POR QUÉ LA OTAN CRECE SIN FIN
La
historiadora estadounidense Mary Sarotte explica en su libro ‘Not one inch’
cómo EE.UU. impulsó la ampliación permanente de la OTAN para cerrar las puertas
al cambio del orden mundial tras la caída del muro de Berlín
ANDY ROBINSON
La caída del muro de Berlín en 1989-90 y de los regímenes autoritarios del este de Europa fue “un momento con muchas posibles líneas de tiempo, diferentes opciones para determinar el futuro” sostiene Mary E. Sarotte, la historiadora y autora de Not one inch (Yale, 2021), que documenta la caída de la Unión Soviética y la ampliación de la OTAN en la década de los noventa.
Pero ese momento fecundo fue desaprovechado, con resultados trágicos para la paz y la libertad. Esto no era inevitable. En aquella época, “la gente en el poder dio unas vueltas al trinquete para cerrar las puertas al cambio”, dijo Sarotte en una entrevista parcialmente publicada la semana pasada en La Vanguardia. “Utilizo la metáfora de trinquete porque una vez que se da el giro no hay vuelta atrás”, añadió en comentarios aún inéditos.
Las puertas al
cambio empezaron a cerrarse ya a finales de 1990, y el portazo definitivo se
dio en los años siguientes. Las sucesivas administraciones de Bush padre y
Clinton, en lugar de buscar una fórmula para establecer una paz duradera con
Rusia, optaron por incentivar la ampliación de la OTAN para consolidar su
victoria en la Guerra Fría. Desde 1990, catorce países se han incorporado a la
OTAN, entre ellos Polonia, Hungría, Checoslovaquia y los Estados bálticos.
Pronto se incorporarán Finlandia y Suecia.
Sarotte no se opone
a la ampliación de la OTAN de por sí, pero lamenta que se hiciera sin tomar
medidas para que Rusia no se sintiera amenazada
Sarotte
–catedrática de la conservadora Universidad Johns Hopkins y alejada de una
tradición intelectual de la izquierda– no se opone a la ampliación de la OTAN
de por sí. Pero lamenta que se hiciera sin tomar las necesarias medidas para
que Rusia no se sintiera amenazada y humillada. “El deshielo tras la Guerra
Fría fue un momento precioso pero fue desaprovechado”, dijo en la entrevista.
La primera vuelta
del trinquete lo dio el presidente estadounidense George H.W. Bush.
En 1990, varios
políticos europeos quisieron aprovechar la caída del muro de Berlín y el
desmoronamiento de la Unión Soviética para desmantelar tanto la OTAN como el
Pacto de Varsovia. Así se daría vida a una nueva Europa independiente de EE.UU.
Hans Martin Genscher, responsable de asuntos exteriores del gobierno de Helmut
Kohl en Alemania, por ejemplo, defendía la creación de un pacto de defensa
paneuropea que habría incluido a Rusia, pero no a EE.UU.
Por su parte,
Vaclav Havel, el líder de la lucha por la democracia en Checoslovaquia y futuro
presidente de la República Checa, propuso el desmantelamiento de las dos
alianzas militares que consideraba anacrónicas en el nuevo mundo postsoviético.
Pero “este escenario no era posible bajo la administración de George H.W. Bush
(…) Para Bush, la OTAN no solo tenía que mantenerse, sino que también se tenía
que mantener su capacidad para ser ampliada”, dijo Sarotte en la entrevista.
“EE.UU. había ganado la Guerra Fría, de modo que Bush se preguntaba: ¿Por qué
vamos a hacer concesiones?”
James Baker, el
secretario de Estado de Bush, se acercó a la posición de Genscher durante unas
semanas de 1990. De ahí la famosa oferta planteada en una reunión con Mijail
Gorbachov, en febrero de 1990, de no ampliar la OTAN “ni una sola pulgada” –el
título del libro de Sarotte– a cambio de lograr el apoyo de Gorbachov a la
reunificación alemana.
Pero, tal y como
Sarotte explica en la entrevista en La Vanguardia, fue una oferta improvisada
por el impulsivo secretario de Estado sin contar con el apoyo del presidente.
Bush forzó a Baker a cambiar de idea. La OTAN permanecería y se ampliaría. En
realidad, “no es de extrañar que se mantuviera la OTAN”, dice Sarotte. “Cuando
tienes una institución tan grande como la OTAN, siempre es difícil
desmantelarla”.
Bush anunció a
bombo y platillo un “nuevo orden mundial” tras la caída de la URSS. Pero, en
realidad, –sostiene Sarotte– la decisión de ampliar la OTAN se tomó
precisamente para garantizar la permanencia del viejo orden mundial. El del
dominio estadounidense. “Es extraño que Bush lo llamase el nuevo orden mundial.
