LA SACRALIZACIÓN DE LA IMAGEN
POR ALBERT
El
refrán que define al hombre mediocre y a la sociedad actual es el: “más vale
malo conocido que bueno por conocer”. La conformidad responde a la comodidad en
la sociedad del consumo y el estado del bienestar.
Esperar
un cambio del exterior como podría ser la mejora de las condiciones materiales
es una insensatez, el espíritu no se transforma con pan o trabajo, tiene que
haber un estado de introspección que modifique el pensamiento y por lo tanto la
conducta individual, de manera que se pueda dar una nuevo tipo de relaciones
basadas en la fraternidad y la solidaridad.
El
refrán que define al hombre mediocre y a la sociedad actual es el: “más vale
malo conocido que bueno por conocer”. La conformidad responde a la comodidad en
la sociedad del consumo y el estado del bienestar.
La
ausencia de espectativas condiciona la vida del hombre moderno y lo sujeta a la
ley del mercado y el Estado. La dependencia es casi total, no hay vida más allá
del Capitalismo.
La
sacralización de la imagen que ha implementado el sistema a través de los
medios de comunicación de masas responde a un reforzamiento constante del
Estado y el Capital como garantes de la seguridad de las sociedades. La imagen
define, crea y transforma el pensamiento del individuo para adaptarlo a las
circunstancias que va creando el sistema que lo domina.
A
medida que el individuo es absorbido por el sistema, éste va retroalimentando
la máquina que lo sujeta. En estas condiciones no existe ya un verdugo y una
víctima. Tanto el dominador como el dominado precisan de una imagen que les dé
una cierta seguridad en el plano material y espiritual de manera que tanto uno
como el otro puedan sobrevivir. Hay una dependencia mútua que también les da un
sentido a su existencia.
El
vacio espiritual que le provoca al hombre medio una vida independiente no puede
ser asimilado como tal y debe confrontarlo con relaciones basadas en la
jerarquía y la autoridad. La imagen de la autoridad también se sacraliza en
nombre de la seguridad. La obediencia y por lo tanto la sumisión al sistema
conforman el leitmotiv de la vida de las sociedades modernas que se resignan a
una existencia banal y mezquina con ciertas dosis de espectáculo para su
entretenimiento.
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