LA GRAN CEGUERA
A
casi un año del inicio de la invasión de Ucrania asistimos a una debacle
estratégica general de todas las partes implicadas y a una peligrosa y completa
incertidumbre sobre sus resultados
RAFAEL POCH
La parábola de los ciegos. Pieter Brueghel el Viejo (1568).
Pronto hará un año del inicio de la invasión rusa de Ucrania y aún no tenemos claro quién está ganando esta guerra. Obviamente, en el plano humano, la población ucraniana es la que más está perdiendo, no solo en Járkov y Kiev sino también en Donetsk, por la barbarie y el sufrimiento que acumula. Pero, más allá de ese hecho, en el plano militar, los vaivenes de la situación en el frente, distorsionados por las respectivas propagandas, no ofrecen un cuadro claro.
En otoño las fuerzas
armadas ucranianas apadrinadas por la OTAN tomaron la iniciativa, pero tras una
retirada rusa, presentada como “táctica” y aparentemente ordenada –pues no dejó
prisioneros– parace ser que los rusos están marcando la pauta en invierno. Los
estrategas de Putin, que en otoño estaban inquietos, se muestran ahora seguros
y confiados en sus fuerzas y capacidad industrial, mientras en Ucrania la
movilización forzosa, con decenas de miles de insumisos y escapados, chirría
tanto o más que en Rusia. Pero la situación sigue abierta a los vaivenes que ya
hemos conocido.
El mero impacto de
un misil ucraniano/noratlántico en Moscú, donde estos días se están instalando
nuevas baterías interceptoras, bastaría para cambiar la percepción de la
situación...
Pero más allá de la
relativamente confusa crónica militar, hay un hecho meridianamente claro: el
balance que nos ofrece el resultado de esta guerra, a casi un año de su inicio,
retrata colosales errores de cálculo de todas las partes implicadas en ella.
Rusia
En esta general
gran ceguera estratégica, destaca el estrepitoso fracaso de la “corta guerra
victoriosa” que el Kremlin esperaba alcanzar con el doble objetivo de que
Occidente respetase sus “intereses de seguridad”, así como disciplinar a sus
vecinos exsoviéticos de Eurasia de puertas afuera, y consolidar su régimen
político de puertas adentro.
El Kremlin ha
enterrado la integración de Rusia con la comunidad occidental. El proyecto de
la “gran Europa” de Lisboa a Vladivostok, que fue su razonable reivindicación
histórica desde el fin de la Guerra Fría, se ha hundido definitivamente. Como
dice Dmitri Trenin, “por primera vez en su historia, Rusia no solo no tiene
aliados en Occidente, sino ni siquiera interlocutores capaces de desempeñar el
papel de mediadores y traductores”. Finlandia, Austria, Irlanda, Suiza…
desaparecen los restos de neutralidad en el continente.
Paralelamente, se
ha destruido la relación económica de Rusia con Occidente. Las sanciones
económicas impuestas en 2014 se han convertido en una guerra total económica,
financiera y comercial.
El Kremlin ha
enterrado la integración de Rusia con la comunidad occidental
En el ámbito de la
seguridad, el propósito de alejar a la OTAN de sus fronteras ha resultado en lo
contrario, en el deseo de Finlandia y Suecia de ingresar en la Alianza, lo que
supone 1.200 kilómetros más de frontera directa con la OTAN, así como un rearme
occidental inusitado. La voluntad de desmilitarizar y neutralizar a Ucrania se
ha quedado en la transformación de ese país en una temible potencia militar
firmemente orientada contra Rusia.
La disuasión
nuclear, en la que Rusia ponía tanto esfuerzo, se demuestra como un factor
insuficiente, porque el adversario –y esto es sumamente peligroso– no se lo
toma en serio. Nunca desde que existen armas nucleares se banalizó tanto ese
factor. Nunca se jugó a la ruleta rusa con él, como se hace ahora.
La especial
relación con Alemania, iniciada con la reconciliación postbélica, dinamizada
durante la Guerra Fría por la Ostpolitik socialdemócrata, y culminada con la
luz verde de Moscú a la reunificación de 1990, ha fallecido. Alemania vuelve a
ser enemigo de Rusia y envía de nuevo sus tanques al escenario de su gran
derrota en la Segunda Guerra Mundial. Podría ser solo el principio. Como ha
dicho en su mensaje de Twitter el ultra Andri Melnyk, exembajador ucraniano en
Berlín: “¡Aleluya!, ahora queridos aliados formemos una fuerte coalición en
materia de aviación de guerra, para enviar F-16, F-35, Eurofighter y Tornados,
Rafale y Gripen, y todo lo que pueda enviarse a Ucrania”.
Las “organizaciones
internacionales” controladas por Occidente, como la OSCE, o el organismo
Internacional de la energía atómica (IAEA), por mencionar solo dos, culminan su
orientación de instrumentos contra Moscú.
