EL BALCÓN
DUNIA SÁNCHEZ
Escavo
los sonidos del alba. Me asomo al balcón, geranios rojos, blancos inundando su
estructura. Me doy paso para embellecerme con las primeras tonadas de la
jornada, perfecta, casi eterna en mis sentidos.
La polución aun está en calma, cacharros abogados al asfalto con el
trepidante ronroneo de sus motores. Me molesta o tal vez no. Ahora solo quiero
inspirar y espirar de esas filigranas solares primerizos atenuante de la
sequedad y frialdad de mis manos. Me asomo al balcón, la memoria me escuece. No
sé por qué ambulo sonámbula en un ayer manchado ¡ahí la memoria¡ La cogería por
el cuello y la retorcería, le amputaría cada dolor, cada pena asentada en mis
espaldas. Sombra negra de lágrimas y
fijamente miro este despertar, el tiempo
pasa pero siempre hay un resquicio de torbellinos turbulentos que ata cada uno
de mis pensamientos. Miro los geranios,
habrá que quitar las hojas secas. Cojo
unas tijeras posadas en la mesa donde ellos sonríen y los podo. Así están
mejor, hay que arrancar lo feo, lo malo, lo dañino aunque sus heridas no
supuren. Los mirlos, mosquiteros y herrerillos comienzan su concierto y me
pierdo en lo armónico, en lo gracioso, en la belleza resultante de sus conversaciones. No las entiendo pero hay algo de felicidad en
sus corazoncillos. Pausadamente cierro los ojos, profundamente observo algo de
mi esencia y continúo en la existencia secreta de las llagas. Las desalojo. Me voy adentro, el gélido
ambiente mañanero rompe mis pesadillas.
Me sitúo frente a un viejo aparato de música y suena Gorecky con su sinfonía nº 3. Me siento y embelesada soy
estática mirada de una pared, blanca, muy blanca.
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