LOS HOMBRES QUE RESUCITARON
A LIBERTY VALANCE
El
TS ha decidido volver a juzgar a Otegi, y lo ha hecho por unanimidad, lo que es
un indicio de algo enrarecido en la Justicia, más profundo de lo previsto
GUILLEM MARTÍNEZ
1- Estamos en un proceso constituyente, en el que, si todo sale mal, ya no será necesario el enojo de retocar una Constitución, como en 2012. Si, a su vez, este articulete me sale como calculo ahora que me fumo un pito y escucho una versión sobrecogedora de La Belleza, de Aute, acabaré haciendo un chimpón con la frase inicial de este punto, y trayendo a colación, por el mismo precio, un libro formidable de Jordi Nieva –El hombre que mató a Liberty Valance–, un ¿manual? ¿una poética democrática? de derecho, a partir de aquella genialidad homónima de John Ford. Rayos, hacia años que no decía homónimo. Parece el nombre de un mono simpático. Homónimo. Homónimo. No puedo parar, brrrr.
2- Otegi ha dado
lugar al caso homónimo.
3-. En su día
–2011; sentencia en 2012–, Otegi y otros líderes abertzales fueron juzgados en
la AN. Sinopsis. En un momento en el que estaban realizando un esfuerzo notorio
para hacerle el ERE a ETA, y canalizar su entorno a la no violencia, se decidió
juzgarles por intentar crear otra formación, distinta a la ilegalizada
Batasuna, con la que –agárrense, ¿qué será lo siguiente?– concurrir a
elecciones. Posiblemente, por tanto, el juicio no obedecía tanto a un delito,
como a cierta voluntad colectiva –en un determinado colectivo jurídico-político–
de prolongar la cosa ETA, clave de bóveda de la propaganda del PP en aquellos
años. Y, glups, en estos. El resultado fueron varias condenas, por pertenencia
a banda armada –zas–, que iban de 6 a 7 años y medio. Poca broma. Durante el
juicio, la jueza se puso castiza en un par de instantes. Lo justo, y más, para
invalidar su imparcialidad en aquella extraña vista. Tras pasar por el TS y el
TC, la cosa acabó en el TEDH –rajó en 2018– que, previamente, ya se había
pronunciado a favor de una recusación de la jueza por parcialidad. Se dice
rápido. La actuación del TEDH fue importante posteriormente. Moduló la estética
del juicio al procés, en el que hubo un notorio esfuerzo de contención
anti-lapsus lacaniano. El TS, vamos, se sintió observado, que es lo peor que te
puede pasar en un WC de gasolinera y en un tribunal de república bananera. De
manera que lo estremecedor de aquel juicio –su instrucción, su sentencia– no
transcurrió en su sala Primera y en tiempo real. Finalmente, en 2020, la sala
Segunda del TS acabó anulando la sentencia de Otegi, tras la revisión
interpuesta por sus defensas. Terminaba un segmento inquietante jurídicamente,
en el que se conjugó la figura jurídica del pabernosmatao con la del
bien-está-lo-que-bien-acaba. Dos figuras sumamente turbadoras, en tanto no son
jurídicas, sino de mi madre, que en la vida vio de todo.
4- Pues bien, hace
escasas horas el TS se ha puesto las pilas, o lo que se ponga, y ha decidido
volver a juzgar a Otegi. Por unanimidad. Es decir, en comunión con todos sus
hipotéticos sectores. Verdaderamente esa es la noticia en este asunto. Son 16
bravos jueces 16. Lo que supone una
ausencia de matices en una decisión radical y de riesgo. Una apuesta por
una jugada democráticamente cuestionable –la Justicia debe ser democrática, o
apaga y vámonos; la justicia no es un estado de ánimo, es la ley formulada en
democracia, un corpus que ya no es exclusivamente estatal–, en la que el TS
tiene mucho que perder. Más que Otegi y los otros acusados, incluso, que pueden
no perder más de lo ya perdido en esta partida. Mucho. Varios años de su vida.
Interpretación sobre la unanimidad: presupone presiones –es decir, también
premios y castigos– y la sospecha de que es, a su vez y únicamente, una
exhibición ante el TEDH, para que esos chupatintas de Washington, que no
entienden ni el Gran Estado de Mississippi, ni sus costumbres, se callen. Esa
unanimidad es infrecuente, por definición, en una institución democrática para
decisiones de ese calado y tendencia. Esa unanimidad es un indicio de algo,
efectivamente, enrarecido en la Justicia, más profundo de lo previsto. Y lo que
es peor, presagia votaciones unánimes futuras. Para encarcelar a Lula, por
ejemplo y sea lo que sea Lula por aquí abajo. El TS, en fin, puede estar a dos
votaciones unánimes de proclamar la unanimidad. Socorro
5- ¿Qué pierde el
TS? El TS puede perder lo único que tienen los TS mundiales. Su prestigio. En
su día –antes de que el TEDH abriera la boca de la cara–, si quería quedar
mono, el TS debería haber ordenado repetir el juicio. Aplicar eso cuando se han
superado todas las instancias es una interpretación contra-reo. Es decir, una
perversión de la Justicia. Inconstitucional, por otra parte. Si bien, me temo,
no inconstitucionalista, ese chicle. Si existiera un TC posterior a su reforma
y a su sacrificio ritual durante el procés, tendría deberes. No los
tiene/estará votando unánimemente por ahí.
