EL ABORTO ES UN DERECHO, NO UN
FRACASO, NI UNA TRAGEDIA
No
respondamos al ataque neocon contra el aborto con argumentos morales o
moralizantes. Es un derecho, y no hay que justificarlo. Solo ampliarlo y
defenderlo
VANESA JIMÉNEZ
Manifestación
en defensa del derecho al aborto
en Madrid el 1 de noviembre de 2016.
El aborto es un derecho de las mujeres. El control sobre nuestro cuerpo –y nuestra fertilidad y reproducción–, inalienable de nuestra dignidad como personas, se enmarca en los derechos humanos. Y pese a ello, el aborto libre, legal y seguro está aún por conquistar o en estado de amenaza constante. Aquí y en casi cualquier lugar del mundo. Hemos visto las dos caras en los últimos años. En junio de 2022, no mucho después de que las mujeres argentinas vieran por fin reconocido su derecho al aborto tras años de intensa lucha feminista, la Corte Suprema de Estados Unidos derogó la doctrina ‘Roe contra Wade’ que convirtió en constitucional la interrupción voluntaria del embarazo en 1973. En apenas seis meses, 13 de los 50 estados del país prohibieron este derecho.
En la España de
2023, el aborto ha vuelto a portadas de periódicos y aperturas de informativos.
No es algo nuevo. La batalla más o menos latente de movimientos sociales
ultraconservadores se envilece ante normas que amplían los derechos de las
mujeres. Ya pasó con la ley de plazos del Gobierno de Zapatero en 2010, que
pese a sus limitaciones eliminaba los tres supuestos –violación, riesgo para la
salud física y psíquica de la madre y malformación el feto– de la primera norma
que –al menos en parte– dejó de considerar el aborto como delito, la de
González en 1985. Y vuelve a ocurrir ahora, con la nueva ley del Gobierno de
coalición, que devuelve derechos cercenados por la reforma del ejecutivo de
Rajoy en 2015 y amplía otros. La novedad es que los ultras están en las
instituciones y su ofensiva neocon contra las mujeres cobra protagonismo: es
unos de los engrudos de las extremas derechas del mundo y de grupos de todo
pelaje.
Ellos no solo
quieren quitarnos un derecho, pretenden además que se imponga su marco
Así que aquí
estamos, defendiendo de nuevo el derecho al aborto, convencidas de que si
durante la legislatura de Rajoy conseguimos descafeinar la ley Gallardón y
echar al ministro de Justicia que le dio nombre –el de “la maternidad libre
hace a las mujeres auténticamente mujeres”–, ahora, con los ultras como socios
necesarios, la lucha será más dura. Castilla y León es el ejemplo. Porque ellos
no solo quieren quitarnos un derecho, pretenden además que se imponga su marco,
uno que nos considera irresponsables, promiscuas, incapaces. Tras las
ecografías en movimiento y los latidos fetales con olor a Sección Femenina y
NODO, a Polonia y Hungría, está justo eso: dejarnos claro que necesitamos tutela,
porque las mujeres todo lo hacemos a la ligera. Tanto es así que, según leo en
El País, en una información publicada mientras escribo este artículo, el 28 de
diciembre los tres senadores de Vox presentaron en la Cámara alta una propuesta
de veto a la nueva ley de salud sexual y reproductiva e interrupción del
embarazo para impedir que las mujeres podamos abortar sin contar con el
hombre/padre. El partido ultra critica “que no se reconozca ninguna
intervención al padre en la decisión que puede suponer…”. Permítanme que no
acabe la frase.
En el marco ultra,
y aparentemente no tan ultra –siete altos cargos del PP forman parte de la
cúpula de Familia y Dignidad Humana, una fundación que rechaza el aborto
incluso en caso de violación, y que dirije el senador popular por Cantabria
Javier Puente– también está la idea de fracaso individual asociada al aborto.
