miércoles, 11 de mayo de 2022

¿VUELTA AL BIPARTIDISMO?

 

¿VUELTA AL BIPARTIDISMO?

En Andalucía se juega hoy emprender el camino de regreso al bipartidismo del 78 o una reinvención pluralista de la democracia por conocer

RAIMUNDO VIEJO VIÑAS

La crisis de régimen desencadenada en los años diez precipitó diversas dinámicas entre partidos que aún perduran: fin del bipartidismo, nuevas marcas, confluencias, mociones de censura, gobierno de coalición... Quienes añoran la política del 78 confían en que más pronto que tarde las aguas volverán a su curso. Pero aunque todo régimen tienda a recuperar el equilibrio perdido, no parece que vayan a regresar en breve las alternancias bipartidistas facilitadas por nacionalismos de centroderecha.

 

Con todo, tras los últimos congresos del PSOE y el PP, el bipartidismo ha conseguido reconstruir sus internas respectivas: el congreso del PSOE ha servido a Sánchez para reconfigurar su proyecto sorteando su ruptura con Ferraz. El PP, por su parte, ha resuelto con Feijóo la errática trayectoria de Casado y ha puesto rumbo a disputar la centralidad; sin mirar ya hacia Vox, pero sin dejar de pactar donde sea necesario. En suma, el bipartidismo se encuentra en su mejor versión desde 2014. ¿Bastará para liquidar el horizonte abierto por la crisis de los años diez?

 

El próximo 19J, las elecciones andaluzas medirán la profundidad y persistencia de aquella ruptura democrática. Para entender lo que está en juego proponemos ganar perspectiva desde un repaso al sistema de partidos español. Con sus resultados, Andalucía pondrá a prueba la “frágil salud de hierro” del bipartidismo y responderá cuestiones como: ¿podrá el PP contener a Vox o se verá obligado a pactar?, ¿desaparecerá Ciudadanos?, ¿irrumpirán candidaturas de la Andalucía vaciada?, ¿hasta dónde alcanza la desconexión y deserción por la izquierda?, ¿para qué izquierda tendrá mayor coste?

 

 

 

El bipartidismo abortado

 

Viajemos atrás en el tiempo para abrir la perspectiva en torno al sistema de partidos. Muerto el dictador, con Juan Carlos I en la jefatura del Estado y Adolfo Suárez al timón, España emprende la Transición. Desde el referéndum para la Reforma Política del 76 hasta las elecciones del 82, España recupera el pluralismo democrático. A la par que se instaura el régimen, los partidos inician la disputa democrática por el poder.

 

La descomposición del franquismo se llevó por delante a la UCD sin consolidar el gran partido de centroderecha

 

Ya en las elecciones constituyentes del 77 se perfila un sistema bipartidista: un tercio de los votos va a parar a la UCD (34,44%), otro al PSOE (29,32%) y el resto a una decena de partidos entre los que despuntan las derechas nacionalistas a efectos de la aritmética parlamentaria. Las elecciones del 79 validan esta orientación inicial e incrementan la suma de UCD y PSOE levemente, hasta el 65,24%.

 

A pesar de tan prometedor comienzo, la descomposición del franquismo se llevó por delante a la UCD sin consolidar el gran partido de centroderecha. En poco tiempo, se sucedieron la moción de censura de González, la dimisión de Suárez y el golpe de Estado del 23F. Las élites de la UCD, artífices de la gran mutación lampedusiana de la política española, fracasaban como partido donde habían triunfado como régimen. Antes que con un bipartidismo, la Transición se cerraría con un sistema de partido dominante: el PSOE.

 

A la espera del centroderecha

 

En 1982, pasado el susto del 23F, el PSOE recibió el apoyo histórico que lo iba a convertir en el principal protagonista del cambio democrático. Entre el Mundial (82) y los Juegos Olímpicos (92) podría gobernar sin apenas oposición. Frente a él, la derecha de Fraga se estancaba en torno a un cuarto de los sufragios. El aislamiento ideológico en posiciones de difícil comprensión (por ejemplo, la abstención ante la OTAN) imponía un techo de cristal que González traducía en hegemonía.

 

La sustitución de Fraga por Aznar, tras el malogrado Hernández Mancha, permitió que el bipartidismo pudiese al fin despegar. De 1989 a 2008, cinco legislaturas consecutivas vieron crecer al bipartidismo. Primero, en las legislaturas tercera y cuarta de González, que hubo de hacer frente a su desgaste definitivo (Filesa, GAL, etc.); luego, con las victorias del PP. En 1996, por primera vez desde 1934, la derecha española llegaba al poder por medios democráticos. Lo hacía asistida por una derecha catalanista que ejercería de partido bisagra, a la manera de los liberales alemanes.