6- Para su pirueta
unánime, el TS ha forzado la interpretación del texto del TEDH. Sí, daba pie a
repetir el juicio. Pero sólo a petición del reo, que se cuidaría mucho, a
presión y temperatura estables, de hacerlo. Es decir, con su ejercicio de
fuerza –más fuerza al uso que interpretativa– el TS no entiende que no es la
última instancia. No entiende que el marco jurídico esp es también europeo.
Añora una soberanía que no existe para él. Y la ejerce. La ejerce por segunda
vez en un año. Eso es lo segundo importante. El TS, que decidió no respetar la
sentencia del TJUE de diciembre de 2019 sobre la inmunidad de Junqueras, sino recrearla,
ha decidido algo parecido y con otro Tribunal. Ha decidido algo más elaborado y
forzado, incluso.
7- Hay serios
indicios sobre el carácter político de esta segunda decisión, que aleja la
Justicia esp de Europa conscientemente. Es decir, hay serios indicios del
carácter político del tramo alto de la Justicia. Más ahora, cuando el TS se
saca de la manga –bueno, de la puñeta– una repetición de juicio, antes de la
votación en el Congreso de los PGE, en los que Bildu votará afirmativamente,
si-no-hacemos-algo. Es un intento de
participación en política por otros medios. Y es un ensayo –como las rabietas
de los niños de dos años– para ver hasta dónde llega la autoridad de sus
padres. En este caso, el TEDH y el TJUE.
8- El Gobierno
debería optar por la opción más moderada ante este problema. Tomar medidas
contundentes ante una justicia politizada y en trance, como su nombre indica,
de alejarse del imperio de la ley hacia el Imperio. Antes de que sea demasiado
tarde. Para el Gobierno. Incluso para más cosas y objetos. Debe recurrir, en
defensa de la Justicia y de la Democracia, al mismísimo TEDH, al Consejo de
Europa, a la Comisión Europea. Es un problema central, serio, estructural. No
se soluciona nombrado al TS capitán general de Canarias. Sólo aprovechando este
exceso del TS se puede plantear en Europa el problema político y democrático de
la Justicia esp, y su reforma.
9- Suponiendo que
alguien quiera.
10- Estamos en un
proceso constituyente, en el que, si todo sale mal, ya no será necesario el enojo
de retocar una Constitución, como en 2012. En toda Europa, esa es la tensión.
En Esp es la verdadera tensión territorial, la política, la tensión en el seno
del Gobierno. En esta pandemia, todo apunta a ello, se están planteando cambios
estructurales por la vía de los hechos, privatizaciones de lo poco que quedaba
sin privatizar. La reforma de las pensiones, aplazada en Francia, a-ver-qué en
Esp, será la metáfora. El Bienestar, la forma de democracia en Europa,
seriamente herida –en Esp, desaparecida, nos pongamos como nos pongamos, con la
reforma constitucional exprés– es el centro del conflicto. Quizás la Justicia
que se verbaliza a sí misma es la pretendida. Quizás sea la más pertinente para
esta época de reformulación de derechos. Nadie cede sus derechos sin ejercicios
de fuerza. Para lo que una Justicia politizada y al servicio del Estado
–debidamente ocupado su Ejecutivo– sería algo de primera necesidad. Si no se
combate, ferozmente, por su reforma, se producirá un gran indicio de que no se
quiere ninguna reforma. Lo que nos lleva a Liberty Valance.
11- En El hombre
que mató a Liberty Valance, John Ford describe la democracia y el Estado. Ford
era libertarian, algo con cierta operatividad y protocolo hasta Reagan. Se negó
a declarar contra comunistas en el Hollywood del macartismo –“Me llamo John
Ford y hago películas del Oeste, y lo que proponéis es una cabronada”–. Empleó
a minorías, cuando eso no era frecuente y se animaba a lo contrario. No le caía
bien el Estado, e hizo una peli en la que planteaba el Estado –los ganaderos y
sus pistoleros– y la democracia –un abogado del Este, emigrantes alemanes sin
derechos, John Wayne, que no sabe nada de todo eso, pero que hace posible la
libertad en un pequeño pueblo–. Democracia y Estado no siempre han sido lo
mismo. La democracia no es más que Justicia. Un Estado puede existir sin ello.
De eso, Estado ganadero vs. democracia, va el libro de Jordi Nieva homónimo.
Homónimo. Homónimo. Brrrrrr.
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