Porque no lo era”. EE.UU. había dominado en los años de la Guerra Fría, y
dominaría aún más en la nueva era sin la URSS, pero con la ayuda de la OTAN.
“La OTAN había ganado la Guerra Fría. EE.UU. era la potencia dominante en la
OTAN, así que el orden mundial existente era estupendo para EE.UU.” dijo
Sarotte.
Bush padre fue
animado en su afán de ampliación de la OTAN por el joven Dick Cheney, artífice
de las guerras en Afganistán (bajo la bandera de la OTAN) e Irak una década
después
Cabe recordar que
Bush padre fue animado en su afán de ampliación de la OTAN por el joven Dick
Cheney, artífice de las guerras en Afganistán (bajo la bandera de la OTAN) e
Irak, una década después durante la administración de George Bush hijo.
De ahí la ingenuidad
de libertarios antisoviéticos como Havel, que creían que la caída de la URSS
haría innecesaria la OTAN. “Havel, y otros, gente que había luchado contra la
represión de la URSS, querían crear una Europa sin armas, sin la OTAN, y sin el
Pacto de Varsovia . Esto sí habría sido un nuevo orden mundial”, dice Sarotte.
“Bush tenía que parar todo eso”. Pronto Havel se apuntaría a la causa al
convertirse en uno de los defensores más ideologizados de la OTAN y la
hegemonía de Washington.
Tal y como se explica
en el libro de Sarotte, una prodigiosa obra de documentación con 1.800 pies de
página referentes a cientos de fuentes de información desclasificada, todos los
líderes en Moscú se sintieron engañados tras las primeras ofertas de no ampliar
la alianza atlantista. Primero Gorbachov, luego Yeltsin, y finalmente Putin. La
ampliación de la OTAN generó una preocupación –real o imaginada, da lo mismo–
en Rusia por su propia seguridad interna dada la proximidad de la alianza
militar occidental a sus fronteras. Esto ha desatado una dinámica peligrosa muy
evidente en estos momentos. La OTAN insiste en que su ampliación y el aumento
de su presencia militar es una respuesta preventiva a la militarización rusa. Y
Rusia responde de igual forma.
La segunda vuelta
del trinquete que cerraba definitivamente la posibilidad de un futuro mejor la
dio Bill Clinton. “Cuando llega Clinton a la presidencia en 1992, el debate no
era si la OTAN sería expandida. Esto ya era un hecho consumado. La cuestión era
cómo”.
Clinton, al principio,
apoyaba un proceso gradual para que Rusia no tuviera que sufrir una
humillación. “Se optó por no darle a Rusia una bofetada a la cara. Se buscaba
un término medio, y esto era la Asociación para la Paz (Partnership for Peace)
en la que se plantearon opciones para ingresar en la OTAN sin el artículo 5
(que garantiza las intervenciones de los demás miembros de la alianza en caso
de agresión contra uno de ellos). Esto, sobre todo para países geográficamente
próximos a Rusia, parecía una provocación en Moscú, y los diseñadores de la
Asociación para la Paz como William Perry, el secretario de Defensa de Clinton,
hicieron caso a esos temores. “Se optó por una fórmula al estilo de Noruega
que, al ser un país fronterizo, quiso reducir la impresión de agresividad al
rechazar bases estadounidenses y armas nucleares”.
Clinton entendía en
ese momento la importancia de buscar una fórmula de ampliación de la OTAN
aceptable para Rusia. Pero en 1994, bajo presiones de los neoconservadores
republicanos de Newt Gingrich en el Congreso, el presidente demócrata cambió de
postura, un ejemplo típico de la política clintoniana de triangulación ya
visible de nuevo en la administración Biden. “Clinton, en un momento clave,
cambió de opinión y dibujó una plan para la ampliación ya con el artículo 5, un
proceso sin fin con la puerta siempre abierta”. Perry dimitió en protesta
contra la nueva política de Clinton que –según entendía el secretario de
Defensa– forzaría a Rusia a defender su seguridad interna.
Se quiera o no,
todo esto es la raíz de la actual guerra en Ucrania y el grave peligro de
escalada militar, incluso nuclear. Putin es el responsable de la agresión
contra Ucrania. Pero el trasfondo es la insistencia de Bush, Clinton y todos
los presidentes de EE.UU. de consolidar el poder de la superpotencia mediante
una alianza diseñada desde el inicio –aunque esa no sea la perspectiva de
Sarotte– para camuflar sus propias agresiones.
Y al mantener y
expandir la OTAN, lejos de proteger el derecho de autodeterminación de las naciones
que se desprendían de la órbita soviética, se imposibilitó el pleno ejercicio
de su soberanía. Con la OTAN en plena expansión en las fronteras rusas, la
preocupación en Moscú por su seguridad garantizaría reacciones violentas contra
los nuevos –y viejos– nacionalismos.
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