LA SORRIBA. CECILIA DOMÍNGUEZ
LUIS.
JUAN FRANCISCO SANTANA
Todo comienza cuando “se acercan las horas en las que duelen más las ausencias y los agravios, perdida ya toda esperanza…” siendo el momento en el que Cecilia Domínguez Luis se plantea que lo que va a narrar, a compartir, a desvelar y a terminar con la injusticia del silencio injusto porque como dijera Willy Brandt: “Permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen.” Por tanto, es un basta, un hasta aquí, para que, de una vez por todas, se termine con la injusticia que hizo de las mujeres que se quedaron en Canarias mientras sus maridos se iban, en principio, en busca de soluciones, pero, en muchos casos, olvidando a las mujeres que en las islas se quedaban, pasando estas calamidades e injusticias, muchas difíciles, o imposibles, de narrar pues simplemente recordarlas se hace muy doloroso. Vivenciar esas experiencias, tantos años silenciadas, ha sido un ejercicio de dar visibilidad a algo que no se había, hasta este momento, planteado, es decir, ver la emigración con los ojos de las mujeres que vieron partir a sus maridos en busca de una mejor vida y que ellas nunca llegaron a disfrutar, siendo a partir de aquel momento de la partida el inicio de un camino lleno de obstáculos, difícilmente salvables debido a las adversas circunstancias: tiempos de hambre y de carencias, afrontar el sacar a la familia adelante sin la ayuda del marido, los abusos, de todo tipo, a los que eran sometidas por las necesidades, la compañía de la soledad y un largo e interminable etcétera.
El 21 de diciembre de 2018 la RAE (Real Academia Española)
incluía la palabra sororidad en el diccionario de la lengua española, teniendo
dos acepciones: la primera dice que es la amistad o afecto entre mujeres y la
segunda la solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su
empoderamiento. Vendría a ser la agrupación que se forma por la amistad y
reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar
un mismo objetivo. Por todo ello La sorriba es un ejemplo claro de sororidad,
uno de los más interesantes que he leído, aunque en los años en los que está
ambientada no podían imaginarse que su lucha y su ayuda mutua pudiera, pasados
los años, convertirse en un referente tanto antropológico como histórico.
Es curioso, pero, como escribía Graham Greene en su obra “Viajes con mi tía”: “Nuestra vida está hecha más por los libros que leemos que por la gente que conocemos”, siendo una gran verdad. “La sorriba” es uno de esos libros, imprescindibles, que una vez lo hemos leído nos es imposible no tenerlo en cuenta. Cecilia Domínguez Luis ha conseguido uno de esos libros, esos que recordaremos pasados los años y que podríamos elegir para leer a aquellos que nos pidan que les contemos una historia, aunque en este caso sea desgarradora y nos llene de congoja e impotencia, por momentos, pero que nos aporta grandes dosis de vivencias que hay que compartir, simplemente para que nunca se olvide a quien no merece ser olvidada. Cecilia ha puesto la palabra y a mi mente venían imágenes de caras de mujeres sufridas y trabajadoras, sin rostro, pues yo no recuerdo haber visto a las mujeres de las que mi madre me contaba sus penurias al irse sus maridos a Venezuela pero sí recuerdo a Antonio, aquel vecino que jugaba a la baraja y que conocí en la niñez y que, de repente, desapareció porque se fue a la octava isla, aunque hoy sería mejor llamarla la novena, y jamás le volví a ver. Aún hoy recuerdo su cara y me imagino, solo me puedo imaginar, el dolor de unas mujeres y de unos hijos que jamás volvieron a ver a sus padres y me puse en el lugar de Luis, el niño que debía asumir ser el mayor de los hermanos y aun así no pudo contener el llanto, aunque lo intentara, al no comprender lo que su padre había hecho. Desgarradores instantes narrados con una enorme maestría y un sello particularísimo.
Cecilia Domínguez Luis parece que dibujara las caras y nos hace
sentir en el alma de las protagonistas el odio y el rechazo que se tiene a los
representantes del régimen, en este caso al alcalde y al cura, porque abrazan,
sin ningún tipo de miramientos, la falsedad y el servilismo interesado, incluso
la decepción, y el inevitable odio, que se genera en un niño de tan solo diez
años que capta la incongruencia y la doble moral en el discurso del
representante de la iglesia. Todo está tamizado y controlado por el poder del
género y nada está en manos de las mujeres, bueno sí que hay algo que deben
tener claro, la sumisión y la entrega, sin discusiones. De manera magistral,
Cecilia, nos hace ser partícipes del deseo femenino de tocar el cuerpo desnudo
del ser al que se ama pero que se reprime pues debe ser el hombre el que dé el
primer paso. ¡Cuántas frustraciones y deseos reprimidos por mor de políticas y
creencias castradoras de felicidad y depravadas hasta el paroxismo!
Los Eriales, el pueblo en el que se desencadenan las historias,
es un lugar alejado del mundo en el que malviven los que nada tienen y en el
que los sueños son verdaderas utopías ante el poder castrador de la realidad
circundante, viniéndome a la mente las palabras del escritor y poeta polaco
Stanislaw Jercy Lec: “El que busca el cielo en la tierra se ha dormido en clase
de geografía”. Para las protagonistas de La Sorriba el entorno y las
circunstancias son un verdadero infierno, en el que se queman sus vidas pero
que aprenden, poco a poco, a apagar las llamas que amenazan su existencia.
