CUANDO BAJAN DE LOS CERROS
GUIDO LEONARDO CROXATTO
«¿Qué ideal, hermano Cámac, inspira a nuestros dominadores y tiranos que consideran a cholos e indios de la costa y de la sierra como a bestias, y miran y oyen, a veces, desde lejos y con asco, su música y sus danzas en las que nuestra patria se expresa tal cual es en su grandeza y su ternura?» -José María Arguedas, «El Sexto»
“Hay que evitar que los terroristas lleguen a Lima”, se escucha decir a dirigentes del oficialismo y la prensa conservadora. Los “terroristas” son campesinos y trabajadores humildes (como la empleada doméstica asesinada en Puno) que se sienten estafados con la prisión “preventiva” de Castillo. En muchas provincias peruanas las fiscalías especializadas en derechos humanos han pasado a ser fiscalías antiterrorismo.
Han sido asesinadas
ya en Perú sesenta personas, todas de sectores humildes que salían a protestar
y a reclamar la renuncia de la presidenta. El gobierno se ha mostrado
indiferente ante el caos y no ha dicho una sola palabra. Los gobiernos de
América Latina tampoco parecen advertir la magnitud de la tragedia. La policía
corta los caminos para que los “cholos” (los indios) no puedan llegar a Lima.
Para que no “bajen” a la ciudad.
Desde que asumió
Castillo, un maestro humilde, como quienes hoy salen a protestar en el sur del
país, fue asediado por los medios. Castillo cortó apenas asumió el gobierno la
pauta oficial en la prensa peruana. Los medios hegemónicos (Grupo El Comercio,
dueño de Perú 21, o La República) dejaron de recibir financiamiento. Desde ese
momento, y al unísono, todos los medios se dedicaron a atacarlo sin pausa.
Ningún presidente
en la historia de Perú fue requisado la cantidad de veces que Castillo, a
ninguno se le pidió la entrega de las cámaras del Palacio de Gobierno (la casa
de Pizarro) como a Castillo. La aristocracia limeña, centralista y racista como
pocas, no podía tolerar a un maestro rural (a un “cholo”) de presidente. Esto
no exime a Castillo de sus errores (ni las defecciones internas que ha padecido
su gabinete, como la de la misma Boluarte, que hasta ayer nomás era leal y de
izquierda y repentinamente lidera un gobierno asesino). Pero explica el por qué
de su destitución. No son sus errores (ningún presidente peruano tomó alguna de
sus medidas más importantes, como fue el caso de Lugo o de Dilma Rouseff, ambos
destituidos de forma irregular y sucedidos por gobernantes corruptos, que han
perseguido a la oposición, encarcelando a Lula, por ejemplo) sino su identidad
cultural la que explica que hoy Castillo esté preso. Y esa identidad, esa
marginalidad, es la que explica las protestas en las calles.
No es raro escuchar
que en Perú se responzabiliza a Evo Morales de las muertes. En Puno, la región
donde más asesinatos hubo, se quiso destituir al rector de una universidad
pública que había reconocido a Evo Morales, que reivindica la nación Aymara,
con un título académico.
Nuevamente, el
problema son los “indios” (incultos, con su “hedor” desagradable frente la
civilización prolija que huele “bien”, como ironiza Kusch en América Profunda)
que bajan de los cerros y de los pueblos “jóvenes” (eufemismo que se emplea
para no hablar de las villas miseria).
Los que reclaman en
Perú son campesinos, estudiantes y trabajadores empobrecidos, como en Arequipa,
todos del cono norte, proletario. De la ciudad pudiente, cuyo centro histórico
no registraba aun muertos, como en Puno o Ayacucho (región célebre por los
artistas populares que se expresan a través de retablos), de donde provienen
los movimientos de izquierda. Los retablos de Ayacucho suelen expresar
movimientos combativos. En Ayacucho ha habido decenas de muertos. La policía no
improvisa. No hay muertos en Lima ni en Arequipa. La policía sabe bien donde ir
a matar.