La idea se repite. Si te violan, quizá llevabas la falda muy corta, o estabas
donde no debías, o diste señales equivocadas, o habías bebido. Si te violan debes
encerrarte en casa a penar. Si abortas, la responsabilidad es tuya, porque no
debiste quedarte embarazada, y decides mal, y no eres fuerte. Y también debes
encerrarte en casa a llorar. En este marco, que nos señala como culpables, es
donde en muchos casos nuestra defensa del aborto hace aguas, porque nos
justificamos con argumentos morales y moralizantes, y nuestro derecho de pronto
parece un derecho de segunda.
Muchas mujeres que
en los días pasados han defendido el derecho al aborto, mujeres progresistas,
han usado frases del tipo “es uno de los momentos más difíciles de una vida”.
Palabras como tragedia, drama, angustia han acompañado alegatos que esconden
una culpa que no nos corresponde. El aborto es un derecho y no hay que
justificarlo. No es bueno ni malo por sí mismo. Y sus porqués no son relevantes
para la defensa del derecho. Hay mujeres que viven ese momento con dolor y hay
otras que no. Y estas últimas no son peores personas, ni peores mujeres. A
veces, tras un aborto hay historias dramáticas, de pobreza o maltrato. Pero
otras muchas veces no las hay. Solo hay mujeres que deciden no ser madres
porque están en su derecho de hacerlo.
Fracasos y
tragedias relacionados con las mujeres hay muchos en este país. Como el de esa
esclavitud que viven las miles de mujeres que recogen fresas en Huelva, muchas
de ellas marroquíes contratadas en origen para la campaña, que soportan la
explotación, el racismo y los abusos sexuales. O como el drama de esas otras
miles de mujeres, camareras de piso, con las manos y el cuerpo destrozados de
hacer camas y limpiar a destajo. O como el de esas miles de mujeres invisibles
que se ocupan de los cuidados de seres ajenos en la sombra del sistema. O como
el de tantas mujeres que, desde los márgenes, son el único adulto en el 83% de
los hogares monoparentales que hay en España (El 53,3% de esas familias se
encuentra en riesgo de exclusión o pobreza, frente al 27,9% general). O como
las mujeres que sufren la violencia machista. O como las mujeres que mueren
asesinadas…
Esas mujeres no
importan. Los providas fake se preocupan muy poco de nuestras vidas. Cuanto más
frágiles, menos les preocupamos. Mujeres, personas LGTBIQ, migrantes… Solo
existimos para sus guerras culturales.
En la cuestión del
aborto nuestra respuesta debe ser contundente, porque después de tantos años
sigue siendo un derecho muy precario en España: no podemos abortar en los
hospitales públicos. Miren la tabla que publica el Ministerio de Sanidad con
los últimos datos sobre el número de interrupciones voluntarias de embarazos en
2021. El 85,5% de los abortos se siguen practicando en instalaciones privadas
mediante conciertos con la sanidad pública (en 2011, los centros privados
efectuaban más del 96%). Por cierto, estaría bien que el Ministerio dejara de
detallar los motivos de la interrupción del embarazo. Qué nos importa.
En los últimos
años, gracias a la ola feminista que sumó a decenas de miles de personas a su
paso, hemos hablado de muchas cosas, también de nuestra libertad sexual. Hemos reflexionado
sobre el placer, menos de lo que quisiéramos, porque nos han impuesto un marco
del peligro. Hemos reivindicado nuestro deseo y nuestro pleno dominio de la
voluntad. Hemos denunciado la concepción pasiva de la sexualidad de las mujeres
como pilar de la violencia machista. Ahora nos toca defender el aborto. Y para
ello es fundamental que aparquemos los argumentos morales. Por encima de
cualquier cosa, el aborto es un derecho de las mujeres. Uno fundamental. Y de
ahí que siempre esté en riesgo. No envolvamos el aborto en capas de pesar o
culpa. No caigamos en la trampa.
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