Parejas como las de Lourdes y Amaro, Amalia y Lorenzo, Carmen y
Martín, Roque y Mercedes, Dolores y Manuel quedarán para la memoria colectiva y
que representarán al resto, a una inmensidad de familias que a lo largo de la
historia se han visto rotas, huérfanas de padre y en el que las madres han
debido desempeñar las dos funciones, afrontando los retos que juntos eran un
imposible y que solas debían sobrellevarlo, animándose y convenciéndose a pesar
de que “la tierra es ingrata, porque el malpaís no está solo en el terreno,
sino en el corazón de los hombres, y hay que sorribar, sorribar, y a veces es inútil.”
La soledad les llevó a sufrir tropelías, vejaciones y
violaciones, amén de todo tipo de carencias. Incluso el revirado o mariquita
que para que no se le señale se mete a cura, saliendo, una vez más Martina, la
maestra, a decir: son personas que sienten de manera diferente y que les
gustaría ser libres para poder elegir. Esas respuestas con enseñanzas morales
son una constante en la obra que hoy presentamos, saliendo, en la mayoría de
las ocasiones, desde el personaje que podía aportar luz a los demás, aunque los
no iluminados, a su manera, nos dan lecciones de solidaridad, amor propio y
también de saber sobrellevar lo que para otros sería un imposible.
Cientos de palabras, que Cecilia Domínguez Luis nos presenta en
un glosario, como colofón a esta obra, que hoy en día no se escuchan, desfilan
ante nuestros ojos y como ejemplo he querido incluir alguna, entre otras
cuestiones porque las escuché de niño de boca de mi bisabuela Victoriana y
también de mis abuelos y de mis padres: quinqué, jacer, pos, ansina, dir,
destinta, jago, destinto, sarandaja, chafalmeja (aunque en mi entorno se decía
chaflasmeja) amuló, güeno, montarse a la pela, mirando pa los selajes,
p’alante, endenantes, enfurruña, amula, ensimba, emperra o dispués.
O dichos, de la misma manera hoy en día casi nada conocidos,
quedando, eso sí, en la memoria de los entrados en años: “El hombre es fuego y
la mujer estopa y dispués viene el diablo y sopla.” o “Jasta que no se ordeña
la cabra no se sabe la leche que da.”
Impactante la llegada de las tres mujeres de la Sección Femenina
al pueblo y su visita a la escuela y su alegato en como deben comportarse y
vestirse las mujeres decentes. O cuando el alcalde manifiesta: a todas las
mujeres la excita un buen cintarazo. O también cuando Martina, la ya mencionada
maestra, le dice a Mercedes que explique a los niños y niñas de la escuela, que
ella tenía sentados juntos en contra de las normas establecidas, dándole
protagonismo y haciéndola sentir importante por momentos a pesar de sus dudas,
pasando a explicar su viaje a Venezuela y a la capital Caracas. Hechos emotivos
que hacen que la novela sea un canto a la sororidad, al apoyo entre mujeres
para superar situaciones tremendamente complejas.
Algunas veces, solo algunas veces, nos encontramos con novelas
que aportan grandes dosis de luz a la ciencia histórica y antropológica, campos
en los que me muevo día sí y otro también, convirtiéndose en auxiliares de la
historia que abordan cuestiones que no se reflejan en los documentos que nos
encontramos en los archivos pues debemos tener presente que los historiadores
trabajamos con papeles, muchos de ellos desechos por el paso del tiempo o por
los mordiscos de los insectos, sacando a la luz lo que los escribanos
recogieron en el pasado pero con esta novela tenemos el privilegio de añadir a
la ciencia las inmensas posibilidades de la creación literaria o, mejor dicho,
vistiéndola con las mejores galas.
Solo en tiempos muy recientes se generaliza el reconocimiento a
la labor que han llevado a cabo las mujeres y por ende sus hechos han quedado
olvidados por mor de la concepción masculina que se ha tenido, opacando y
ocultando, a conciencia, los valores que la mitad de la sociedad aportaba.
“La sorriba”, como ya he reflejado, es una obra repleta de
palabras, hoy para la inmensa mayoría desconocidas, que me saben a caricias y a
besos de infancia, trayéndome al hoy caras y arrumacos llenos de ternura. Hay
unas pocas ocasiones que cualquier cosa que se diga de una obra literaria queda
empequeñecida por la magnitud de aquello que estás presentando por mucho que te
esfuerces en estar a la altura que deseas y hoy es uno de esos casos porque “La
sorriba” es una obra maestra dentro de la literatura hecha en Canarias.
Muchísimas felicidades Cecilia Domínguez Luis y miles de gracias
por, entre otros beneficios, brindarnos la posibilidad de ser privilegiados
lectores y de hacernos sentir, de nuevo, el ser acariciados por aquellos seres
que tanto nos marcaron.
Juan Francisco Santana Domínguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario