UN AÑO NEGANDO EL PACIFISMO EN UCRANIA
DAVID BOLLERO
Un tanque polaco Leopard 2. -
Marcin Bielecki / EFE
Finalmente y tras no pocas presiones, Alemania enviará sus tanques Leopard 2 a Ucrania y autorizará a terceros para que hagan lo mismo. La decisión coincide -no es casual- con el anuncio de que EEUU también suministrará al ejército de Zelenski sus carros de combate Abrams. A punto de cumplirse el año de contienda, cada vez nos encontramos más lejos de un final de la guerra, sin visos de nuevas conversaciones de paz. En lugar de percibir una desescalada, se produce exactamente lo contrario, bordeando peligrosamente límites absolutamente indeseables.
El balance de la
guerra hasta ahora es atroz. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) cifra en más de 17.000 las bajas
civiles en Ucrania (unas 6.700 muertas y casi 10.500 heridas), a lo que hay que
sumar otras terribles estadísticas que estiman la muerte de unos 200.000
soldados ucranianos y rusos. No son las únicas víctimas: los efectos
colaterales de la guerra amplifican el número de manera absolutamente
exponencial, con una hambruna en África, unas sanciones que ponen en jaque a un
elevado porcentaje de la población rusa y una inflación y escalada de los
costes energéticos que han disparado la pobreza en toda Europa.
Desde un punto de
vista puramente pragmático y con la defensa de las vidas humanas, acabar con la
guerra de Ucrania sería lo más acertado, aunque ello implicara ciertos
sacrificios. Y para terminar la guerra, no nos llamemos a engaño, bastaría con
que la OTAN retirara su apoyo a Putin. El sacrificio de un número mayor de
víctimas fuera de las fronteras de Ucrania está siendo justificado por
hipótesis no probadas -que Rusia seguiría avanzando hacia Polonia-, mientras se
obvia cómo EEUU está enriqueciéndose con el conflicto, tanto económica como
geopolíticamente.
¿Significa esto que
deberíamos dejar que el ejército ruso masacre al ucraniano? No, claro que no,
pero en lugar de contribuir a la escalada del conflicto, como de facto está
haciendo la OTAN, habría que explorar la vía diplomática que se ha abandonado.
El pacifismo se ha despreciado desde el inicio, apostando por alcanzar la paz a
base de bombas y, lo que es peor, tensando tanto la cuerda que uno ya no
alcanza a entender cómo funciona este complejo juego de equilibrios.
¿Qué le hace falta
realmente a Rusia para entender que Occidente está participando activamente en
la guerra financiándola con miles de millones de euros y dotándola de armamento
cada vez más pesado? Por su parte y con este grado de implicación, ¿a qué
espera la OTAN para dar un paso más? El envío de carros de combate de poco
servirá si no se acompaña de soldados de refuerzo bien formados y un respaldo
de artillería, algo que de lo que carece Ucrania. Entretanto, la cuerda se
tensa con el peligro de la amenaza nuclear.
Pese a las dudas
que despierta, no sólo cómo llegó al poder, sino la misma corrupción que
Zelenski tiene en su propio gobierno, el presidente ucraniano está crecido,
rozando la arrogancia al exigir a quienes le están salvando la papeleta de la
guerra con su apoyo sostenido. Ha pasado a obviar los propios Acuerdos de Minsk
y se ha prestado al juego de EEUU, volcado en el debilitamiento de Rusia y en
reforzar su influencia en Europa, de postularse para su entrada en la OTAN. Por
su parte, Putin se siente más fuerte y pese a algunas informaciones, respaldado
por buena parte del pueblo ruso, además de por terceros países como India,
China, Turquía o Irán que, cada uno a su manera y con su aversión a EEUU como
denominador común, le guardan las espaldas.
Siendo realistas,
las posibilidades del pacifismo se han reducido hasta casi extinguirse. La
diplomacia se ha abandonado, pese a que los ejércitos de ambos bandos están
debilitados, agotados, lo que se percibe en las cada vez más espaciadas
escaramuzas. Zelenski ha llegado a exigir el cese de Putin para negociar con
Rusia -adivinen de quién habrá sido la idea-, y Putin no está dispuesto a
renunciar a lo que ya ganó en 2014, más alguna anexión adicional.
Es posible que la
paz llegue a través de la guerra, como están defendiendo desde la OTAN países
como EEUU, Francia o España, pero el camino hasta esa paz estará sembrado de
cadáveres, dentro y fuera de Ucrania. ¿Merece la pena? ¿Tan malo sería entablar
negociaciones para que, en lugar del propósito inicial de Putin de anexionarse
toda Ucrania, hiciera lo propio con Crimea y que Luhansk y Donetsk se
independizaran, mientras Ucrania refuerza su integridad con su anexión a la
OTAN y a la Unión Europea (UE) cuando resuelva sus déficits democráticos -que
los tiene, y muchos aunque ahora interesadamente se oculten-?
No debería ser tan
descabellado este desenlace, considerando los miles de vidas humanas que
salvarían. Sin embargo, la posibilidad de una paz negociada se nos presenta
desde la OTAN y la UE como una cesión al chantaje, como una derrota ante Putin,
cuando éste tampoco variaría tanto su situación respecto a 2014, fecha desde la
que a la UE le había importado un carajo la integridad de Europa hasta que EEUU
alzó la voz.
Estas ansias
belicistas se están alimentando en lugar de frenarlas y la prueba de ello es
que en lugar de percibir la retirada de las fuerzas rusas de Kherson a mediados
de noviembre como un buen punto para entablar nuevas negociaciones, se nos
presentó como el debilitamiento de Moscú y la hora de asestar el golpe
definitivo. Craso error y, de hecho, los analistas ya hablan de, como mínimo
otros seis meses más de contienda, teniendo la mirada puesta en la campaña de
primavera. Ya nadie busca la desescalada del conflicto, más bien al contrario,
y viendo el rastro de cadáveres que deja esta postura en Ucrania, en Europa, en
África... no compensa. El pacifismo es la única vía de resolución para frenar
cuanto antes la sangría; la otra opción, puede incluso amplificarla.
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