SHAKIRA, PIQUÉ, LULA Y BOLSONARO
JUAN CARLOS MONEDERO
¿Cuáles son los conflictos en los que nos jugamos la vida? ¿Es posible empoderarnos sin repetir los errores de los que queremos combatir?¿Cuánta frivolidad necesitamos para no ahogarnos y cuanta densidad para no abandonarnos?¿Podemos identificarnos con lo que les pasa a otras personas y en otros lugares o debemos pensar nuestros propios desafíos?
En estas mismas
páginas, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos resumía con
brillantez los fundamentos de la ideología de extrema derecha que comparten
Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Vox e Isabel Díaz Ayuso
en España, Viktor Orban en Hungría o Donald Trump en Estados Unidos. Una mezcla
de viejo fascismo, de cacofonía y mentiras en las redes sociales y de crisis
del modelo neoliberal que deja legiones de desencantados. Empiezas despreciando
la construcción de lo público y terminas en un campo de concentración.
Esa ideología
-"ideología" entendida como una manera de entender el mundo sostenida
por falsas percepciones que ocultan la verdad escondida tras los argumentos- ha
terminado articulando un corpus bien trabado que, en tiempos de agotamiento de
tantas cosas, ofrece refugio a quienes estén dispuestos a no romperse demasiado
la cabeza.
Esta ideología, en
primer lugar, resucita la trinidad fascista de "Dios, patria y
familia". Pese a la "muerte de Dios" nietzscheana, la fuerza de
este argumento es enorme. Dios, porque no puedes demostrar que nada de lo que
digan en su nombre sea falso. Dios como necesidad ante la incertidumbre y como
guía para suspender el miedo caminando por los raíles que autoritariamente
señalan. De nada vale que les digas a
ellos que no compartes su mirada porque no tienes pruebas de la existencia de dios
alguno, porque, como decía Tertuliano, responderán: "Creo porque es
absurdo". Einstein perdería un debate en Twiter con un terraplanista.
Cuando las cosas van de emocionalidad, los buenos arguementos son irrelevantes.
Dios otorga el
sustento al "orden natural de las cosas" (en el que se cree y es
"revelado" no argumentado ni sostenido por leyes ni consensos
racionales) que trae de la mano la "familia natural", esto es, la
familia patriarcal donde ni la mujer ni los hijos tienen derechos, donde no se
permite otra unión que la de un hombre y una mujer (si hay sexo separado de la
reproducción desaparece el control del hombre sobre la mujer) y donde los hijos
y su cuidado en soledad y exclusividad son la razón de ser y el lugar en el
mundo de las mujeres. Una mujer empoderada lo es porque entiende su condición
individual derivada de un patrón colectivo y rompe de adentro afuera con ese
orden de cosas. Y de ese dolor compartido surge una empatía que no busca
soluciones individuales (algo propio de un feminismo liberal que busca una
solución particular y no colectiva), sino que construye una categoría
compartida. En España, el gobierno en Castilla y León del PP y Vox quiere que
las mujeres que deciden abortar escuchen el latido del feto. La familia
"natural" es de nuevo una cárcel para las mujeres.
En la misma línea,
la patria es la que han construido los hombres con la sangre derramada y las
mujeres pariendo hijos para la guerra. En ese discurso patriotero, desaparecen
los que defendieron una patria diferente -en España siguen 114.000 buenos
ciudadanos que creyeron en una España republicana enterrados en fosas, zanjas y
cunetas-. Igualmente se miente sobre el heroísmo de los propios -casi siempre
son las derechas las que traicionan a la patria y llaman a fuerzas extranjeras
para solventar los problemas domésticos- y se reclama el monopolio de los mitos
y los símbolos de la nación para que parezca que solo hay una. Es evidente que
en esa construcción ideológica hacen falta enemigos exteriores, pero, sobre
todo, enemigos interiores.
En España, las
derechas se han apropiado mutilándolos de la bandera, del himno, de la
Constitución, bastardeando todos los símbolos compartidos, igual que los
golpistas bolsonaristas iban envueltos en la bandera de Brasil y vestidos como
jugadores de la selección brasileña (no se trata de una decisión personal, sino
un mandato táctico de Steve Bannon, el estratega de Trump y de Bolsonaro, que
es quien enseña esa apropiación de la idea de nación a todos los miembros de
esa "internacional reaccionaria" en marcha).