 

La sustitución de Fraga por Aznar permitió que el bipartidismo pudiese al fin despegar

 

En la España de los noventa y primeros dos mil, el modelo autonómico se probaría eficiente en asegurar los consensos neoliberales europeos (tratados de Maastricht, Ámsterdam, Niza y Lisboa). La constitución material del Desarrollismo había sido cartografiada y formalizada por el régimen del 78 con acierto indudable. Pero al mismo tiempo, el final de la Guerra Fría, la globalización capitalista y el despliegue del paradigma neoliberal habían cercenado las bases sobre las que se asentaba. Solo era cuestión de tiempo que el divorcio entre las constituciones formal y material de la sociedad fuese leído en términos políticos.

 

Indignación y quiebra del bipartidismo

 

Con la crisis financiera de 2008, el sustento material del régimen empezó a desmoronarse. Al grito de “¡democracia real ya!”, el 15 de mayo de 2011 las plazas desbordaron indignación. La ciudadanía impugnaba el sistema de partidos en su conjunto: “¡No nos representan!”, clamaba la multitud. Lejos de ser atendida su demanda de mayor democratización, el bipartidismo aprovechó para reformar la Constitución un 23 de agosto en comisión y blindar la austeridad neoliberal.

 

La mayoría absoluta de Rajoy el 20N, más que un éxito propio, fue demérito socialista

 

La promesa de modernidad del PSOE, reactualizada en la primera legislatura de Zapatero (retirada de las tropas de Iraq, matrimonio homosexual, etc.) se esfumó. Por dos veces consecutivas, en 2011 y 2015, el PSOE observó cómo el hundimiento bipartidista avanzaba con pie izquierdo. En rigor, la mayoría absoluta de Rajoy el 20N, más que un éxito propio, fue demérito socialista al perder quince puntos de golpe.

 

El PP tampoco escaparía a la sangría. Ambos bajarían a sus mínimos históricos: el PSOE, en 2015, hasta el 22%, y el PP, en 2019, hasta el 16,69%. En las cuatro últimas elecciones generales, el bipartidismo ha quedado siempre por debajo de cualquier otro resultado anterior; incluidas las primeras legislaturas. Todavía en las últimas generales de 2019, los dos grandes partidos no consiguieron sumar uno de cada dos votos.

 

De la implosión al bloqueo

 

A partir de las europeas de 2014 comenzaron a cumplirse los peores vaticinios: cinco legislaturas; imposibilidad de formar gobierno en dos ocasiones y repetición de elecciones; tres mociones de censura (una aprobada); primer gobierno central de coalición, a la segunda y con calzador... A efectos de la gobernabilidad y crisis de régimen, los años diez fueron de infarto. No hubo costura que no fuera puesta a prueba.

 

En el primer lustro de esta década, el bipartidismo implosionó ante un doble desafío: por un lado el Procés emprendió una escalada que acabó en la DUI; por otro, una parte del 15M optó por el asalto democrático a las instituciones desde múltiples frentes. Primero como sorpresa en las europeas. Luego al ganar las grandes alcaldías y condicionando parlamentos autonómicos. Por último, alcanzando las Cortes, donde se pudo condicionar como nunca el futuro del país.

 

El segundo lustro consiguió frenar las expectativas de cambio. Sin embargo, tampoco fue un despertar feliz: el paisaje partidista se amplió hasta seis partidos de ámbito estatal con representación; el número de partidos aumentó hasta 17 formaciones (sin contar la “confederalidad” de UP); el grupo mixto tuvo que desduplicarse para poder facilitar la actividad del Congreso. Toda esta fragmentación creciente se vio sometida a una mayor polarización: tras Vistalegre II, UP verificó su regreso a la esquina izquierda, perdiendo la mitad de escaños; la desaparición de Cs por el centro tuvo su correlato en el auge de Vox a la derecha del PP.

 

En el umbral de los monstruos gramscianos

 

Aproximémonos aún más al análisis de la evolución reciente. Si recurrimos a las lentes de la demoscopia se pueden identificar algunos indicadores sintomáticos. Por ejemplo el persistente, aunque discreto, regreso del bipartidismo. Desde que Cs perdió el segundo puesto, a finales de julio de 2018, PSOE y PP han pasado a alternarse de nuevo a la cabeza de las preferencias demoscópicas. Esto no sucedía desde noviembre de 2014, momento en que Podemos, al lograr la segunda posición, rompió con el duopolio vigente desde 1982. Antes de un mes se convertiría en primera opción.

