miércoles, 18 de enero de 2023

LOS CONEJOS EN LA CHISTERA DE XI JINPING

 

LOS CONEJOS EN LA CHISTERA DE XI JINPING

El presidente chino cambia de estrategia respecto a la lucha contra la pandemia y las tensiones con Occidente

XULIO RÍOS


China sorprendió a todos con el abrupto cambio en la estrategia de combate a la pandemia, pasando drásticamente de los controles extremos (confinamientos, test sistemáticos y cuarentenas colectivas) a la ausencia casi total de ellos. En octubre, en el marco del XX Congreso del PCCh, Xi Jinping alardeaba de la política de Covid cero como muestra de una superior eficiencia sistémica frente al modelo liberal, que para proteger la economía apostaba por la convivencia con el virus a pesar de que ello implicaba asumir el coste de una elevada pérdida de vidas.

 

En aquel evento, que consagró a Xi para un tercer mandato, nadie le podía echar en cara datos de contagios, hospitalizaciones o muertes, que en China, con una abultada población, ofrecían cifras pírricas en comparación con el Occidente desarrollado. Ahora, sin embargo, se saca de la chistera el abandono de esta política a marchas forzadas…

 

¿Por qué cambiar de estrategia? ¿Es parte de una agenda más amplia de cambios que nos aguardan en el nuevo año del Conejo? Podemos suscribir la idea, señalada por las autoridades, de que, tras haber evitado los peores estragos de la variante Delta y otras similares más mortales, la menor letalidad de la Ómicron facilita, y hasta aconseja, la implementación de la nueva política. Y quedarnos ahí. Pero si vamos más allá y contextualizamos esta decisión, podemos deducir un ajuste importante en la política china y su agenda para los próximos meses.

 

Xi se ha asegurado la marginación de los sectores menos complacientes con su estrategia en el último lustro

 

Lo primero que hay que tener en cuenta es que se han alcanzado los principales objetivos políticos de cara a la conformación del liderazgo y Xi se ha asegurado la marginación de los sectores menos complacientes con su estrategia en el último lustro, en aspectos que van desde el modelo de lucha contra la pandemia hasta las relaciones con Occidente.

 

Tres síntomas

 

A esa discriminación de los sectores menos afines procedería sumar ahora la apropiación y desactivación de algunas de sus críticas. Si en las últimas semanas, especialmente con el estallido de las protestas cívicas en noviembre, se ha podido constatar una sensación de agotamiento de la política de Covid cero, otros aspectos sobresalientes merecen atención. En primer lugar, atendiendo a las advertencias sobre lo delicado de la coyuntura y de las graves consecuencias de persistir en aquel rumbo, la recuperación económica pasa a primer plano con el propósito de volver a la normalidad cuanto antes. La puesta en marcha de políticas de estímulo a diversos niveles, sectoriales y territoriales, y un mayor esfuerzo por garantizar la estabilidad de las cadenas de suministro, refuerzan esa convicción. Pese a los habituales vaticinios pesimistas, todo apunta a que el objetivo de crecimiento  de China para 2023 se situará en el entorno del 5,5 por ciento, tras crecer en los tres años de pandemia a un promedio del 4,5 por ciento. Esto debería garantizar la consecución de los objetivos del plan quinquenal vigente y la recuperación de la agenda socioeconómica.

 

La recuperación económica pasa a primer plano con el propósito de volver a la normalidad cuanto antes

 

En segundo lugar, es un tanto sorprendente también el anticipo en el cambio del ministro de Exteriores, Wang Yi, por el exembajador en EE.UU. (desde 2021), Qin Gang, una de las novedades incorporadas al Comité Central del PCCh en el XX Congreso. Lo normal hubiera sido esperar a las sesiones legislativas de marzo. Se rompe así una muy larga tradición presente en la amplia nómina de sus antecesores (desde Huang Hua al propio Wang Yi). Puede justificarse por la inminente visita del secretario de Estado de EE.UU., Anthony Blinken, a Beijing para ensayar el muy complejo reseteo de las relaciones entre ambos países. Pero también es llamativo el anuncio del relevo del portavoz de Exteriores, Zhao Lijian, considerado un reconocido líder de los “wolf warriors”, los diplomáticos de estilo agresivo promovidos por la administración de Xi. Ambos gestos trasladarían el mensaje de un previsible ajuste en la política exterior orientado a limar asperezas con EE.UU. y Occidente, especialmente en las formas más que en los contenidos, pero con afectación en diverso grado a estos últimos.