Señala también
Santos que el otro gran elemento añadido a esa triada propia de los regímenes
fascistas es la idea de "libertad". Una idea absoluta que tiene
detrás la defensa absoluta de la propiedad privada y la mutación del Estado
social en un Estado que abandona las tareas de redistribución y regulación
económica y se torna en un Estado "vigilante" y autoritario al
servicio del orden propietario. Por eso las leyes mordaza son leyes esenciales
en el modelo autoritario de la extrema derecha y por eso la defensa de la
libertad individual frente a las regulaciones y de la propiedad privada contra
la suficiencia fiscal del Estado son una expresión de los ricos y
"sobrados" contra las necesidades colectivas.
Que puede tener
aspectos chuscos como aquel "a mí nadie me dice cuántas copas de vino
puedo beberme" de José María Aznar para oponerse a la prohibición de
conducir borrachos -algo en lo que le siguieron no pocos de sus fieles, entre
ellos el magistrado del Constitucional, Enrique López-, pero que va también al
asesinato de líderes medioambientales o indígenas que se oponen a empresas
depredadoras del medio ambiente. Que llega igualmente a la defensa arrogante
del incumplimiento de las obligaciones fiscales por parte de ricos y famosos
(las televisiones se encargan de demonizar o exonerar a amigos o enemigos),
expresada en deudas millonarias a Hacienda, ingenierías contables y tolerancia
hacia los paraísos/guaridas fiscales, y
que dificultan la existencia de sanidad, educación, vivienda, energía o
transporte públicos. Y también hay que leer en esta lectura ideológica de la
"libertad" el armamiento de los propietarios para defender con
fusiles de asalto y pistolas automáticas "sus derechos" -por ejemplo,
el derecho a que los negros o los pobres o los trabajadores o las mujeres no
tengan derechos-, y que se zanja con asesinatos donde, por lo general, mueren
siempre miembros de los mismos colectivos.
Reza la ley de
Greshan que cuando circulan dos monedas legales, la que la gente tiene por
"mala" termina por expulsar a la que se tiene por "buena".
La explicación es lógica, porque el público tiende a ahorrar la buena y hace
sus intercambios con la que le importa menos desprenderse. Lo importante de
esta "ley", enunciada por el comerciante inglés del siglo XVI Thomas
Gresham, es que lo que marca la que vaya a ser la moneda con la que se ahorra o
con la que se intercambia depende de la percepción de la gente, que termina por
convertir las profecías en realidades (ocurre en muchos países donde el dólar
sustituye a las monedas oficiales).
En términos
ideológicos, podríamos afirmar que aplicando la ley de Gresham al ámbito
conservador, la ideología "mala" (la extrema derecha, cuya
"maldad", en términos sociales, está ligada a su arbitrariedad y
tendencia a la violencia) está expulsando a la "ideología" buena (una
derecha democrática que defiende el ordeny el statu quo pero respeta el contrato social y la
pluralidad social). Esta expulsión de la derecha moderada por la extrema
derecha (fijémonos que han desaparecido en muchos países la democracia
cristiana, los liberales y los conservadores, reuniéndose el voto en torno a
personas con tintes autoritarios que refuerzan el mito del enemigo interior) se
explica porque en tiempos de incertidumbre, la violencia actúa como una suerte
de ingeniería social que traza el camino y, por tanto, reduce la vacilación. Al
ser contundente en señalar al "enemigo", militariza el pensamiento y
traza una trinchera donde en un lado están los traidores y en el otro los
patriotas. Además de que el engorilamiento que construye el discurso de la
extrema derecha termina por señalar también como "traidor" el
discurso moderado.
Una de las ideas
centrales que apunta Santos es que en Brasil no hay un 49% de fascistas, igual
que en la Alemania de 1932 no había 13,7 millones de alemanes que estuvieran
votando por los campos de exterminio cuando votaron al partido nazi. Lo que no
quita que igual que votar a Hitler en 1932 llevó al desastre, votar a Bolsonaro
por segunda vez hubiera llevado a la democracia brasileña a la catástrofe. Lo
relevante es entender que si una proporción alta de la ciudadanía no ve futuro
en los partidos democráticos, termina votando a los que desprecian a la
democracia.
En España, votar a
Vox, además de un voto inducido por los medios de comunicación y por una
racionalidad que invita a pensar en el "sálvese quien pueda"
(racionalidad escondida en la sociedad consumista, mercantilizada y donde lo
público ha sido duramente golpeado) es un voto que dice simplemente: "Si
los demás no me solventan los problemas, quedan estos". Por eso una medida
reformista como una renta básica universal como la que ha planteado Podemos
-entre 700 y 1.400 euros en virtud de los individuos y el número de personas
por hogar- se convierte en revolucionaria en la medida en que es el principal
freno al auge de la extrema derecha.
En mitad de la
guerra de Ucrania, del intento de golpe en Brasil o del deterioro de la
convivencia en tantos sitios, anda el mundo
-en especial España- enredado con
una canción que Shakira ha dedicado a su ex, Gerard Piqué, con una base musical
de Bizarrap. En esa canción -que para hacer todo más candente ya tiene incluso
acusaciones de plagio- la cantante colombiana se queda a gusto repasando su
relación con el futbolista catalán y consiguió decenas de millones de
reproducciones en apenas unas horas. El debate es interesante en un mundo donde
la multiplicación de la información impide la vivencia de sucesos colectivos
compartidos. Ya no son los medios de comunicación los que convocan a un
acontecimiento que comparte una generación (quizá los últimos son los que
tienen que ver con la muerte y coronación de reyes y sus entornos), tarea de la
que se encargan las redes sociales.
La canción tiene
detractores y fans. Los que señalan que Shakira tiene derecho a triturar a su
ex y a su actual novia invirtiendo el papel que tradicionalmente han tenido los
hombres, y quienes dicen que le falta sororidad al hacer trizas a su sustituta,
que no deja de ser también una mujer; quienes defienden su condición de
"loba" que no llora por las esquinas haber sido abandonada por una
joven con la mitad de años y quienes dicen que no hay que confundir el dolor
con los negocios; quienes dicen que los trapos sucios se lavan en casa y los
que defienden que ya está bien de lamentarse en los bares y en el comedor y no
poder gritar a los cuatro vientos que tu ex te parece un gilipollas; quienes
dicen que Piqué ya era un cretino antes cuando estaba con la cantante, y que
Shakira ha sido una pija todo el rato a la que no le molestaba estar con un
probado cretino, y quienes aúllan celebrando el repaso al modelo patriarcal y
sienten que esta venganza empodera a todas las mujeres. Qué bueno que haya
debate sobre estos asuntos, aunque se cuelen los descerebrados que tienen mucho
músculo y poco cerebro, los que en vez de cabeza tienen una pelota de futbol y
esa legión de gente resentida que, en verdad, da igual lo que diga.
La verdad es que
Shakira ha usado contra Piqué recursos que tradicionalmente usan los hombres
para humillar a las mujeres. ¿Ah, que eres tú el que factura? Pues ahora la que
factura soy yo. ¿Qué eres rico? Pues yo más. ¿Que necesitas excusas para
sentirte más hombre? Pues yo soy una mujer entera. Pero no es menos cierto que
hay muchas mujeres en la misma situación que no van a poder quitarse la pena ni
la humillación facturando ni haciendo caja. Al tiempo que el uso de
comparaciones con elementos propios de la propiedad masculina -relojes, coches-
no deja de generar desigualdades más allá de que una mujer rica pueda tener
Rolex y Ferraris. Shakira puede haber hecho un "himno" que satisfaga
en un subidón la autoestima de tantas mujeres maltratadas, pero es un himno en
un mundo donde los contornos los han dibujado los que han privatizado lo
público.
Dejemos que cada
cual saque las más virtuosas lecciones del acontecimiento Shakira-Piqué, pero
no olvidemos que casi todo lo que acompaña a la publicidad -por lo general
obscena- de las parejas famosas está más cerca de la sociedad que construyen
los Bolsonaro que la que quieren inventar los Lula. La canción de Shakira se
pinchará en muchos sitios al lado de algún tema de Paquita la del Barrio y
después de alguna canción pegadiza de los Hombres G, y eso en sí ya
equilibra. Pero hagamos una reflexión
conjunta de que nos queda un mundo por construir donde si quien lo sigue
dibujando es la extrema derecha, las canciones las vamos a cantar en las cárceles.
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