LAS HOJAS DE OTOÑO BAILAN
ANTES DE MORIR
EL OTOÑO ES UN ESTÍMULO
PARA ESCRIBIR SOBRE EL PROPIO
OTOÑO Y OTRAS MUCHAS
IDEAS.
POR JOSE LUIS MERINO
El árbol es lo más parecido a una ciudad. Así lo pensaba el hombre sentado en un banco del Parque, debajo de un árbol. Todos los días en el último otoño, veía los juegos de despedida de las hojas. Las primeras en dejar la casa materna eran las más alejadas y extremas, allá donde acaba el árbol.
Mientras arrecian los vientos, las hojas se aferran bailando antes de morir, lo que viene a ser una manera de tiritar de miedo. Mueven sus cuerpos, luchan por no dejar de ser lo que fueron. Unos instantes antes formaban parte de un hermoso árbol. Una vez caídas ruedan por el suelo, hasta el barrido municipal.
Esa minúscula hoja
enseña el camino al hombre. Brotó de la rama de un árbol. Fue haciéndose una
bella hoja valorada por su belleza junto a otras hojas, no menos bellas. El
sol, la lluvia y el viento, ese viento suave a veces y estremecedor otras, el
mismo que la matará, la harán crecer y embellecer.
El hombre tomó en
su mano la hoja caída sobre su hombro, nada más dejar de vivir. Se maravilló al
comprobar cómo el frágil cuerpo de aquella hoja podía haber estado tantos meses
habitando en ese cuerpo de raíces, gran tronco, además de fuertes ramajes y
sutiles compañeras. La hoja semejaba al cuerpo humano. Su frente o cara visible
y el reverso oculto, apenas reparable. Dentro de su fragilidad, la parte de
donde brotaba era sumamente fuerte. Tenía forma de ventosa y lo más parecido a
una pata de elefante. Para alcanzar en vida la gracilidad de lo visible en
movimiento, antes tuvo que desplegar toda su fuerza en sujetarse a la rama que
le tocó en suerte.
El hombre se
levantó, encaminándose hacia la otra ciudad, la de los automóviles. Llevaba la
hoja en la mano, haciéndola danzar entre sus dedos. Por inhabilidad de la mano,
la hoja llegó a soltarse. Desde el suelo vio marchar al hombre. Nunca llegaría
a saber que el caminante en esos momentos juntaba pensamientos. Los iniciaba
con la imagen de la hoja perdida para la vida. Lo ampliaba hasta la vida misma,
que es una dolorosa y continua despedida.
***
El escritor guatemalteco Augusto
Monterroso tuvo un golpe de suerte al escribir, en siete palabras, el cuento más
corto de la historia de la literatura: Cuando despertó, el dinosaurio todavía
estaba allí.
Me parece escuchar
la llamada de los dueños de Tiffany’s, pidiéndole permiso a Monterroso para
llevar a su escaparate de Nueva York las siete palabras del cuento.
***
México. Dígalo con jota y escríbalo
con equis. Ya lo anunciaba Valle Inclán: fui a México, porque México se escribe
con equis. Una vez recorrido el país, quedó cautivado por la bullente sonoridad
de los nombres de algunos de sus lugares:
Guanajuato-Chihuahua-Tlatelolco-Tijuana-Potosí-Chiapas-Cuernavaca-Morelia-Chapultepec-Campeche-Palenque-Veracruz-Jalisco-Sineloa-Monterrey-Chapotón-Yucatán-Tampico-
Aguascalientes-Tabasco…
Nota al margen:
Ramón Mª del Valle Inclán (1866-1936), además de poeta y novelista, fue un
excepcional dramaturgo. Títulos como Luces de bohemia, Romance de lobos,
Divinas palabras, Martes de carnaval, Águila de blasón, se inscriben entre las
mejores piezas teatrales escritas en lengua española y aun del teatro universal.
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