DE ELEVADO CORAZÓN
Y ESTATURA
RAFAEL ZAMORA MÉNDEZ
Todo aquel buen herreño, como mi atento coligado, Ánghel Morales
García, fiel apegado entusiasta del nativo ancestro, correspondiente a La Lucha
Canaria, intuye bien a las claras que el mismo, ha sido mucho lo que hasta más
allende de las distantes fronteras nos ha sabido hacer sobresalir, motivo por
el cual, sobre todo, los curtidos veteranos, suelen estar al corriente de haber
llegado a conocer a toda una extensa lista existente de Grandes Figuras
oriundas, que en el presente, para nosotros, nos sería bastante arduo de
intentar especificar, dada la extensión de la misma y, por desdicha, totalmente
al pairo entre los vigentes contextos de la moderna juventud, actualmente,
adherida con desbordante fervor a las intrincadas peripecias del tan difundido
balompié.
Cierto que, para muchos, nunca quedarán en las tenebrosas
negruras del egoísta olvido, los populares nombres de RAMÓN MÉNDEZ, CIRIACO
MÉRIDA, los BRAVOS y MARTÍNEZ, PASCUAL HERNÁNDEZ, JUAN GUTIÉRREZ, AGUSTÍN PADRÓN, alias ROMERO, LUÍS CANO,
TOMÁS ZAMORA, y otros muchos, pertenecientes por entero a unos remotos tiempos,
perennemente señalados ya en las vivientes páginas de la más difundida
tradición.
Sobre el justipreciado tío, Tomás, al que nunca tuve el inmenso agrado de haberle podido
personalmente conocer, por certeros labios de otros queridos familiares y
excelentes amigos, con indicados pelos y señales, gratamente, he conseguido
captar algunos singulares hechos que nos ponen de manifiesto, con auténtica
veracidad de que, además de su imponente estatura corporal, también fue algo
impresionante en muchos de los variados aspectos habituales de su absorbente
existencia.
Al parecer, se distinguió por su singular esplendidez, inaudito
altruismo, buena voz cantarina y caballeroso corazón desprendido.
Con toda equidad, como meritoria recompensa y honorífico
galardón, recibió el curioso título de
“ARISTÓCRATA DE LA LUCHA”.
De esa congénita hidalguía, de su campechana nobleza, a lo largo
de su equitativa presencia sobre la faz de este mundo, supo dar grandes
muestras de factibles realidades, poniendo de relieve unas loables virtudes
particulares, muy plausibles de embelesar para ser íntegramente admirarlas, al
mismo tiempo que de procurar tenerlas en cuenta.
Como simple prototipo de lo que estamos aseverando, nos basta
relatarles, un sorprendente hecho que, claramente, lo pone de manifiesto:
Celebrábase una de esas apasionantes “luchadas corridas”, por
regla general, casi siempre interminables.
No se desafiaban equipos contra equipos, como se hace en
nuestros días, sino pueblos contra pueblos.
Se emprendían los deportivos choques con el pesado sol de la
tarde y, no acababan hasta la total desaparición de su luminosa luz.
Por aquellas fechas, había regresado de la tórrida isla de Cuba,
la soñada meta de todos los emigrantes de antaño, un buen paisano que quiso
darse los pomposos aires de “indiano”, de hombre a quien le había sonreído la excéntrica
Diosa Fortuna; de que traía los bolsillos bien repletos de dinero.
No encontró mejor manera de darlo a demostrar públicamente que,
ofreciendo una tentadora onza de oro al valiente que aquella célebre
tarde, fuese capaz de tumbar a Don
Tomás.
La extraña propuesta se extendió rápidamente como un reguero de
encendida pólvora por lo que el encuentro, cobró un excepcional interés,
consiguiendo que el gentío fuese enorme y la emoción se elevase al más
intenso rojo vivo, esperando sin interrupción, la llegada del tan anhelado
momento.
¡Tumbar a aquel coloso era algo imposible, inaudito!
¡Reunía todas las condiciones necesarias para practicar, como diestro campeón, el
autóctono deporte!
Sus pasmosas dotes de altura, bimbache fortalezca y fenomenal
agilidad prodigiosa, le hacían casi invencible.
Se hallaba nuestro hombre en medio del corro, erguido,
desafiante, tirando a unos y a otros, con una facilidad de vertiginoso asombro.
Aquella tarde, no había podido acudir su esposa a verle luchar
por encontrarse algo indispuesta y, él le había dicho que “no regresaría a
casa... ¡hasta después de haber tumbado a cuarenta hombres!”
¡Casi nada! Pudo decirse que anduvo rozando tan exorbitante
cantidad y, que si no lo consiguió, fue porque le salió al paso un curioso contrincante que...él, sabía, andaba
verdaderamente falto de agobiantes recursos económicos.
¡Entonces sí, entonces sí que, voluntariamente, se dejó caer por
dos veces seguidas, con el solo propósito de que aquel pobre ser necesitado, se
apropiase de la apetecida onza de oro!
La plaza se vino abajo de atronadores aplausos al comprender
enseguida, la magnanimidad dadivosa de aquel campanudo gesto, siendo sacado a
hombros por la enardecida multitud que, sin paliativo alguno, unánimemente, le
aclamaron como único y exclusivo triunfante de aquella irrepetible y destacada
jornada.
¡QUÉ COLOSAL FUE MI DESCONOCIDO TÍO TOMÁS!
GRANDE EN TODOS LOS
SENTIDOS:
¡EN EL DE LA ESTATURA, CABALLEROSIDAD Y CORAZÓN!
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ESTE RELATO, TAN
SINGULAR,
DE TAN NOBLE LUCHADOR HEREÑO,
SIEMPRE SERÁ DIGNO DE
IMITAR.
POR LA FORMA SUBLIME
ESPECIAL,
DE PERDER CON SEÑORIAL EMPEÑO.
ESTOS hechos, Amigo MORALES,parecen de puro cuento pero, la realidad es que sucedieron en su día y que, ¡todavía, al mencionarlos en tu "NACIÓN CANARIA", uno se emociona y entusiasma!
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