 

Desde que Cs perdió el segundo puesto, PSOE y PP han pasado a alternarse de nuevo a la cabeza de las preferencias demoscópicas

 

Los años que siguieron fueron frenéticos y el liderazgo del país fue cambiando de manos a cada poco. Podemos fue el primero en ser descartado, quedando ya en la cuarta posición desde noviembre de 2017. Solo por un efímero momento adelantó a Cs en la caída de los de Rivera, allá por septiembre de 2019, justo antes de que Vox irrumpiese con fuerza para ocupar su tercera posición actual. En este sentido, es importante no sobredimensionar a la extrema derecha, pues sus éxitos nunca han logrado quebrar el liderazgo bipartidista como hicieron Podemos y Cs.

 

 

Pese a las encuestas, el bipartidismo está lejos de haberse recuperado. En los mejores casos, PSOE y PP han mejorado levemente su situación. Incluso en la ventaja de ser líderes indiscutidos de una eventual alternancia, su suma se maneja en un umbral en torno al 55%, muy lejos aún del 83,8% de 2008 o el 73,49% de 2011. Si además descendemos al nivel autonómico, la recuperación del bipartidismo también debe ser matizada por territorios. Disponemos de dos precedentes para las elecciones andaluzas, feudos tradicionales de los conservadores: Madrid y Castilla y León.

 

Dos escenarios autonómicos

 

Primero los resultados de Madrid. Tuvieron lugar en un fuerte aumento de participación (un 7,4% respecto a las anteriores, un 4,4% neto en toda la década). Y aunque la fragmentación se redujo (desapareció Cs), el sistema de partidos se ha polarizado con los aumentos de Vox y UP. A pesar del mal resultado del PSOE, el éxito del PP ha hecho que el bipartidismo recupere terreno (hasta un 12,1%). No obstante, a día de hoy, sigue un 25,3% por debajo de los tiempos de Esperanza Aguirre.

 

Los éxitos de la extrema derecha nunca quebraron el liderazgo bipartidista como hicieron Podemos y Cs

 

Con todo, Ayuso alcanzó su objetivo con holgura: reafirmar al PP como partido dominante. Además de eliminar la competencia de Cs, logró sumar más que los tres partidos de izquierda (65 escaños frente a 58), por lo que la posición de Vox (13) se vio debilitada. Por si fuera poco, Mónica García arrebató la segunda posición a Ángel Gabilondo a pesar del empate en escaños.

 

El contrapunto a Madrid lo puso Castilla y León. Aunque la intención de Mañueco era imitar a Ayuso, la operación no le salió como lo previsto: el bipartidismo volvió a perder apoyos (4,8% en esas elecciones y un 27,2% en toda la década). La abstención siguió al alza y la fragmentación se incrementó hasta ocho partidos parlamentarios (cinco más en solo una década). Vox siguió creciendo (5,4 puntos hasta el 17,5%) y se hizo imprescindible para que el PP pueda conservar el poder. A falta de Más Madrid, las candidaturas de la España vaciada articularon el descontento.

 

¿Y Andalucía?

 

La convocatoria adelantada en Andalucía supone el inicio de una tercera ronda electoral: si en 2015 adelantó el fin del bipartidismo y en 2018 marcó la irrupción de Vox, el 19J puede significar el retorno del bipartidismo o la persistencia de la fragilidad del régimen en el contexto de crisis actual.

 

El impacto de Andalucía sobre la política española podría marcar la aceleración del ritmo político

 

En el momento en que esto se escribe, a cuarenta días del 19J, el escenario más probable podría caracterizarse por una leve caída de la abstención; persistencia en la fragmentación del sistema de partidos y mayor polarización; aumento previsible del bipartidismo por extinción de Cs, mejora del PP como partido de gobierno y estabilidad del PSOE como alternante en la oposición. Otros escenarios serían tan sorprendentes como críticos.

 

El impacto de Andalucía sobre la política española podría marcar la aceleración del ritmo político. Si el escenario fuese el más favorable al bipartidismo, no sería descartable un adelanto electoral al próximo otoño. Por el efecto “disciplinario” de la lectura del resultado y como sorprendería al resto de partidos, PSOE y PP se situarían en la parrilla de salida. En Andalucía se juega hoy emprender el camino de regreso al bipartidismo del 78 o una reinvención pluralista de la democracia por conocer.

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