AHORA SÍ QUE HAY PELIGRO
EN CATALUNYA
CARLOS ELORDI
Sería
un milagro que el Tribunal Constitucional no aceptara el recurso del Gobierno
contra la candidatura de Puigdemont. Puede que alguno de sus miembros dude al
respecto, pero desde hace mucho tiempo está claro que la mayoría de ellos
descarta la posibilidad de disentir con quien les concedió ese jugoso cargo
justamente porque su obediencia estaba garantizada. Por eso es prácticamente
seguro que Puigdemont no será president. Tal y como estaba previsto desde la
noche del 21 de diciembre, cuando se comprobó que los independentistas volvían
a obtener la mayoría del parlament.
Puigdemont
estaba sentenciado desde el día que se aplicó el artículo 155. Y si han surgido
algunas dudas de que esa sentencia no iba a cumplirse ha sido porque el
president ha demostrado ser mucho más hábil y tenaz que lo que sus verdugos
suponían que podía ser. Le dejaron presentarse a las elecciones y luego recoger
su acta de diputado porque ni vislumbraron que podía convertirse en candidato
indiscutible a la presidencia. Ni se les ocurrió pensar que lo que iba a hacer
desde Bélgica y mucho menos que podía tener el éxito de imagen europea que
cosechó en Dinamarca, dejando una y otra vez en ridículo al gobierno y a los
tribunales españoles. Pero ese recorrido tenía un final anunciado. La incógnita
era cómo se implementaría y cuantos errores cometería este gobierno antes de
llegar al mismo. El último ha sido del propio Rajoy, que el miércoles dijo en
Onda Cero que el gobierno no actuaría para frenar la investidura de Puigdemont
antes de que el intento se consumara y que el jueves aceptaba que Susana
anunciara el recurso.
Y
a la vista de esa última metedura de pata, no tan gorda como la de las cargas
del 1-O y las antes citadas, no sólo cabe confirmar la ineptitud de Rajoy y de
los suyos sino también sospechar que La Moncloa sufre presiones y no sólo de
las capitales europeas: el dictamen del Consejo de Estado es un claro indicador
de que en el entramado del poder hay más de uno que disiente con el gobierno.
Veremos si el recurso ante el Constitucional agudiza o no esas tensiones. Pero
Ciudadanos y los amigos de Aznar están al acecho. A medio plazo esos indicios
pueden convertirse en hechos que influyan decisivamente en el panorama político.
Pero hoy por hoy el gobierno manda y su prioridad es acabar con Puidgdemont,
aunque eso suponga mantener el artículo 155, quien sabe si intensificar su
aplicación, que no haya presupuestos y que la política española y el
funcionamiento de las instituciones sigan manga por hombro.
La
aplicación del 155, hace ahora cuatro meses, llevaba inevitablemente a las
consecuencias que se están viendo en las últimas horas. Porque esa decisión
respondía a una posición política muy clara, la del rechazo a cualquier vía de
diálogo con el soberanismo, que no solo era posible sino también necesaria tras
el 1-0, y sólo podía implementarse erradicando en la medida de lo posible al
independentismo, empezando por sus líderes. Con su apoyo a la medida, el PSOE y
Ciudadanos asumían sin fisuras esos planteamientos. Lo cual era especialmente
grave en el caso de los socialistas, porque repudiaba toda su trayectoria
anterior en la cuestión en la que, con idas y venidas y algunas tensiones muy
serias, siempre se aceptó el diálogo con el nacionalismo catalán. La
convocatoria electoral para el 21 de diciembre no tenía cabida en ese
planteamiento. Sólo se explicaba porque alguien convenció a Rajoy de que los
independentistas iban a perder y porque además creía que eso le iba a gustar a
Europa. Pero el soberanismo ganó, Ciudadanos atrajo todo el voto
“constitucionalista” y el PP catalán casi ha desparecido. Y luego Puigdemont
hizo lo que hizo. Y llegó la nevada de Guadarrama. Y encima Ricardo Costa cantó
la gallina en el juicio de la Gurtel.
Sí,
presentar el recurso ante el Constitucional puede entenderse como un intento
por recuperar la iniciativa política. Pero se habría ido por esa vía, tal vez
con menos torpeza, aunque los vientos hubieran sido más favorables para el
gobierno. Rajoy no es capaz de emprender otra vía que la de la dureza en el
conflicto catalán. Su cultura política, que viene del franquismo sin solución
de continuidad, y sus limitaciones no le permiten otra opción. Ese es el único
dato seguro a la hora de atisbar cual puede ser el inmediato futuro. El
recurso, si el Tribunal Supremo no lo rechaza, va a provocar una situación
política aberrante en Catalunya. La vida parlamentaria quedará de hecho
suspendida y colocada en lo que los especialistas llaman un limbo jurídico. Se
habla de la posibilidad de nuevas elecciones. ¿Pero quién dice que no las
ganará nuevamente el independentismo que hasta ayer estaba muy dividido
internamente pero que como otras tantas veces en el pasado se ha vuelto a unir
de golpe contra Madrid?
Hay
demasiadas minas activadas -la de los dirigentes independentistas injustamente
presos es una de ellas- y demasiados procesos en marcha como para descartar que
la situación se agrave en Catalunya. Y si el gobierno decide aplicar más a
fondo el 155 -empezando por meter en vereda a los medios públicos catalanes- la
cosa se podría poner aún peor. Porque por mucho que se ignore en el resto de
España, o se induzca a que se ignore, el colectivo independentista sigue en
pie. Y si algo no lo remedia puede que entre en un estado desesperación, del
que puede derivarse cualquier cosa, al comprobar que cada golpe que propinan a
lo suyo es más fuerte que el anterior.
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