P R É D I C A
(De Apuros Varios)
José Rivero Vivas
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CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO
HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)
APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)
Publicados en 1 volumen.
(ISBN
84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91
Editorial
Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)
Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser, trata de alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos, modas y costumbrismo, con noble ánimo de ver insinuarse Dubliners, de Joyce, en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.
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Tenerife
Islas
Canarias
Diciembre
de 2020
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José Rivero Vivas
PRÉDICA
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Apostado en el arranque de la avenida Tres de Mayo, justo en la
confluencia con la avenida Marítima y la vía que continúa en dirección a Los
Llanos, Celedonio vocea a grito pelado mientras hace señas al hervidero de
vehículos que incesantes cruzan ante su vista sin importar a sus ocupantes los
clamores de aquel hombre, estrafalariamente atildado, que ajeno al zumbido
imparable persiste en lanzar su mensaje de ansiedad y de inquietud, de urgente
deseo de reintegración en la tierra que nació, y que, a su pesar, desconoce.
Impertérrito a los humos, ruidos, frenazos, bocinas, insultos y
palabrotas, abre los brazos en exagerada gesticulación, al tiempo que emprende
la relación de su larga letanía.
Llévenme al Teide, paisanos, que me siento desarraigado y quiero
beber en sus raíces la savia nutricia de sus entrañas, para acortar el
distanciamiento que me aleja de nuestras Islas Canarias.
No soy godo. No lo crean. Mi habla está deformada por los años
que viví en distintas provincias, de Europa y de España. Pero nací aquí, en
Tenerife, dentro de este Santa Cruz, que a cuestas llevo su nombre sin más
gloria ni entusiasmo que el amor propio heredado, que un día fuera erigido al
grato recuerdo de una infancia de escasez y de penuria, casi hambrienta y
miserable, de peleas y pedradas, de riñas futboleras, de desconsuelos y maguas.
Quién iba a decirme a mí que, después de tantos años bregando en
el extranjero, habría de personarme en este mismo pueblo, avanzar por las
laderas de espalda a la mar océana y atravesar las huertas que aún hay
plantadas, pisando los surcos de batatas sembradas allá en el Tablero, arriba
en Geneto y a este lado de Finca-España.
Quiero subir al Teide. A Las Cañadas, al menos. A encontrarme con los guanches caídos en el
terrero, cuando la lucha se impuso con el fin de salvar la libertad del
patriota isleño.
No me llamen extraño, coño, que
soy nacido en Canarias. He venido desde lejos, recorriendo luengas distancias,
para incorporarme a su historia. ¿Qué más da el lugar de nacimiento? Yo mismo
he amado infinitos valles y pagos, múltiples comarcas y zonas de Méjico a
Patagonia. He visitado en Irlanda al Druida hacedor de trueques de genuina
identidad, para solazarme al fin con mi estancia en Borondón junto al obispo
extraviado en las aguas del Atlántico. He querido retornar a estas peñas,
volver a hollar estas rocas y barrancos, estas calles de Santa Cruz, sus
ramblas y avenidas, sus plazas y alamedas.
Ahora bien, para autentificar
mi estancia y dar veracidad a mi origen y procedencia, necesito subir al Teide,
para contemplarlo cubierto de nieve en meses de invierno; verlo bien cerca en
verano, cuando achicharra el calor. En otro tiempo también, para admirar su
vegetación: sus tajinastes en flor, el olor de su retama, su violeta preciada,
sus tierras polícromas, sus altos roques, hendiduras y fallas, su imponente
magnitud y su imagen colosal.
Quiero escuchar las voces de
quienes un día pudieron arribar en nave de ocho cilindros, cuatro hélices y un
escape, que los remontó al firmamento y no hemos vuelto a saber de ellos ni
aun orientando nuestros cantos por medio de las pirámides de La Palma y las
torres de piedra de Güímar, resto enigmático de vestigio ancestral. El silencio
es absoluto en torno a esta aventura, y no hallamos forma de averiguar datos
sensibles que nos indiquen alguna huella que confirme la verdad sobre esta
odisea, llevada a cabo por quienes se acercaron un día a nosotros surcando los
caminos del espacio.
Pero lo mío es
volver a empezar, retornar, querer seguir, implantarme una vez más en estas
tierras, que no son mías ni tampoco sé a quién pertenecen. Lo único que deseo
es luchar por establecerme, por quedar y permanecer en estos valles estrechos
y anchos, en estas lomas y picachos que se alzan fieramente sobrepasando las nubes
sin temor a desmayar debilitados por la altura ni temblar ante el riesgo de
perderse fusionados con la altitud extremada de unas peñas que se precipitan en
alud portentoso, demoledor de ciudades antiguas que permanecen sepultas bajo
las cenizas de un volcán que cesó hace tiempo su erupción y lentamente se
apaga.