 

Un tercer elemento significativo es el discurso de Año Nuevo de Xi Jinping. En él obvió las expresiones que pudieran ser interpretadas como más militantes y hasta beligerantes en relación a Taiwán, el contencioso que más puede incendiar las relaciones con Estados Unidos. Ese lenguaje más suave coincide con el nombramiento de Song Tao, exdirector del departamento internacional del PCCh, al frente de la Oficina de Asuntos de Taiwán, como sustituto de Liu Jieyi, que ocupaba el cargo desde 2018. No es que Xi abandone el postulado de la reunificación y la revitalización, ni siquiera que vaya a aparcar las misiones militares aéreas y marítimas en las inmediaciones de la isla, pero sugiere un mayor afán en la creación de las condiciones indispensables para facilitar más interacciones positivas en el Estrecho de Taiwán con la mirada puesta en las decisivas elecciones de enero de 2024.

 

La cuestión de fondo que inspiraría estos ajustes es la preocupación por el estado general de la economía y el nivel de frustración ciudadana, aspectos enfatizados por el primer ministro, Li Keqiang, y su entorno, y la necesidad de retomar la agenda prepandémica.

 

En marzo de este año, cuando se lleven a cabo las sesiones parlamentarias chinas y se conforme buena parte del aparato institucional estatal, será el momento de calibrar los efectos políticos de esta pirueta estratégica de Xi. Pero quienes auguran que la hipotética pérdida de reputación y credibilidad asociada al cambio de política con la pandemia llegará a comportar una erosión de su cuota de poder pueden estar muy alejados de la realidad en el marco actual. Xi, con un pleno totalmente afín en el Comité Permanente del Buró Político, tiene garantizada una proyección sin apenas contestación. Y si algo ha caracterizado su mandato hasta ahora es una profunda repartidirización del Estado, con lo que sus equilibrios respecto a los nombramientos principales serán de menor empaque. Si a ello sumamos ese rebaneo de las aristas socialmente más críticas de sus detractores internos, el margen de actuación seguirá holgado en tanto en cuanto sea capaz de preservar la estabilidad general y relanzar la economía.

 

La pandemia ha servido a Xi Jinping para reforzar su posición interna y la propia legitimidad del PCCh, y tratará de sortear las críticas asociadas a la insostenibilidad final de su política. En modo alguno se aceptará un cuestionamiento de su idoneidad e infalibilidad. Por tanto, puede ser muy ilusoria la idea de que Xi ha llegado al límite de su poder y que a partir de ahora se inicia su decadencia. Ello a pesar de que si la imagen del XX Congreso era la de un PCCh cerrando filas en torno a Xi, lo que ahora momentáneamente vemos son atisbos de un Xi cuestionado socialmente, con manifestantes reclamando su dimisión y una expectativa de la salida de la pandemia que puede resultar más complicada de lo previsto por más que los datos se oculten o se edulcoren. Y, ciertamente, nada está escrito.

 

El Año del Conejo

 

En esos tres frentes (la gestión final de la pandemia, la recuperación económica y la moderación en las tensiones con Occidente), Xi se juega no solo la capacidad para alcanzar los objetivos nacionales marcados por el PCCh sino también el alcance de su poder. Pese a que los aparentes nuevos matices introducidos en estas políticas no suponen abdicación alguna de los tópicos al uso (el sueño chino de la modernización, la fidelidad a la misión revolucionaria original, etc.), pueden ayudar a desactivar las críticas de los sectores menos afines. Y aunque estos a buen seguro mantendrán la vigilancia, el giro en cuestión les confinaría por el momento a la mera expectativa.

 

Está por ver, finalmente, cómo influirá este nuevo rumbo en la estrategia de EE.UU., si le sigue o no el juego a China, si se inclina a formalizar una relativa tregua en el marco del incipiente diálogo estratégico o si, por el contrario, interpreta este contexto como una muestra de debilidad, es decir, una oportunidad para incrementar la presión y seguir estrechando el cerco. Y si ello profundiza o no las contradicciones entre los principales aliados en el posicionamiento respecto a China.

 

La búsqueda de un apaciguamiento temporal no indica un cambio sustancial de política en Beijing

 

La búsqueda de un apaciguamiento temporal no indica un cambio sustancial de política en Beijing, pero a los países desarrollados de Occidente les puede interesar la definición de un cierto tiempo muerto para reparar las heridas de estos años de severos contratiempos, agravados por el estallido de la guerra en Ucrania. En cualquier caso, en modo alguno es previsible una acentuada distensión, de la que se alejarían los principales frentes en los que se dilucida el contencioso estratégico principal. En este sentido, sí podemos esperar cierto alivio en la guerra comercial, aunque no en la pugna tecnológica.

 

Estabilizar los frentes de tensión, moderar las crisis y aliviar la inquietud de los ciudadanos constituyen las prioridades para Xi en el Año del Conejo. Es mucho lo que se juega y probablemente no le será de gran ayuda haber prescindido en su entorno inmediato de esa pluralidad de visiones que tanto contribuye a enriquecer el debate y a mejorar las posibilidades de acierto en la definición de políticas.

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