SANTAS
JORGE BEZARES
Entre la profusa fauna humana madrileña que apoya a Isabel Díaz Ayuso, destacan por su forofismo unas señoras entre los sesenta y setenta años que transitan por este mundo despidiendo una santidad demoníaca.
En mi barrio, Argüelles, donde la lideresa madrileña gana electoralmente por castigo, las suelo ver deambular de la peluquería china al supermercado más caro pasando por la iglesia más española. Por donde pisan, cuan adoradoras del mismísimo Atila, el asfalto sufre.
Gracias al carné de la ONU que adquirí hace ya años de estraperlo en el piojito de La Línea, me dedico de vez en cuando a seguir a estos especímenes merecedores, sin ningún género de dudas, de un episodio cargado de epítetos del Hombre y la Tierra, del llorado Félix Rodríguez de la Fuente, o una oda de National Geographic.
De la peluquería,
china como he dicho, de esas que vierten sus productos tóxicos en una jardinera
de un árbol replantado y condenado a morir, las veo salir con una permanente
cerrada, teñidas de rubia nacional o alisadas con cabellera de pibón. Las uñas
de los pies y de las manos, talladas con cincel y martillo, lucen como obras de
arte de cartón del dos. Y sin bigote, que las chinitas son muy curiosas y
eficaces en los rasurados en profundidad tras una dilatada experiencia con
legionarios en Ceuta.
Pasean su silueta
con la cabeza muy arriba, más cerca del cielo que de la tierra, y el culo
embutido en unas braguitas de cuello alto o en un tanga XXL. Con el amor propio
y la autoestima en 20-10, no saludan ni a Dios. Si acaso, se paran con alguna
conmilitona para rajar de los social-comunistas, los gays, los migrantes de
colorines, las feministas, los perroflautas y el Gobierno de Pedro Sánchez. De
camino, le ponen alguna vela verbal a la última 'boutade' de IDA para que no
cese (no pares, sigue, sigue) en esa línea tan patriótica de defenderlas de la
república federal laica bolivariana que los bolcheviques del PSOE, Podemos y
separatistas quieren instaurar con alevosía y nocturnidad.
En mi panadería,
donde una muchacha de un barrio obrero de Madrid currela, vi cómo un ejemplar
septuagenario se mostró seca y seria con ella, apenas deslizando unos buenos
días con la boca chica. La empleada le preguntó por pura educación cómo estaba,
se abrió de brazos y enseñó la silicona que la hace sentirse ESTUPENDA.
-"No me ves,
querida", proclamó exhibiendo sus morros de más madera.
En el supermercado
más caro del barrio, en las antípodas de los mercados tradicionales, muestran
todo su repertorio de mamarrachadas.
En el despacho de
encurtidos, presencié cómo una hacía vaciar y llenar hasta en tres ocasiones un
tapper mediano de aceitunas de manzanilla con hueso y sabor a anchoa a una
empleada. La chiquilla se mosqueó, la cola desesperó. No contenta, lanzó una
diatriba larguísima sobre el color de las aceitunas Kalamata. En su opinión,
eran demasiado oscuras.
-"No tienen
ustedes ninguna consideración con la gente como yo", se quejó amargamente
y amagó con pedir el libro de reclamaciones por la mala cara de la muchacha y
por el color de las aceitunas Kalamata, por supuesto.
En la frutería,
otro ejemplar manoseó la mercancía a diestro y siniestro pese a la advertencia
de la empleada -una gaditana con arte y finura-. Como se sintió señalada, e
incluso regañada, esta señorona recauchutada le salió el clasismo madrileño y
vaciló cruelmente con el acento a la chiquilla, que se mordió la lengua y dejó
asomar unas lágrimas de rabia.
Un paisano
-posiblemente de Alcalá de los Gazules-, que presenció la ofensa apostado tras
una montaña de papas de Sanlúcar de Barrameda (las mejores del mundo), miró a
los ojos a la ofensora y recitó en voz alta un dicho popular: "No te
acerques nunca por delante de una cabra, no te acerques nunca por detrás de un
caballo y de un tonto no te acerques por ninguna parte".
-"Que poesía
más bonita, ¿no?", replicó la devota sin darse por aludida.
En la caja, otra
susodicha dejó una traca final de órdago después de hacer estragos en la
carnicería, la pescadería, la charcutería y la pollería. Ante una cola de 15 ó
20 minutos, decidió colarse por la mismísima cara. Al reprochárselo una mujer
de origen sudamericano -posiblemente ecuatoriana-, la llamó
"panchita" y la devolvió en caliente a su país.
Racista,
xenófoba... de todo menos bonita le dijeron.
Así las cosas,
salió del hipermercado como si tal cosa, dejando tras de sí un reguero de mala
baba.
Decidí por
curiosidad antropológica seguirle los pasos. Se dirigió presta, con el carrito
de la compra, a la iglesia. En la entrada, derrochó una media sonrisa sin más
al pobre que le pidió una limosna por caridad.
Y se lanzó de
rodillas al confesionario para que su cura de cabecera le absolviera de todos
sus pecados con apenas unas oraciones.
Sin embargo, aquel
día se encontró de frente con un negrito de Guinea Papúa -de paso por Madrid-
que, con una sonrisa luminosa que alumbraba la estancia, le preguntó cómo
habían sido sus últimos días. A regañadientes, le relató sus devociones por su
amor a España y a Franco – el Santísimo Cristo de la Victoria, la Virgen de
Covadonga, la Virgen de la Caridad de la Hermandad del Baratillo de Sevilla, la
mano incorrupta de Santa Teresa e Isabel Díaz Ayuso-, y sus rutinas,
convirtiendo sus maldades en pura bondad.
El sacerdote, en su
recogimiento, le dio la absolución y le dijo en tono muy serio:
-Hija mía, sin duda
es usted una santa, pero me va rezar 19 padrenuestros y 500 avemarías por si
acaso.
PD: Ni qué decir
tiene que estas santas no tienen nada que ver con nuestras madres y abuelas,
que no eran santas ni falta que les hacía.
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