Este es quizás el
medio mejor de hacer entender a los demás, que todos tenemos derecho a estar
donde nos guste. El mundo es un todo, una nave gigante circunvolando el espacio
en divertida y trágica travesía. Nadie tiene por qué obligarnos dentro de
nuestro habitáculo. Ninguno posee potestad para decirnos, limitarnos, reducirnos, congregarnos en un lugar
determinado aun considerándolo ajeno o sabiéndolo propio.
*
Celedonio se aburre
de gritar y de hablar fuerte donde nadie le escucha porque todos pasan raudos
en sus coches y el ruido es ensordecedor. Continúa haciendo señas con su mano
alzada y el pulgar indicando la dirección anhelada. Nadie para. Ninguno frena.
Pocos advierten su presencia, pues ni siquiera se inquietan ni mucho menos se
preguntan la causa de su estadía en el lugar ni se sorprenden con su pinta:
cazadora negra de cuero y camiseta amarilla desabrochadas, gorro blanco de
soldado, pantalón azul con los vueltos dentro de unos calcetines rojos, tenis
multicolor y un saco de pita lleno de ropa y otros bártulos, cargado a la
espalda. Nada de esto llama la atención de los automovilistas, que impasibles
cruzan con sus rostros adustos y su ojos puestos en el cuidado de la carretera
temiendo que el intenso tráfico pueda malograrles su conducción y echar por
tierra su intención de llegar al punto fijado de antemano, que puede ser La
Laguna o La Orotava, o cualquier sitio intermedio, más acá o más allá, según
la situación de quien aprecie la distancia.
Miren. No me hace
falta ya que me empujen ni que me regalen una montadita en su coche. No me
importa el medio de llegar, de partir de este paraje. No quiero ir al Teide,
aunque sí quiero; pero me quedo, no voy. Renuncio a pedirles ayuda porque lo
mío es otro estar, diferente decir, distinto cantar y plañir. Vayan ustedes,
corriendo todos, sin que ninguno mire atrás, por aquello de la sal, que acaso
dejen olvidado al ser amado; no como yo, que quiero subir al Teide y no tengo
medio de transporte, ni conozco senda ni poseo escalera ni brida atada al
cuello o soga de cabestro en torno a mi cabeza para que familiares, amigos,
paisanos, compatriotas fieles, vayan tirando del cautivo hasta alcanzarlo
arriba mismo, a lo alto de Izaña, al Portillo, al Valle de Ucanca, a la ancha
explanada de donde surge invicto el hermoso gigante celador de las Islas.
Vayan ustedes
solos. No se preocupen por mí. Cómanse al padre Teide, como si fuera de gofio,
por si ello los conforta y les repara el hambre vieja que de siglos vulnera
sus redentros.
Nosotros, los que
no tenernos cómo llegar hasta arriba, desde aquí abajo mismo, procuraremos
entrar en contacto con su verdad recóndita, con su misterio oculto, con su
velado secreto y su magnificencia absoluta; le pediremos que no nos abandone
jamás, que permanezca siempre pacífico, imperturbable, sereno y en paz,
protegiéndonos a todos, soslayando los peligros, amparando las voces y los
espíritus de quienes un día vinieron para otra vez partir, por si deciden
retornar. Que nos aporte su energía y nos trasvase su efluvio altísimo para
perseverar siendo quienes somos, seres sin más, de esta y de aquella forma y
aun del color más dispar. Qué importa la variedad. Abramos los horizontes.
Subamos a su altura. No nos detengamos en nimiedades, en pequeños obstáculos
sin monta, en insensateces que estorban a la memoria del discurso de los días
orillando de mustios ribetes la esplendidez de la vida en su cotidianidad
armónica.
*
Cuando al cabo de las horas
Celedonio decidió retirar su demanda, hubo de esperar a que la columna de
automóviles disminuyera por efectos del semáforo situado delante de la
Delegación de Hacienda; así pudo apartarse del centro de la avenida yendo hasta
la orilla de la gran explanada en construcción de la que será Plaza de la
Presidencia.
Un coche de Policía Local se
acercaba rápidamente, pero Celedonio se perdía ya por el enlace con la avenida
José Manuel Guimerá, como si, en el prólogo a las "Estampas
Tinerfeñas" de Leoncio Rodríguez, buscase apoyo material a su
independencia y soberanía, elementos básicos en la práctica de su libre
albedrío y su precario estar dentro de la penuria absoluta en que discurre su
existencia.
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José Rivero Vivas
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CUENTOS
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VARIOS – Obra: C.09 (a.09)
Publicados en 1 volumen.
(ISBN
84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91
Editorial
Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)
Obra
escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en cuanto series de
relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser, trata de
alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos,
modas y costumbrismo, con noble ánimo de
ver insinuarse Dubliners, de Joyce,
en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire
intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se
enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un
cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.
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Islas Canarias
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