CUCA GAMARRA Y EL “FASCISMO ETERNO” DE UMBERTO ECO
Puesto
que a la señora Gamarra le gusta comparar lo que ocurre en España con otros
países iberoamericanos, resulta oportuno hacerle la siguiente pregunta: ¿Hay
alguien que pueda equiparar las conductas de los ciudadanos de Catalunya
acudiendo a unas escuelas a depositar una papeleta en una urna con la violencia
de los energúmenos de este domingo?
JAVIER PÉREZ ROYO
La secretaria general del
Partido Popular y portavoz del
PP en el Congreso, Cuca Gamarra.
“No sé definir la pornografía, pero, cuando la veo, la reconozco”. Son las palabras del juez de la Corte Suprema de EEUU Potter Stewart, por las que es recordado más allá del ámbito judicial o académico. Las pongo en conexión siempre que las recuerdo con las palabras de Iñaki Gabilondo en la primera entrevista en la que le preguntaron por Vox. “He vivido casi la mitad de mi vida bajo el Régimen del General Franco y reconozco al franquismo en cuanto lo veo”, respondió Iñaki. Vox es franquismo, esa forma singular española de expresarse el fascismo “originario” o “eterno” en los términos en que lo caracterizó Umberto Eco (Los 14 síntomas del fascismo eterno; CTXT, 16/01/2019).
“Las apariencias
engañan”, dice un conocido refrán. Justamente por eso, es necesaria la ciencia,
añadiría Carlos Marx. “Si la forma de manifestación de los fenómenos económicos
en la superficie de la sociedad coincidieran con la determinación interna de
los mismos, la ciencia sería superflua”. La ciencia es necesaria porque las
cosas no son lo que parecen. Esto es conveniente recordarlo de manera
permanente, especialmente en esta época de “posverdad” y de bullshit. Sin
ciencia no es posible la democracia como forma política.
Pero “no hay regla
sin excepción” y hay determinadas manifestaciones de algunos delitos en los que
las apariencias no engañan. La negación de las apariencias en estos casos son
expresión de lo que Donald Trump y su gente defendían y defienden con su teoría
de los “hechos alternativos”.
Viene a cuento esta
introducción a raíz de las palabras de Cuca Gamarra sobre el asalto a las sedes
de los tres poderes del Estado en Brasil. En España, con Pedro Sánchez, sería
un caso de desórdenes públicos, vino a decir, como si la reciente reforma del
Código Penal hubiera hecho desaparecer el delito de rebelión de nuestro
ordenamiento y hubiera tipificado como desórdenes acontecimientos como el
asalto al Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021 o el asalto a las sedes
de los tres poderes del Estado en Brasilia este pasado domingo.
Por esta razón, las
palabras de Cuca Gamarra, salidas directamente de Génova 13 y utilizando el
canal oficial del PP para transmitirlas, no son solamente indecentes, como las
ha calificado Joan Baldoví, sino que son una forma de manifestación del “fascismo
originario” o “fascismo eterno” tal como lo caracterizó Umberto Eco.
Pero, puesto que a
la señora Gamarra le gusta comparar lo que ocurre en España con lo que ocurre
en otros países iberoamericanos, como Brasil ahora y Venezuela antes, me parece
que resulta oportuno hacerle la siguiente pregunta: ¿Qué tienen que ver las
imágenes de Brasil que ha visto todo el mundo este pasado domingo con las
imágenes del 1 de octubre de 2017 en Barcelona? ¿Hay alguien que pueda
equiparar las conductas de los ciudadanos de Catalunya acudiendo a unas
escuelas a depositar una papeleta en una urna con la violencia de los
energúmenos brasileños de este pasado domingo? ¿Todas pueden ser calificadas
como constitutivas del delito de rebelión? ¿Lo ocurrido en Catalunya el 1 de
octubre de 2017 tiene la misma naturaleza que lo ocurrido en Washington el 6 de
enero de 2021 o en Brasilia este pasado domingo?
Porque los miembros
del Govern y de la Mesa del Parlament y los presidentes de Omnium y la ANC
fueron procesados por el delito de rebelión, aunque al final fueran condenados
por el delito de sedición. Pero la calificación como delito de rebelión fue la
que dominó todo el proceso. La que permitió que permanecieran durante el
desarrollo del mismo en prisión. La que permitió que se les aplicara el
artículo 384 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para dejar en suspenso su
condición de parlamentarios ganada en las urnas. La que permitió al Tribunal
Supremo torpedear la sesión de investidura en Catalunya en más de una ocasión.
Y varias más que no es necesario reseñar en un artículo como este.
La monstruosidad de
esa calificación penal y el desarrollo de todo el proceso con base en dicha
calificación es lo que la comparación de las imágenes de Barcelona del 1 de
octubre de 2017 con las imágenes del asalto al Capitolio en Washington, para
impedir la certificación de un resultado electoral, o con las imágenes de
Brasilia, para incitar al ejército a intervenir, pone de manifiesto.
Esto es lo que
resulta escandaloso y no la desaparición del delito de sedición de nuestro
ordenamiento, de donde debía haber desparecido hace muchos años. Porque el
delito de sedición es un delito predemocrático, que carece de sentido en el
siglo en que vivimos. No ha habido ni una sola condena por sedición en las
democracias europeas después de la Segunda Guerra Mundial.
“España apesta a
franquismo”, dijo Rafael Chirbes en su última entrevista en El Periódico pocos
meses antes de morir. Esa peste a franquismo es la que reflejan las palabras de
Cuca Gamarra sobre lo ocurrido en Brasil el pasado domingo. Que fue, además, la
primera reacción oficial del PP, no desautorizada posteriormente por el
presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo.
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