación que se
pueda probar, es "menos agresión". Más allá del cambio de nombre, una
vuelta al esquema anterior. Los Rubiales con toga sonrieron.
Igualmente, durante
la campaña electoral, no hubo nadie que no fuera de Podemos capaz de defender
la Ley y los avances que había logrado establecer. Fue un tema absolutamente
tabú e incluso llegamos a escuchar aquello de los amigos de entre 40 y 50 años
de Pedro Sánchez, o cómo a las políticas feministas realizadas desde el
Ministerio se le llegaron a llamar “feminismo de trinchera”, o cómo se repetía
insistentemente aquello de que se habían cometido errores graves en la gestión
de la comunicación (como si fuera fácil que tus explicaciones se abran paso de
forma inmediata cuando tienes a todos los medios señalándote y a Ferreras con
un contador de rebajas en directo). Cualquier cosa menos señalar lo obvio: que
la ley había tocado en hueso machista y que la fiera se había revuelto y
lanzado sus correspondientes zarpazos para defenderse ante semejante desafío
feminista. Todo ello, claro, además de que previamente se hubiera vetado a
Irene Montero de las listas electorales. Los Rubiales con toga volvieron a
sonreír, la cuestión estaba exactamente donde ellos querían.
Los Rubiales con
toga se veían entonces ganadores, y con razón, del desafío que habían lanzado a
la ley del solo sí es sí, a la Ministra que la había impulsado, y al movimiento
feminista y su deseo de cambios estructurales en general. Lo que los Rubiales
con toga no sabían entonces, porque su machismo les cegaba, es que no hay nada
más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, ni nada más efectivo
que un Ministerio valiente que había hecho su trabajo con solvencia y
efectividad. Que ni los retrocesos legislativos ni el sacar del discurso
público la valoración en positivo de la ley y sus contenidos, borran la
realidad. La pueden acallar, silenciar o manipular durante algún tiempo, pero
no la borran. Y la realidad es que las mujeres han dicho basta a la impunidad
con la que determinadas formas de violencia sexual han contado hasta ahora
tanto penal como socialmente, a la cobertura entre iguales y al pacto entre
caballeros que la habían sostenido y normalizado culturalmente, al tener que
callarse y aguantarse cuando viven y sufren en carne propia estas violencias. Y
eso, por más que se quiera poner en marcha cualquier maquinaria judicial,
política o mediática, es imparable.
Por ello hoy los
Rubiales con toga ya no sonríen tanto y se han vuelto a dar cuenta estos días
de que, pese a la infame campaña que impulsaron contra Ley y contra el
Ministerio de Igualdad, están perdiendo. Que llevan perdiendo culturalmente, en
realidad, desde hace años, y que no van a poder remontar jamás.
Y por ello también,
ni el segundo ni el tercero de sus objetivos antes dichos se han cumplido: ni
han logrado impedir que la sociedad entienda la importancia de dar cobertura y
forma legal a cuestiones como el tipificar de violencia sexual a todo acto que
carezca de consentimiento —y solo determinada esa calificación por el hecho de
carecer de consentimiento y nada más— y por supuesto no han logrado acabar ni
política ni civilmente con Irene Montero. Es más, ahora ha sido seguramente
—porque nadie esperaba lo ocurrido— cuando la todavía Ministra de Igualdad ha
salido más victoriosa y más reforzada que nunca en todos estos años de mandato.
Así que mal que les
pese a los Rubiales con toga y a muchos otros y otras, el consentimiento es ya
una idea social y culturalmente hegemónica, y hay Irene Montero para muchos
años. Los Rubiales con toga están perdiendo, y la igualdad, el feminismo y la
democracia, venciendo.
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