viernes, 20 de enero de 2023

LA DESERCIÓN

 

DESVÍO

EL SUICIDIO

Cuento de

                               LA DESERCIÓN                              

Fragmento

 

José Rivero Vivas

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José Rivero Vivas

LA DESERCIÓN – Obra: C.03 (a.03) – Cuento –

Ilustración de la cubierta: Cinco bañistas en el mar

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

Berlin, Brücke-Museum.

(ISBN: 978-84-18902- 36-9) – D. L.:TF 219-2022 –

Ediciones IDEA, Islas Canarias. (Año 2022)

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José Rivero Vivas

DESVÍO

EL SUICIDIO

Cuento de

LA DESERCIÓN

(Fragmento: Págs. 85-89)

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Ayer se suicidó Raimundo. Se cansó de estar aquí, y decidió terminar. Luego comenzaron las conjeturas acerca del motivo que lo indujo a quitarse la vida. Sus amigos se pusieron a reflexionar, pero ninguno daba con la clave del misterio en que Raimundo quedaba envuelto con su muerte voluntaria. Las suposiciones fueron de Este a Oeste y de Norte a Sur, pasando por meridianos y paralelos, sin saltarse uno siquiera; mas, las naves pensantes de sus amigos no lograron atracar en puerto aclaratorio ni navegar bajo vientos esclarecedores; la mar se mostró borrascosa, los días nubosos, las noches oscuras y sin estrellas.

-¡Qué desventura! -murmuran apenados todos.

Lo del cansancio de Raimundo se supo porque él mismo lo dejó escrito: Estoy exhausto, y necesito prolongado reposo. Adiós. No decía nada más. La nota, pequeña, estaba allí, sobre la mesilla de noche. La vio un agente, y la entregó a su compañero porque no fue capaz de descifrar la letra, totalmente ilegible.

Raimundo renunció a la vida y se mandó mudar. Muy bien. Pero, y los amigos, ¿qué? Nada. No los tuvo en cuenta, e hizo mal, pues, por este acto suyo, sin importancia para otros, tuvieron que reunirse donde solían y, mentalmente, seguir sus pasos a través de su corta vida, buscando afanosos explicación en el libro de Durkheim, que Raimundo y ellos desconocían. Una tarea estupenda que indirectamente les había encomendado.

Raimundo era cómodo, y hasta burgués, en el sentido de amar las cosas gratas que colman el buen vivir, aunque su economía no era lo bastante holgada como para dar cumplimiento a sus inclinaciones muelles y sus aspiraciones más caras. Ahora bien, Raimundo no trabajaba tanto como para estar cansado. Su labor no era agradable, pero tampoco podía catalogarse de agotadora; así que, su decaimiento procedía de su desánimo para hacer frente a la monotonía de su destino, no originado por el esfuerzo físico desarrollado para ganar el sustento. Por ello, sus amigos consideraron que se trataba, probablemente, de cosas propiamente suyas.

De más joven, fue rumboso, e incluso aventurero en amor. No un don Juan, claro está, que no todo el mundo tiene la suerte, aun cuando lo pregone, de poseer damas rendidas a su encanto y su bolsa; pero, mal que bien, alguna moza le entregó sus prendas mejores. Con el transcurso de los años fue tranquilizándose, por no tener más remedio: la juventud no da más de sí, se quejaba, y la verdad era que alguna decepción terminó con su coraje, por lo que no se enfrentaba ya a las muchachas para requerirlas y festejarlas. Tal vez, por ello, llevaba una larga temporada apartado de la jarana anterior; como, además, había rebasado la edad que Albert Camus señala en “El mito de Sísifo” como determinante para tomar conciencia del tiempo, es posible que el hombre se encontrara un tanto apesadumbrado y exento de valor. Pero, no; Raimundo no se sentía afligido por la rápida marcha de Cronos a través de sus distintas etapas, hitos fugaces en su efímero existir, ni pensaba mucho en su malhadado discurrir. Al menos, eso creían sus amigos, por lo cual les chocó en demasía la severidad de su acto. No obstante, dada la vida que llevaba, podía juzgarse, sin lugar a dudas, que la finitud de la existencia no era problema que le abrumase ni tema que trastocase su sentido. Sin embargo, Raimundo se suicidó, y esto traía en jaque el pensamiento de sus amigos: ¿cuál la causa de su fatal decisión?

Vivía solo: no estaba casado y no tenía novia ni amante. Sus amistades eran pocas, pero buenas. Se hallaba carente de responsabilidades, que había cuidado de no contraer, y, aunque los compromisos rondaban su persona, no se adherían a él con fuerza, por despreocupado que se mostraba. Su vivir era sereno y tranquilo, sin exagerado ascetismo ni libre disipación; no era sobrio en extremo ni pecaba de botarate. Su solaz se limitaba a frecuentar el bar de Graciliano, donde participaba en la tertulia general, y, a veces, se entretenía en ojear, y aun leer, una revista semanal que le prestaba Ventura. Sobre las otras cosas que el hombre debe hacer para mantener su equilibrio, los demás desconocían su realidad. Epifanio, gran íntimo suyo, abogaba porque Raimundo visitaba regularmente un prostíbulo; Ventura, sin embargo, lo consideraba más cohibido; los otros guardaban silencio.

Raimundo era hombre callado, de firmes reservas, que nunca exteriorizaba lo que en su interior anduviera rumiando. Su faz no expresaba idea ni sentimiento, ni dejaba traslucir reflexión alguna. Encerrado en su mutismo evitaba decir sí y no, mientras se limitaba a oír, dando la sensación de no escuchar, ajeno a cuanto su interlocutor pudiera considerar a su respecto. Desechaba opiniones y actuaba sin preocuparse de cuál sería la impresión causada. Su actitud era de autosuficiencia, aunque no se le podía tachar de ufano y pagado de sí mismo, pues, ante cualquier alusión a su impenetrable semblante, se encogía de hombros sin dársele un ardite cuanto su prójimo acordara, dejando ver que nada le importaba su catalogación y que, a sus ojos, carecía de importancia. Raimundo, no obstante, sabía lo que hacía, y era consciente de lo que quería, lo que pensaba, aquello que, a veces, aparentaba e incluso sentía... Se conocía a sí mismo, y acaso pudiera decir de los demás lo que posiblemente ignorasen de sí; ello, sin gritos ni alardes expresivos, sino callado y en silencio.

Raimundo tuvo cierta delicadeza al acabar con su vida: no buscó llamar la atención ni intentó atraer grandilocuencia y publicidad; antes bien, lo hizo llano y sencillo, sin torsión ni rebuscamiento. No se le ocurrió meterse en un cuarto obscuro, simular crimen, o cualquier otra acción delirante por la cual se le pudiera considerar fuera de sí. Nada. No quiso emular ningún pasaje de la obra de Edgard Allan Poe, fecundo imaginativo para estos casos, con aquel cuervo fatídico graznando en el marco de su ventana, y, realmente, fue digno de elogio. Qué buen Raimundo, piensan sus amigos, durante el proceso de análisis de su atroz iniciativa. Acaso su decisión fuera motivada por el miedo horroroso que sentía hacia los batacazos fuertes, causa por la cual, residiendo en Madrid, no se le ocurrió tirarse de lo alto del viaducto al fondo de la calle Segovia, ni en París se subió a lo alto de la Tour Eiffel para lanzarse sobre los jardines del Campo de Marte. Mucho menos, imitando a Larra, se dio un pistoletazo, en pleno día, orillas de una plaza, a la vera del río, sobre la alameda, o en su propia casa. No quiso tampoco armar ningún desaguisado escandaloso, y acaso por ello no viajó a Nueva York con objeto de utilizar el Empire State y desde su altura lanzarse al vacío neoyorquino. Era sentido y cabal y tomaba firme conciencia de sus actos; por eso desdeñó aprovechar circunstancias que le deparasen una muerte espectacular. No era exhibicionista, Raimundo, y se abstuvo de poner en práctica rudezas que para nada servían, porque en caso de lanzarse de tamaña altura, no iba a lograr más resultado que dejarse los sesos pegados a los adoquines del pavimento, como había sucedido ya a más de uno que de esta manera alcanzó su final.

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José Rivero Vivas

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Cuento de

LA DESERCIÓN

(Fragmento: Págs. 85-89)

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(Fragmento)

 

José Rivero Vivas

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José Rivero Vivas

LA DESERCIÓN – Obra: C.03 (a.03) – Cuento –

Ilustración de la cubierta: Cinco bañistas en el mar

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

Berlin, Brücke-Museum.

(ISBN: 978-84-18902- 36-9) – D. L.:TF 219-2022 –

Ediciones IDEA, Islas Canarias. (Año 2022)

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