DERECHA CONTORSIONISTA
El
globo sonda lanzado por Vox en Castilla y León pone en evidencia la
ambivalencia del Partido Popular respecto a la interrupción voluntaria del
embarazo.
PABLO ELORDUY
La Ley de 2010 no disparó el número de abortos. Abortar de forma segura y haber convertido esa posibilidad en un derecho no lleva a las mujeres a practicarlo más: en 2021 hubo 10,7 abortos por cada mil mujeres entre 15 y 44 años, el año de aprobación de la ley del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, la cifra era de 11,71. Cuando el Partido Popular presentó su recurso contra la Ley del Aborto en el Tribunal Constitucional —y, más adelante, cuando el entonces ministro de Sanidad, Alberto Ruiz Gallardón, presentó una ley regresiva bajo el ideario de que “la mujer siempre es víctima”—se estaba planteando una cuestión que, doce años después, sigue marcando la agenda política y que tiene más que ver con el auge de la agitación y propaganda de la nueva derecha que con un cambio sustancial en las estadísticas de interrupción voluntaria del embarazo.
El ataque a la autonomía de las mujeres a través del rechazo al
aborto libre y seguro fue la base sobre la que se ha edificado la ideología
neoconservadora surgida en los años 70 en Estados Unidos que, en íntima
comunión con el movimiento evangélico, hizo de la destrucción de los estados de
bienestar su agenda implícita. Un informe publicado esta semana por el
estadounidense Instituto de Política Económica (EPI) y recogido por El Salto ha
señalado la correlación entre la explotación laboral y la limitación de los
derechos reproductivos. Una de las conclusiones de la autora del informe es que
“la pérdida del derecho al aborto significa la pérdida de seguridad económica,
independencia y movilidad para millones de personas”. Otro artículo académico,
de septiembre de 2022, señala la aparente contradicción de que los Estados que
mantienen un acceso seguro al aborto llevan a cabo más políticas de protección
de las familias que aquellos que lo limitan.
La agrupación de la derecha reaccionaria en una contraofensiva
bajo el supuesto empeño de la “protección de la vida” ha creado su propia
constelación de líderes globales. Donald Trump o el fallecido magistrado del
Supremo estadounidense, Antonin Scalia, Jair Bolsonaro en el conjunto de
Latinoamérica, Viktor Orban o Giorgia Meloni en Europa, e incluso Vladimir
Putin en Rusia, son los frutos de una estrategia política que comparten una
fachada familiarista y el empeño por vaciar de contenido la democracia en lo
social y económico. Pese a las derrotas de Trump y Bolsonaro, y pese a los
mohines con los que gesticula la Comisión Europea contra Orban, está por ver
que esta estrategia haya salido derrotada.
Los latidos de Vox
Como ha explicado Sara Plaza Casares esta semana, el anuncio por
parte del vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo,
de la puesta en marcha de una serie de actuaciones disuasorias para la práctica
del aborto, es un despropósito sin criterio científico que lo justifique y va
en contra de la norma aprobada en 2010. Ninguna comunidad autónoma puede
plantear un protocolo que vulnere la actual ley, pero eso no ha impedido que
Vox, el partido al que pertenece García-Gallardo, haya aprovechado su cuota de
pantalla para seguir aportando dosis de espectáculo que contrarresten su por
ahora nula capacidad de acción política efectiva.
Lo que está en juego no es disminuir el número de abortos en
Castilla y León —por motivos demográficos es, junto con La Rioja y Extremadura,
la comunidad donde menos se llevan a cabo— sino señalar las contradicciones del
Partido Popular. Los intentos de Vox de escapar de la redundancia política han
llevado al PP a tener que estirarse como un contorsionista en un tema como el
de los derechos reproductivos. Ya pasó con Gallardón y su ley, derrotados en
2014 por la movilización feminista. El Gobierno de Rajoy, en aquel momento con
mayoría absoluta, no pudo o no quiso confrontar con la abrumadora mayoría
social que defiende el derecho al aborto libre y seguro. La propia mayoría conservadora
del Tribunal Constitucional eligió meter en un cajón el recurso que el PP había
hecho a la ley de plazos de 2010, la revisión, que se producirá en febrero, la
llevará a cabo un tribunal con mayoría progresista. Hoy, la ocurrencia de la
vicepresidencia de la Junta de que las mujeres que deciden abortar escuchen el
ruido del feto antes de la intervención añade un punto de show para evidenciar
la contradicción que este tema provoca en el partido principal de la derecha
española.
El PP no puede trasladar a la opinión pública lo que realmente
pasa: que da por hecho que la Ley de 2010 ha consolidado el derecho al aborto
en España y que la disputa actual en torno a las medidas aprobadas por el
Congreso en diciembre se centra en si el actual sistema de externalización a la
sanidad privada de ese derecho va a ser sustituido por la asunción de esta
competencia por el sistema público, en el que actualmente solo se realizan el
15% de las intervenciones. Es decir, si la interrupción del embarazo es una
cuestión que se dirime en los mercados o si la sociedad la que se tiene que
responsabilizar de garantizar las condiciones en que se da.
Descartada por irrelevante la izquierda antiabortista, una
tendencia que solo funciona de manera teórica entre algunas luminarias del
rojipardismo, el punto en el que se encuentran los movimientos sociales de todo
el mundo es en la toma de conciencia de que el derecho al aborto seguro y libre
no es una batalla cultural más sino que está siendo el factor clave en un
ataque a la vida en todas sus etapas —desde la cuna hasta la residencia— por
parte de quienes se hacen llamar provida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario