EL PUEBLO SAHARAUI: UN GRITO
EN EL DESIERTO
GLORIA SANTIAGO
Campamento de población refugiada de Dajla. -Miguel Muñoz
Marruecos invadió el Sáhara Occidental con la Marcha Verde en 1975, ayudado por EEUU y Francia. Al año siguiente, España, estado colonizador hasta entonces, decide abandonar el Sáhara y desentenderse. Para forzar la redención, Marruecos asesina, viola, encarcela, tortura y envenena los suministros de agua, por lo que miles de personas huyen para sobrevivir. Comienza el éxodo del pueblo saharaui por el desierto en un pasaje casi bíblico, hasta asentarse en medio de la nada y permanecer en situación de espera. El regreso a casa es su "Tierra Prometida", pero la gente más mayor baja la mirada entre lágrimas cuando reconoce que no vivirán ese momento.
Pude presenciar el
16 Congreso del Frente Polisario, y en un descanso me acerqué a Bazu, un chico
joven vestido de militar para preguntarle con qué soñaban los niños y las niñas
pequeñas. No se lo pensó: "Todos soñamos con la libertad. Desde que naces
sabes por qué estás aquí". Al rato, otro chico me advirtió: "Cuando
llegues a España, di que aquí solo hay dos opciones: o ganamos esta guerra o el
Sáhara Occidental se convertirá en un cementerio". Estaba expresando,
aunque con otras palabras, el lema del Frente Polisario: toda la patria o el
martirio.
Desde 1975 hasta
2021, las Naciones Unidas han emitido constantes y claras disposiciones donde
admiten el derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui. Se
completan con las resoluciones del Tribunal Superior de Justicia Internacional,
que consideran que España sigue siendo Estado colonizador y Marruecos un
invasor. A todo esto, el tiempo pasa lentamente en los campamentos sin que
reciban, de ninguna potencia internacional, el apoyo suficiente con el que
conseguir, de nuevo, su libertad.
Allí también conocí
a Farrah, una joven farmacéutica que tras pasar muchos años en España había
vuelto al Sáhara por su compromiso con la causa. En una ocasión le pregunté si
hay gente que abandona los campamentos para volver a territorio ocupado con tal
de escapar de la miseria. Hizo memoria. "No. No conozco a nadie y nunca me
han contado que algo de eso haya sucedido". De ahí que al visitar los
campamentos me sobrecoja la resistencia incontestable del pueblo saharaui ante
una realidad tan precaria y deshumanizadora a la que se está condenando a
170.000 personas.
En el viaje,
confirmé que vivir con tantas cosas y tantos privilegios como nosotros, es
vergonzante; pero que aún queda humanidad en la Tierra porque allí comparten lo
que no tienen. He conocido a un pueblo herido por la injusticia que no tiene
espacio para el rencor, sino dignidad para pedir ayuda. No cabe el odio entre
el pueblo saharaui, solo hay lugar para el instinto de defensa y el amor definitivo
a la libertad.
He visto la
fortaleza de las mujeres en esa mirada tan sólida que parece que pesa. Ellas
cada vez están más presentes en el Frente Polisario con sus reivindicaciones
estratégicas en defensa y organización. También la juventud lucha, resiste y
pide espacios decisivos en el Frente. El cariño con el que protegen y cuidan de
su familia y la fraternidad entre todos no la he visto jamás en esta parte del
mundo.
Las relaciones
internacionales son complejas pero para que el pueblo saharaui consiga la
independencia, España puede y debe dar un paso importante. Hacerse cargo de sus
responsabilidades históricas con el Sáhara es un buen comienzo aunque, por
ahora, la decisión unilateral de Pedro Sánchez de alianza con Marruecos sonroja
política y humanamente.
Tras unos días en
Dajla y con el saludo de Brahim Gali, reelegido presidente del Frente
Polisario, la comitiva española regresó a casa. Atrás quedaron Farrah, con su
perspicacia y su alegría; la esperanza y el coraje en la mirada de Bazu, y todo
un pueblo honrado que lucha contra gigantes. Mientras nos alejábamos, entre
dunas y un cielo rojo encarnizado, el Siroco acercaba la súplica del pueblo
saharaui que parecía gritar en el desierto: No nos olvidéis.
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