miércoles, 7 de diciembre de 2022

SANTAS

 

SANTAS

JORGE BEZARES

Entre la profusa fauna humana madrileña que apoya a Isabel Díaz Ayuso, destacan por su forofismo unas señoras entre los sesenta y setenta años que transitan por este mundo despidiendo una santidad demoníaca.

En mi barrio, Argüelles, donde la lideresa madrileña gana electoralmente por castigo, las suelo ver deambular de la peluquería china al supermercado más caro pasando por la iglesia más española. Por donde pisan, cuan adoradoras del mismísimo Atila, el asfalto sufre.

Gracias al carné de la ONU que adquirí hace ya años de estraperlo en el piojito de La Línea, me dedico de vez en cuando a seguir a estos especímenes merecedores, sin ningún género de dudas, de un episodio cargado de epítetos del Hombre y la Tierra, del llorado Félix Rodríguez de la Fuente, o una oda de National Geographic.

 

De la peluquería, china como he dicho, de esas que vierten sus productos tóxicos en una jardinera de un árbol replantado y condenado a morir, las veo salir con una permanente cerrada, teñidas de rubia nacional o alisadas con cabellera de pibón. Las uñas de los pies y de las manos, talladas con cincel y martillo, lucen como obras de arte de cartón del dos. Y sin bigote, que las chinitas son muy curiosas y eficaces en los rasurados en profundidad tras una dilatada experiencia con legionarios en Ceuta.

 

Pasean su silueta con la cabeza muy arriba, más cerca del cielo que de la tierra, y el culo embutido en unas braguitas de cuello alto o en un tanga XXL. Con el amor propio y la autoestima en 20-10, no saludan ni a Dios. Si acaso, se paran con alguna conmilitona para rajar de los social-comunistas, los gays, los migrantes de colorines, las feministas, los perroflautas y el Gobierno de Pedro Sánchez. De camino, le ponen alguna vela verbal a la última 'boutade' de IDA para que no cese (no pares, sigue, sigue) en esa línea tan patriótica de defenderlas de la república federal laica bolivariana que los bolcheviques del PSOE, Podemos y separatistas quieren instaurar con alevosía y nocturnidad.

 

En mi panadería, donde una muchacha de un barrio obrero de Madrid currela, vi cómo un ejemplar septuagenario se mostró seca y seria con ella, apenas deslizando unos buenos días con la boca chica. La empleada le preguntó por pura educación cómo estaba, se abrió de brazos y enseñó la silicona que la hace sentirse ESTUPENDA.

 

-"No me ves, querida", proclamó exhibiendo sus morros de más madera.

 

En el supermercado más caro del barrio, en las antípodas de los mercados tradicionales, muestran todo su repertorio de mamarrachadas.

 

En el despacho de encurtidos, presencié cómo una hacía vaciar y llenar hasta en tres ocasiones un tapper mediano de aceitunas de manzanilla con hueso y sabor a anchoa a una empleada. La chiquilla se mosqueó, la cola desesperó. No contenta, lanzó una diatriba larguísima sobre el color de las aceitunas Kalamata. En su opinión, eran demasiado oscuras.

 

-"No tienen ustedes ninguna consideración con la gente como yo", se quejó amargamente y amagó con pedir el libro de reclamaciones por la mala cara de la muchacha y por el color de las aceitunas Kalamata, por supuesto.

 

 

En la frutería, otro ejemplar manoseó la mercancía a diestro y siniestro pese a la advertencia de la empleada -una gaditana con arte y finura-. Como se sintió señalada, e incluso regañada, esta señorona recauchutada le salió el clasismo madrileño y vaciló cruelmente con el acento a la chiquilla, que se mordió la lengua y dejó asomar unas lágrimas de rabia.

 

Un paisano -posiblemente de Alcalá de los Gazules-, que presenció la ofensa apostado tras una montaña de papas de Sanlúcar de Barrameda (las mejores del mundo), miró a los ojos a la ofensora y recitó en voz alta un dicho popular: "No te acerques nunca por delante de una cabra, no te acerques nunca por detrás de un caballo y de un tonto no te acerques por ninguna parte".

 

-"Que poesía más bonita, ¿no?", replicó la devota sin darse por aludida.

 

En la caja, otra susodicha dejó una traca final de órdago después de hacer estragos en la carnicería, la pescadería, la charcutería y la pollería. Ante una cola de 15 ó 20 minutos, decidió colarse por la mismísima cara. Al reprochárselo una mujer de origen sudamericano -posiblemente ecuatoriana-, la llamó "panchita" y la devolvió en caliente a su país.

 

Racista, xenófoba... de todo menos bonita le dijeron.

 

Así las cosas, salió del hipermercado como si tal cosa, dejando tras de sí un reguero de mala baba.

 

Decidí por curiosidad antropológica seguirle los pasos. Se dirigió presta, con el carrito de la compra, a la iglesia. En la entrada, derrochó una media sonrisa sin más al pobre que le pidió una limosna por caridad.

 

Y se lanzó de rodillas al confesionario para que su cura de cabecera le absolviera de todos sus pecados con apenas unas oraciones.

 

Sin embargo, aquel día se encontró de frente con un negrito de Guinea Papúa -de paso por Madrid- que, con una sonrisa luminosa que alumbraba la estancia, le preguntó cómo habían sido sus últimos días. A regañadientes, le relató sus devociones por su amor a España y a Franco – el Santísimo Cristo de la Victoria, la Virgen de Covadonga, la Virgen de la Caridad de la Hermandad del Baratillo de Sevilla, la mano incorrupta de Santa Teresa e Isabel Díaz Ayuso-, y sus rutinas, convirtiendo sus maldades en pura bondad.

 

El sacerdote, en su recogimiento, le dio la absolución y le dijo en tono muy serio:

 

-Hija mía, sin duda es usted una santa, pero me va rezar 19 padrenuestros y 500 avemarías por si acaso.

 

PD: Ni qué decir tiene que estas santas no tienen nada que ver con nuestras madres y abuelas, que no eran santas ni falta que les hacía.

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