CRUZAR LA LÍNEA (CUADERNO DE VIAJE AL PAÍS DE WHITMAN)
Sol LeWitt, Straight
Brushstrokes in All Directions (1993)
Special thanks to Gerald & Rossy
and all the FEIPOL family
Soy un huérfano / Y aquí estoy / en el centro de toda la
belleza
Frank O´Hara
Salida
de casa con el vértigo renovado del viaje. Las maletas a la espalda, volver de
nuevo al camino como una odisea repetida hacia sí mismo. Los campos abiertos
del norte mexicano quedan a la vista durante siete largas horas sin detención,
alevosía contemplativa del espacio circundante, con música de fondo un
travelling personal que dona sentidos ocultos al movimiento.
La
idea latente, reiterativa, obsesiva de que el cuadro es la realidad, mimetismo
inverso, aquellas pinturas con sus verdes cinéticos valen para una memoria del
tránsito. El pasajero hace al paisaje. Espejos, autorretrato, este diario en
curso rumbo al país de Whitman.
Luces
de Monterrey por primera vez. Los peldaños telúricos de la Sierra Madre
Oriental, el corredor hacia otras tierras en Nuevo León: lluvia salvífica,
hogar de acogida entre libros de Margarito Cuéllar, soñolencia placentera. El
viajero en la noche transita otros lares, el sueño es más real, tocar a tientas
el vacío.
Puente
Internacional: La Línea, Río Bravo al otro lado del cristal. Hay otro tiempo
distinto entre las hojas de hierba, el país del viejo poeta de barbas blancas
tan amado. Estos lugares conservan el mediodía de la siesta del último fauno a
pesar del dramatismo del muro. Y pregunto por los indios de las películas, la
guerra de independencia, esta luna tejana palpada al fin mientras hace
tiralíneas con la bandera a media asta de Bicentenary Road.
En
McAllen todos los caminos llevan al Walmart: bioconsumo, merchandising,
shopping war. Sigo como una promesa de libertad el rumbo espontáneo de los
perros callejeros y de los mirlos en el jardín a pesar de las videocámaras.
Aquí entendí los derroteros ambientales que llevaron la soga al cuello de
Foster Wallace.
Observar
a distancia y con prudencia metódica los movimientos de un veterano de Vietnam,
al mediodía con su gorra del 2000 mientras rebusca entre libros a dólar en la
public library algo que misteriosamente y sin mucha fe le devuelva su infancia
doblemente perdida.
Whataburgers.
La señora chicana que dispensa las burger a los clientes me dice que me deje de
cuentos y tome un vaso para beber algo refrescante. Ella va y viene como esa
madre latina de los United States que cada día deja el hogar con destino al job
sin derechos y sin descanso y sin futuro. Todavía sonríe en mi memoria.
USA
es un calor extraño. Casi de suspensión del alisio a toda costa, parecido al
vapor seco de los parkings comerciales. Miro alrededor y el calor tejano enseña
los dientes y calla.
A
ras de suelo, leaves of grass. Entre las cuadrículas de casas en McAllen
existen lugares libres que en pequeñísimas escalas acontecen como una vida
paralela. Esas partículas cósmicas de las hojas de hierba que prosiguen la
biorritmia propia de todas las mañanas. Por encima de la sombra verde que acoge
a la magia de los grillos irrumpen los motores y el eco de motores y más
motores que alejan las hojas de hierba hacia el libro de nuevo, los poemas.
Las
primeras noches de sueño en United States han sido plomizas, muy coherentes, de
un tirón. Sin más huellas que las de un cuadro abstracto de Sol LeWitt.
The
lone star. Considerando la extensión total del Estado de Texas su bandera
responde a la soledad amplia y diáfana que cada uno de sus habitantes asume de
por vida. Una sola estrella como símbolo cosmovisional. Cerca del muro de
Trump, de este lado, los dreamers hacen suyo el brillo solitario estelar de la
bandera tejana: todas las estrellas de cada uno y juntas a la vez mantienen la
vigilia hacia el sueño.
A
la hora punta del atardecer / entre los jardines de Hackberry Road: un pájaro/
corona con sigilo las sombras venideras/ y lejos, muy lejos / los jóvenes
tejanos lanzan a canasta / sin importarles este sol /del poema.
La
imagen al trasluz de la casa de enfrente y bajo la seda de la cortina: césped,
camino, tejados. Imagino todas las tardes del mundo por medio de esta ventana,
los hogares de la federación vistos con la misma pátina de una veladura otoñal
con sunset minimalista. Un país que palpita con mayor profundidad en sus fotografías.
Adorar todavía más a Hopper.
Noche
latina en Havana Club. El baile contagia el roce, los cuerpos cercanos
proyectan una gravitación especial, las chicas de McAllen bailan en solitario
como turistas que huyen de la tristeza del invierno. Una gran familia a ritmo
de cumbia, latin people, azúcar en la sangre, orgullo continental.
Imposible
estar en este lugar y no tener presente a La Bestia, la cerrazón de un cielo
que se hace tragedia para miles y miles y miles de solitarios robinsones
centroamericanos que prosiguen la humacera de un futuro incierto. Escuché a la
presidenta de Las Patronas hablar de la esperanza, era la humanidad entre
nosotros, susurrando al oído.
Retorno
a casa. Los paisajes de Nuevo León con la velocidad de un camino sin vuelta
atrás. El sentimiento inédito de estar ya de vuelta en casa, un paso sentido
con absoluta franqueza. En la primera parada vi a una señora vendiendo tacos
del infierno, las gentes de Monterrey estás más acostumbrados al vínculo con
fronteras terrenales. Una vez en casa, la huasteca: longevidad de la roca, las
montañas son reino vertical, alpinismo de lo bello, espíritus huicholes como
refugio de la mirada, final del viaje, poetas.
Acercarse
ahora al cuaderno de viajes como un clavadista a su trampolín.
Samir
Delgado, 2018
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