LA FERIA 'DER' JAMÓN
Los observadores cortesanos han reinado este año en que
en la Feria se come jamón, de lo que apenas nadie se salva, aún echando a
faltar siempre un agradecido plato de cuchara que empape nuestras resecas
interioridades manzanilleras. Pues sí, se come jamón, jamón del que se paga
JAVIER AROCA
Miles de personas se han reunido esta noche
para asistir al tradicional "Alumbrao" de las miles de bombillas de
la Puerta de la Feria de Abril, lo que significa el inicio de la Feria de Abril
de Sevilla. EFE/Raúl Caro
“Sobre las ruinas de las tradiciones típicas y peculiares de Andalucía, de sus renombradas ferias, sus características, diversiones y pintorescas zambras, se ha levantado la Feria de Sevilla, que obedeciendo a su pensamiento ecléctico quiere reunir y armonizar lo que se va con lo que viene”. “En tanto que se reanuda el hilo de la fiesta popular, cada tarde, la elegancia que ha desaparecido entre bastidores, cambia de traje para asistir a las soirées y a los bailes”.
Esta era la Feria que pintaba
Gustavo Adolfo Bécquer en 1869, “la de origen popular, creada espontáneamente,
arraigada por la tradición”, lejos de los mitos fundacionales convenientes
-esto lo digo yo. La de la brisa fresca de la tarde que venía del Aljarafe, la
brisa de su país, Andalucía, que rememoraba con añoranza en sus Rimas Gustavo
desde la ventana de su exilio madrileño.
La mía era de la de mi madre, la
de autobús y la caja de zapatos de Carmelo Orozco. La mejor, con tortilla de
papas, filetes empanados y huevos duros. Al cabo le regalaron a mi padre una
lata de tortas imperiales de Alicante, convertida en la mejor de las
fiambreras. De vez en cuando, una olla de cabrillas y pan pa mojá. Era una
Feria decadente, venida a menos, muy reservada a los poderosos.
Apenas llegada la democracia a
Sevilla, en 1979, un alcalde progresista, andalucista y digno, devolvió la
Feria a su pueblo. Don Luis Uruñuela, un alcalde con dignidad que tuvo que
administrar con leyes franquistas, pero de una altura que no han podido igualar
casi ninguno de sus sucesores, depredadores de raciones y tiradores de
salmuera, orondos vasallos de los poderosos, trincones que han rebajado a la
indignidad la alta magistratura de gobernar Sevilla.
Desde luego que no fue fácil. El
periodismo torcuato, atrincherado en el paleofranquismo, ahora en el
neofranquismo y siempre en las parentelas de los privilegios, entendió la
democratización de la Feria como una ofensa de clase. Lo de la Caseta Municipal
fue el colmo. Iba a ser convertida en la “Casa del Pueblo”, clamaban, y la
Feria en una “pobre verbena de barrio”. Para los torcuatos, la nostalgia de los
paseos por el real de los Franco, los príncipes a su sombra, toda la realeza
afín y sus caballerizos, cortesanos, artistas, meretrices, toreros y comisionistas
de toda ralea, eran la esencia montada de la Feria.
La portada del periódico de ese
primer domingo democrático de la Feria, que hoy afortunadamente respira de otra
manera, fue infame. Se dolía de clase. Ayer, como hoy, se trataba de
ridiculizar a un representante del pueblo, su primer alcalde democrático, y a
una de sus concejales. La Feria democrática no les gustaba y no estaban
dispuestos a que, habiendo pasado dos días, la representación del pueblo se
repusiera pronto de cuarenta años de dictadura y clasismo ladrón de las
tradiciones de un pueblo. Para ellos, en un editorial infame -“Aunque no lo
parezcan”, titulaban-, los culpables del deterioro eran el alcalde democrático,
por socialista andalucista, Luis Uruñuela y, junto a él, una concejala comunista,
Amparo Rubiales. ¡Había llegado el jamón a la Feria! No han cambiando mucho los
torcuatos.
Como decía Manuel Chaves Nogales
en La Ciudad, el espíritu de la Sevilla del pueblo, la que siempre soportó los
excesos del señoritismo y su atraso culpable -la Feria no lo iba a ser menos-,
estaba colonizado por la cateta españolada y el panderetismo. Y la carcunda no
estaba dispuesta a perder ese privilegio.
Otra vez este año soportamos el
telecatetismo forastero aliado con el indígena. Y así y todo, los caballeros
veinticuatro y el empresariado feroz siguen masajeando nuestras tradiciones
para que quepa siempre un dos de mayo.
Los observadores cortesanos han
reinado este año en que en la Feria se come jamón, de lo que apenas nadie se
salva, aún echando a faltar siempre un agradecido plato de cuchara que empape
nuestras resecas interioridades manzanilleras. Pues sí, se come jamón, jamón
del que se paga o al que te convidan tus amigos, felices de celebrar contigo
otra nueva primavera. Hay jamón de comisionista pero, en la mayoría de las
veces, procede del trabajador o empresario que te da lo mejor que te puede
ofrecer.
Sin embargo, los oblatos,
inválidos encargados de los peores oficios, han enviado a Sevilla a sus
diáconos y monaguillos para que, como el Cardenal Segura, señalen a los
culpables de las malas costumbres seculares. Al grito inquisidor de “¡Mortadela
para el pueblo!”
A todos estos les anima, decía
Chaves Nogales, “ese plebeyismo madrileñista de palacio, chulapón y villano, de
los decantados chisperos y las majas marquesas”.
Que disfrutéis de vuestras ferias
y verbenas. Tranquilos, no os vigilaremos.
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