La España sin
principios
DAVID BOLLERO
Alberto Núñez Feijóo, saluda en la inauguración del
curso político ante el Castillo de Soutomaior, a 27 de agosto de 2023 -
Lavandeira Jr / EFE
España tiene ante sí muchos retos y uno de ellos es ser fiel a sus principios. Aunque la premisa se presenta en clave de país, lo cierto es que nos concierne a todas y todos iLa Endividualmente. Más allá de si los principios son moralmente criticables, que al menos no varíen en función de la conveniencia. En la última semana hemos podido observar cómo personajes de la escena pública como Alberto Núñez Feijóo, Jorge Vilda o Luis de la Fuente se han traicionado así mismos o, quizás, han sido más fieles que nunca, poniendo en práctica la máxima, hablando en plata, de "lo que sea para salvar el culo".
Resulta
muy triste observar la facilidad con la que ciertas personas se desdicen y el
valor de sus actos y palabras pasadas parecen no valer nada. Comencemos por el
mundo del fútbol, dónde tanto el seleccionador nacional femenino como
masculino han cargado contra Luis Rubiales tras la suspensión provisional impuesta por la
FIFA. Apenas dos días antes, cuando creían que el
abuso del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) a la
futbolista Jenni Hermoso no le apearía del cargo, aplaudían en pie a su jefe. No
ha sido hasta ahora, cuando ven peligrar sus propios puestos, cuando ha
recogido cable; gesto que como ya apunté días previos al pronunciamiento de la FIFA, ya no vale de nada.
Mientras
Vilda se ha quedado solo, sin equipo ni cuerpo técnico -y posiblemente sin el
medio millón de euros anuales que tan burdamente le prometió Rubiales en la
rueda de prensa, De la Fuente anda lloriqueando por las esquinas quejándose de
que las cámaras sólo le enfocaban a él, como si este hecho hubiera sido el que
le dominara, obligándole a romperse las palmas en pie ovacionando a Rubiales
cuando hasta en cinco veces dijo que no dimitiría y acusando de "falso
feminismo" a Hermoso y a quienes la apoyamos. La propia RFEF ha borrado un comunicado en el que desacreditaba a Hermoso. Lamentable.
Feijóo,
por su parte, es un auténtico despropósito. Su discurso el pasado fin de semana con motivo del inicio del curso político ha sido
el discurso de la derrota, de la investidura fallida. Casi una semana después de que el rey comunicara
que lo designaba como candidato, hoy al fin inicia el trabajo y los contactos
con el resto de fuerzas políticas. No es casual este relajo; queda un mes para
la cita en el Congreso y se le va a hacer muy largo. El aire triunfal con que acudía a la consulta con Felipe VI ya ha
devenido en vendas puestas antes de la herida, en la asunción de lo
que todo el mundo menos él y el rey sabían: que al PP no le salen los números.
Este
cambio en la narrativa de Feijóo no es el más disparatado. Durante el último
mes hemos visto cómo diferentes representantes del PP han pasado de tachar a
Puigdemont de prófugo y a Junts de partido anticonstitucional a sostener que no
es un partido rival y que es posible dialogar y llegar a acuerdos con él. Lo
más inaudito es que no se trata de un único viraje de rumbo, sino de varios, es
decir, que en la misma semana los de Génova 13 son
capaces de afirmar una y otra cosa sin despeinarse; a veces, incluso en el
mismo día.
El
electorado del PP no debería salir de su asombro ante tamañas contradicciones
pero, en lugar de eso, optan mayoritariamente por sumarse a ellas, en una
suerte de delirio aborregado en el que la mínima crítica reflexiva se esfuma.
Ni siquiera parecen ser capaces de entender que el
acercamiento que ha hecho Feijóo a las distintas fuerzas soberanistas -con
excepción de EH Bildu-, legitima las negociaciones de PSOE y Sumar con
estos mismos partidos tras la investidura fallida de Feijóo.
El
problema, claro está, es que para cuando lleguemos a ese punto el PP habrá
vuelto a cambiar de discurso y todos esos partidos con los que hoy intenta
dialogar en vano volverán a ser golpistas a los que su socio Vox quiere
ilegalizar. Por este motivo España tiene un reto, especialmente en el ámbito
político que determina la mayor parte de nuestro día a día: ojalá la firmeza feminista mayoritaria que estamos observando en
el caso Rubiales, capaz de empequeñecer a las hordas machistas, se trasladara a
la órbita política. No es una cuestión de izquierda y derecha,
sino de principios, de tener palabra, aunque esa palabra no nos guste. Lo
contrario es desplegar un juego sibilino, traicionero, mentiroso y, como tal,
profundamente antidemocrático.
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