Ninguno de los
aliados rusos en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, excepto
Bielorrusia (y hay que entender las condiciones bajo las que Lukashenko coopera
con Putin), se ha mojado con la intervención en Ucrania y han preferido declararse
neutrales.
El único capital
ruso es la actitud de los BRICS y los no occidentales en general, que
comprenden que la invasión de Ucrania es el resultado de responsabilidades
compartidas y sacan sus propias conclusiones prácticas, condenando la agresión
pero sin sumarse a las sanciones.
Hay todo un polo en
formación interesado en el propósito general ruso de corregir y cambiar el
marco institucional internacional elaborado durante la posguerra mundial, que
ya no se corresponde con las realidades del mundo de hoy. Pero, al lado de los
citados fracasos concretos e inmediatos, esta es una ventaja relativa y difusa,
que solo se podría concretar a medio y largo plazo.
Unión Europea
Entre el 24 de
febrero y el 15 de diciembre, la Unión Europea ha impuesto 10.300 sanciones a
Rusia. Ya va por el décimo paquete de sanciones. Las sanciones debían servir
para que Rusia perdiera la guerra o, por lo menos, la guerra energética. La
ministra de Exteriores alemana, Annelore Baerbock, dijo que su propósito era “arruinar”
a Rusia, y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, dijo que el
objetivo era “desmantelar, paso a paso, la capacidad industrial de Rusia”. Pero
la economía rusa no se ha hundido. Sus ingresos por exportación de
hidrocarburos han aumentado un 28%. Europa compra diesel ruso a India. La caja
que sostiene la guerra de Moscú no se ha vaciado. La recesión rusa está siendo
suave. La economía rusa, y quizás también la sociedad, se transforma con gran
dinamismo y una eficacia considerable. La oposición no ha hecho acto de
presencia y la política informativa parece bien engrasada. La guerra puede
actuar como locomotora keynesiana. Las fábricas de armas trabajan a todo gas,
los elevados sueldos de los soldados bajo contrato atraen a decenas de miles de
pobres de las últimas regiones del país, y los vacíos dejados por el boicot
prooccidental se cubren a gran velocidad.
La economía rusa, y
quizás también la sociedad, se transforma con gran dinamismo y una eficacia
considerable
Al mismo tiempo,
los costes de la energía en Europa amenazan con desplazar empresas e industrias
europeas a otros lugares, en primer lugar a Estados Unidos, en beneficio de la
reindustrialización de ese competidor.
La Unión Europea se
ha convertido en subalterna de la OTAN, donde manda Estados Unidos. El antiguo
eje político europeo fundamental franco-alemán ha sido sustituido por el eje
político-militar Washington / Londres / Varsovia / Kiev, que marca la línea a
seguir. La Unión Europea de Maastricht ha muerto. Ha perdido, literalmente, su
orientación y está extraviada en el mundo.
Europa inventó la
geopolítica en el siglo XIX pero, como dice el politólogo de Singapur Kishore
Mahbubani, “en el XXI ha olvidado que la geopolítica se compone de política y
de geografía, y parece creer que su geografía y sus intereses en general
coinciden con los de Estados Unidos”.
En la Unión Europea
de Von der Leyen cada vez hay menos políticos y más actores. No se hace
política, sino gestos, declaraciones y anuncios sin apenas consecuencias. La UE
vive en el reino de la imagen. Tan importante es el discurso de la presidenta
como la combinación azul y amarilla de su traje ante el Parlamento Europeo. Los
“valores europeos” (¿la ilustración, la división de poderes y Beethoven, o las
guerras de religión, el colonialismo y Auschwitz?) y los “derechos humanos” (¿o
más bien su selectiva utilización vía la política de derechos humanos?) ya no
impresionan al mundo no occidental, harto de la hipocresía y los dobles
estándares.
Como ha explicado
Emmanuel Todd, el mundo es mayoritariamente patriarcal y, para la inmensa
mayoría de su población, el neoconservadurismo ruso-ortodoxo en materia de
moral y costumbres (patria, familia, religión) es mucho más comprensible que la
revolución LGTBI occidental. Eso no tiene nada que ver con el progreso de
civilización que el paulatino pero inexorable avance universal del rol femenino
representa en todas partes, y desde luego también en el sur global, algo que la
modernidad y la instrucción llevan consigo. Con lo que tiene que ver, dice
Todd, es con la pérdida general de conexión con el mundo real que el
neoliberalismo ha generado en occidente, donde el establishment reduce la
igualdad a igualdad de género y el género a una cuestión de libre opción.
Estados Unidos
Llegamos así al
principal y más inquietante enigma. Hay un consenso general de que el gran
marco de las relaciones internacionales en el momento en el que nos ha tocado
vivir consta de dos aspectos fundamentales: el relativo declive de la potencia
occidental que ha dominado el mundo los últimos 200 años, y el traslado de la
potencia desde Occidente hacia Asia.
