EL CASO DANI ALVES
DAVID TORRES
Dani Alves durante un partido
de Brasil en el Mundial
de Catar. FOTO: EUROPA PRESS
En la historia de la presunta violación de Dani Alves a una muchacha en la discoteca Sutton de Barcelona, de momento no hay nada probado, mucho menos una sentencia de culpabilidad. No obstante, la prisión sin fianza decretada por la jueza se basa tanto en la verosimilitud del testimonio de la víctima como en el riesgo de fuga por parte del futbolista, quien cuenta con medios económicos más que suficientes, doble nacionalidad brasileña y española y residencia permanente en México -aparte de que Brasil, su país de origen, carece de convenios de extradición con España.
En la declaración
de Alves, que niega rotundamente los hechos, la jueza ha encontrado
contradicciones flagrantes con el informe de los Mossos, quienes interrogaron a
varios testigos, incluidos miembros del personal de seguridad del local. En TV3
se recogieron tres testimonios diferentes del futbolista: en el primero de ellos
Alves decía que no conocía de nada a la chica; en el segundo, que sí la vio
pero que no sucedió nada entre ellos; en el tercero, que fue ella quien se le
echó encima en el baño y le practicó una felación mientras estaba orinando.
Entre el
linchamiento mediático que está sufriendo la estrella de los Pumas -el jugador
más laureado de la historia del fútbol- y el linchamiento mediático que está
sufriendo la denunciante -acusada de intentar hacer caja a costa de una
estrella del deporte- apenas hay término medio: este fin de semana las redes
sociales ardían con hogueras a uno y otro lado. Volvieron a circular las fotos
y los videos que envió a Neymar la mujer que le acusó de haberla violado y que
el futbolista brasileño compartió para explicar que todo había sido una trampa
y que era víctima de una extorsión. La modelo Joana Sanz, esposa de Dani Alves,
declaró que en bastantes ocasiones ha sido testigo de cómo mujeres desconocidas
se acercaban a su marido y que prefería no pensar qué harían cuando ella no estaba
delante. Posteriormente pidió respeto a los medios de comunicación que estos
días la acosaban a la puerta de su casa, añadiendo que estaba de luto por la
reciente muerte de su madre.
Al otro extremo de
las hogueras, un psiquiatra forense explicaba que alguien que lo tiene todo,
como es el caso de Alves, se lanza a por lo prohibido ("hago esto aquí
porque me da la gana y porque soy especial"), una actitud típica en las
agresiones sexuales protagonizadas por estrellas del deporte y que, por lo
visto, se corresponde con el comportamiento altanero de jugador ante la jueza
instructora del caso.
Por si fuera poco,
las grabaciones de las cámaras de seguridad muestran que Alves estuvo
incordiando y acosando a la chica un buen rato antes de llevarla a los lavabos
de la sala VIP, mientras que los vestigios biológicos recogidos en los lavabos
donde tuvo lugar la presunta agresión sexual serán determinantes a la hora de
probar su inocencia o su culpabilidad. Frente al testimonio del futbolista, que
cambió tres veces su declaración, la mujer relató sin titubeos cómo Alves la
encerró en el baño, la abofeteó, le obligó a la practicara una felación y
después la violó. Ha dicho que quiere que se haga justicia y ha renunciado
expresamente a la indemnización a la que tiene derecho en caso de que haya
condena.
Más allá de las
contradicciones en que ha incurrido Alves, de la mala fama que acarrea por su
apoyo a Bolsonaro y de los más de dos millones de euros que adeuda a la
Hacienda Pública española, lo cierto es que ahora todo está en manos de la
justicia y que es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Por
desgracia, sea cierta o no, la historia de Alves es sólo un capítulo más en el
largo y vergonzoso rosario de las agresiones sexuales en el mundo del fútbol: un
ámbito donde no sólo resuena la misoginia ancestral contra las mujeres que se
atreven a denunciar una violación, sino que resuena amplificado por cánticos de
forofos.
El ejemplo más
indignante ha venido, precisamente, de un viejo compañero de Alves, el entrenador
del Barca, Xavi Hernández, quien aseguraba sentirse sorprendido, impactado y en
estado de shock. "Me sabe muy mal por él. No puedo decir nada más".
No, la verdad es que podía haber dicho mucho menos, sobre todo teniendo en
cuenta que se trata de un delito de agresión sexual. Sin embargo, poco más
puede esperarse de alguien que, después de vivir seis años a todo trapo en
Qatar, alababa la tranquilidad y la seguridad de un país donde los derechos
humanos se escriben con mierda de camello: "No vivo en un país
democrático, pero creo que el sistema de aquí funciona mejor que en
España". Una vez más Xavi ha desaprovechado una excelente oportunidad de
cerrar la boca.
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