Mientras mueren
peruanos, se escucha decir a la presidenta que es hora de encarar “las grandes
reformas que el país necesita”. Los muertos no comparten su idea: la acusan de
usurpar el poder y pactar su gobierno con los sectores más reaccionarios de
Lima, que son quienes la sostienen. Los pueblos campesinos, las mujeres
altoandinas, reclaman otra cosa muy distinta: una nueva constitución que
finalmente los exprese. Que los reconozca.
A quienes desde el
Congreso reclaman por las muertes y piden la renuncia de Boluarte, se los
tilda, como a Sigrid Bazán, de “azuzadores”. Cuando la propia policía organiza
en los barrios más pudientes de Lima “marchas por la paz”, luego de asesinar a
sesenta peruanos sin inmutarse, nadie habla de “azuzadores”. Ha habido
asesinatos a corta distancia, rompiendo cualquier “protocolo”. Ha habido
francotiradores en Puno. Se pueden ver videos de mujeres rogando a los gritos
que paren de disparar: “Miserables, no disparen”, se escucha decir, entre
ruegos y llantos, a varias mujeres.
Es notable el
silencio de la progresía latinoamericana. No es momento para quedarse callado.
En Brasil hubo un intento de golpe de Estado sin muertos. En Perú ya van
sesenta muertos producto de una destitución ilegitima y un gobierno de facto
que reprime a su pueblo. La OEA no ha tenido en este caso la premura que ha
sabido tener en otros.
Se puede ver a la
policía rodeando edificios sin orden de allanamiento. Se suspenden a diario
eventos culturales en los que exponen canta autores de izquierda. La policía
“descubre” libros de Marx y de Lenin en determinados departamentos, empleando
esos libros como “prueba” de “terrorismo”. Se deslegitiman las protestas con el
tipo de “disturbios”, muchos de ellos generados, como en el célebre caso del
asalto al Banco de la Nación (julio del 2000, en la «Marcha de los cuatro
suyos», antigua división del incanato), desde el propio poder: por la misma
policía, para desdibujar el reclamo pacífico pero firme del pueblo peruano.
Así cayó la
dictadura genocida de Fujimori: cuando después de una marcha se prueba que el
incendio del Banco de la Nación no fue de quienes protestaban, sino por
infiltrados del propio gobierno. Las similitudes con la situación actual son
estridentes. El gobierno se esfuerza por deslegitimar a los cholos diciendo que
son “terroristas” pero su reclamo es pacífico, aunque firme y claro: renuncia
del gobierno, nueva constitución, asamblea constituyente. Construir una nación
pluriétnica, como en Bolivia y como se pedía en Chile (donde también se acusa
de terroristas a los pueblos originarios y no a quienes los han asesinado y
desplazado históricamente de su tierra, impidiéndoles incluso hablar su
lengua). Ese es el camino de los pueblos hermanos de América Latina.
La reacción
represiva no puede ser tolerada. Están asesinando a los hermanos peruanos.
Nuestros pueblos están defendiendo su dignidad. Quieren hablar su lengua.
Quieren constituciones que los representen. No (jueces, dirigencias, ni
legislaciones) que los repriman. Quieren algo que nuestros gobiernos no les han
sabido brindar. Por eso salen a la calle. «Cuando los cerros bajan» es el
título de una canción chicha (Cuando Chacalón canta, los cerros bajan) que
expresa el alma del pueblo peruano. Como las novelas indigenistas de Arguedas o
la poesía de Mariano Melgar (poeta e independista peruano, arequipeño), los
“cholos” están marcando un camino que aun nuestros Estados centralistas,
racistas, coloniales y eurocéntricos, no logran divisar. La crisis social es
más profunda de lo que parece. No es “política” ni es económica. Es una
reivindicación cultural de pueblos históricamente silenciados y negados que han
resuelto en Bolivia, Chile, o Perú, salir a la calle. “Bajar” de los cerros.
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