PARA QUÉ SIRVE UNA BANDERA
JUAN LOSA
Izado de la bandera nacional
en la Plaza de España, a 2
de diciembre de 2022, en
Madrid.- EP
Es buena banderola. Se alza enhiesta sobre un mástil de unos 18 metros de altura. La dispusieron este viernes en una de las esquinas de la Plaza de España, junto a la Torre de Madrid. Su ubicación no es baladí. De hecho si acceden a la citada plaza desde la parada de metro que lleva su nombre sabrán de qué les hablo. Ya en el vestíbulo se intuye algo francamente especial, pero la confirmación llega a pie de escalera, conforme se accede a la superficie. Es ahí, con el resuello por la subida y el olor a castaña, donde el transeúnte se topa en riguroso contrapicado con la enseña nacional, que se eleva imponente sobre el logo del metro, tuneado para la ocasión de rojo y amarillo. Es entonces cuando el horizonte rojigualdo se precipita sobre el observador que, escoltado por el Edificio España, se asoma desde las entrañas de la Plaza de España a una realidad que, en efecto, no puede ser más española.
Todo un despliegue
patriótico que sume al viandante en una suerte de vahído existencial, un
sofocón a lo Stendhal pero sin frescos ni esculturas, con torreznos,
escapularios y rotondas. Un viaje a la zona cero de la españolidad patrocinado
por Juan José Padilla –el torero del parche en el ojo–, José Antonio Camacho y
el dueño del Asador Guadalmina. Todo ello concitado por tremenda banderola. No
en vano mide 37,5 metros cuadrados, que por otra parte es lo que mide el
estudio que arriendo en el centro de la Villa. Lo cual, intuyo, debe querer
decirme algo. Si bien ahora no sé muy bien el qué salvo que podría enmoquetar mi
humilde dacha con la rojigualda. Algo que nunca llevaría a cabo, pues me
pasaría el día pisoteando alegremente la enseña nacional y no sería decoroso.
Ni mucho menos patriótico.
Y poco más.
Comentarles que estuve en el izado solemne de la bandera y vi a los munícipes
cuadrarse ante el frío metal que la sustenta. Sonó el himno y dos señores
disfrazados de almirantes y provistos de una frondosa guirnalda fucsia en la
cabeza procedieron a maniobrar con un sable en señal de obediencia eterna. Esta
última representación cautivó a un grupo de escolares, uno de ellos, absorto en
la performance castrense, le preguntó a su profesor para qué sirve una bandera.
El docente, titubeante en un inicio, se decantó por la respuesta reglamentaria,
a saber; "para representar al país en el extranjero, pero también como
representación de los ciudadanos o del gobierno en el propio país". Estuve
tentado de informar al muchacho de otras posibles funcionalidades, tales como
la de enmoquetado, buena solución cuando se tiene algo que cubrir. Pero me
callé.
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