Las tensiones a las
que asistimos hoy, en forma de sanciones, acción informativa (propaganda) y
abierto conflicto militar, son consecuencia directa de las ansiedades que estos
dos aspectos crean en Estados Unidos, que ha trabajado para tener bien amarrada
a Europa, vía la OTAN, creando las tensiones con Rusia que justificaban esa
organización desde el mismo fin de la Guerra Fría, hace un cuarto de siglo. La
guerra de Ucrania está claramente relacionada con ese contexto general y ofrece
señales importantes en tiempo real sobre la correlación de fuerzas global que
todo el mundo observa con la máxima atención. Pero lo que aquí importa es cómo
la primera potencia mundial reacciona a la situación.
EE.UU. no se
prepara para los cambios que están en marcha, sino que únicamente se resiste a
ellos militarmente
Como observábamos
hace un par de años, Estados Unidos pasa por ser una “sociedad abierta”
–incluso la sociedad abierta por excelencia–; sin embargo, es obvio que las
preguntas esenciales sobre su comportamiento internacional ni se plantean, ni
pueden siquiera ser planteadas. Por ejemplo, la mera hipótesis de que el país
deje de ser la “potencia número uno” en el futuro próximo –una posibilidad en
absoluto excéntrica– no solo es implanteable, sino que tiene categoría de
simple herejía: nadie en Estados Unidos está dispuesto a discutir la
posibilidad de que el país llegue a ser un “número dos” mundial. El mero
enunciado de tal posibilidad, como dice Mahbubani, “sería suicida para
cualquier político que lo planteara”. Estados Unidos no tiene una estrategia
para el nuevo mundo del siglo XXI. No se prepara para los cambios que están en
marcha, sino que únicamente se resiste a ellos militarmente.
Con la expansión de
la OTAN hasta las fronteras de Rusia y las tensiones que ello ha ocasionado con
ese país, Estados Unidos ha logrado retomar el control político militar de
Europa. Está atando corto a Alemania, para lo que ha tenido que reventar
mediante atentados los gasoductos por los que fluía la sólida relación
energética del gigante europeo con Rusia. Pero, ¿no era la guerra “la
continuación de la política por otros medios”? Si es así, entonces, ¿cuál es la
política que hay tras las guerras de Estados Unidos?
En Afganistán
entraron en octubre de 2001 y, tres meses después, hacia finales de diciembre,
ya se había conseguido el objetivo esencial: el hundimiento del régimen talibán
y la destrucción de Al Qaeda allá, aunque sin apresar a Bin Laden. En lugar de
proclamar “misión cumplida” e irse en diciembre de 2001, se quedaron veinte
años. Y al final tuvieron que salir apresuradamente ante el regreso de los
talibán. En Irak, incubaron el Estado Islámico y han dado paso a una influencia
inusitada de su principal adversario regional, Irán, en el país. Objetivos y
actitudes manifiestamente errados, que provocan inmensa destrucción y
mortandad.
¿Cuál es ahora el
propósito en Ucrania? ¿Cuál es el objetivo? ¿Se trata del cambio de régimen en
Moscú?, ¿disolver Rusia en varios estados?, ¿agotarla? Tratándose de una
superpotencia nuclear, todos esos objetivos son demenciales. La ceguera
estratégica demostrada en Afganistán e Irak es ahora mucho más temeraria y
catastrófica porque abre una caja de Pandora tan imprevisible como inquietante,
particularmente para Europa. Y eso es lo que pone de candente actualidad la
necesidad de que Estados Unidos se vaya, de una vez por todas y
definitivamente, de Europa, como debería haber hecho al concluir la Guerra
Fría. Que nadie reclame hoy esto en el viejo continente forma parte de esa
ceguera colectiva.
A un año del inicio
de la invasión, asistimos a una debacle estratégica general de todas las partes
implicadas y a una incertidumbre completa, pero la de Estados Unidos es, sin
duda, la principal y la que mayores consecuencias tendrá porque nos está
arrastrando a la tercera guerra mundial.
P.S. Casi la mitad
de los europeos están a favor de un pronto fin del conflicto ucraniano, incluso
a costa de pérdidas territoriales para Ucrania. Según Euroactiv, citando una
encuesta realizada por Euroskopia, el 48% de los residentes de los países de la
UE apoyaron esta opción. Contra tal sacrificio, incluso a costa de la paz, se
pronuncia el 32% de los europeos.
La encuesta se
realizó en nueve países de la UE. El mayor número de partidarios de un rápido
final del conflicto vive en Austria: el 64% de los encuestados estaba a favor.
El 60% de los alemanes también quieren que la lucha termine lo más rápido
posible. Al 54% de los habitantes de Grecia, al 50% de los ciudadanos de
Italia, al 50% de la población de España y al 41% de los portugueses les
gustaría lo mismo. El menor número de partidarios de tal idea se encuentra en
los Países Bajos y Polonia: 27% y 28%.
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