martes, 22 de diciembre de 2020

P R É D I C A (De Apuros Varios) José Rivero Vivas

 

P R É D I C A

(De Apuros Varios)

José Rivero Vivas

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CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO

HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)

APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)

Publicados en 1 volumen.

(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91

Editorial Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)

Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser, trata de alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos, modas y  costumbrismo, con noble ánimo de ver insinuarse Dubliners, de Joyce, en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.

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Tenerife

Islas Canarias

Diciembre de 2020

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José Rivero Vivas

PRÉDICA

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Apostado en el arranque de la avenida Tres de Mayo, justo en la confluencia con la avenida Marítima y la vía que continúa en dirección a Los Llanos, Celedonio vocea a grito pelado mientras hace señas al hervidero de vehículos que incesantes cruzan ante su vis­ta sin importar a sus ocupantes los clamores de aquel hombre, estra­falariamente atildado, que ajeno al zumbido imparable persiste en lanzar su mensaje de ansiedad y de inquietud, de urgente deseo de reintegración en la tierra que nació, y que, a su pesar, desconoce.

Impertérrito a los humos, ruidos, frenazos, bocinas, insultos y palabrotas, abre los brazos en exagerada gesticulación, al tiempo que emprende la relación de su larga letanía.

Llévenme al Teide, paisanos, que me siento desarraigado y quie­ro beber en sus raíces la savia nutricia de sus entrañas, para acor­tar el distanciamiento que me aleja de nuestras Islas Canarias.

No soy godo. No lo crean. Mi habla está deformada por los años que viví en distintas provincias, de Europa y de España. Pero nací aquí, en Tenerife, dentro de este Santa Cruz, que a cuestas llevo su nombre sin más gloria ni entusiasmo que el amor propio heredado, que un día fuera erigido al grato recuerdo de una infancia de escasez y de penuria, casi hambrienta y miserable, de peleas y pedradas, de riñas futboleras, de desconsuelos y maguas.

Quién iba a decirme a mí que, después de tantos años bregando en el extranjero, habría de personarme en este mismo pueblo, avanzar por las laderas de espalda a la mar océana y atravesar las huer­tas que aún hay plantadas, pisando los surcos de batatas sembradas allá en el Tablero, arriba en Geneto y a este lado de Finca-España.

Quiero subir al Teide. A Las Cañadas, al menos. A encontrarme con los guanches caídos en el terrero, cuando la lucha se impuso con el fin de salvar la libertad del patriota isleño.

No me llamen extraño, coño, que soy nacido en Canarias. He venido desde lejos, recorriendo luengas distancias, para incorporarme a su historia. ¿Qué más da el lugar de nacimiento? Yo mismo he amado infinitos valles y pagos, múltiples comarcas y zonas de Méjico a Patagonia. He visitado en Irlanda al Druida hacedor de trueques de genuina identidad, para solazarme al fin con mi estancia en Borondón junto al obispo extraviado en las aguas del Atlántico. He querido retornar a estas peñas, volver a hollar estas rocas y ba­rrancos, estas calles de Santa Cruz, sus ramblas y avenidas, sus plazas y alamedas.

Ahora bien, para autentificar mi estancia y dar veracidad a mi origen y procedencia, necesito subir al Teide, para contemplarlo cubierto de nieve en meses de invierno; verlo bien cerca en verano, cuando achicharra el calor. En otro tiempo también, para admirar su vegetación: sus tajinastes en flor, el olor de su retama, su viole­ta preciada, sus tierras polícromas, sus altos roques, hendiduras y fallas, su imponente magnitud y su imagen colosal.

Quiero escuchar las voces de quienes un día pudieron arribar en nave de ocho cilindros, cuatro hélices y un escape, que los re­montó al firmamento y no hemos vuelto a saber de ellos ni aun orien­tando nuestros cantos por medio de las pirámides de La Palma y las torres de piedra de Güímar, resto enigmático de vestigio ancestral. El silencio es absoluto en torno a esta aventura, y no hallamos for­ma de averiguar datos sensibles que nos indiquen alguna huella que confirme la verdad sobre esta odisea, llevada a cabo por quienes se acercaron un día a nosotros surcando los caminos del espacio.

Pero lo mío es volver a empezar, retornar, querer seguir, implantarme una vez más en estas tierras, que no son mías ni tampoco sé a quién pertenecen. Lo único que deseo es luchar por establecer­me, por quedar y permanecer en estos valles estrechos y anchos, en estas lomas y picachos que se alzan fieramente sobrepasando las nu­bes sin temor a desmayar debilitados por la altura ni temblar ante el riesgo de perderse fusionados con la altitud extremada de unas peñas que se precipitan en alud portentoso, demoledor de ciudades antiguas que permanecen sepultas bajo las cenizas de un volcán que cesó hace tiempo su erupción y lentamente se apaga.

Este es quizás el medio mejor de hacer entender a los demás, que todos tenemos derecho a estar donde nos guste. El mundo es un todo, una nave gigante circunvolando el espacio en divertida y trágica travesía. Nadie tiene por qué obligarnos dentro de nuestro habitáculo. Ninguno posee potestad para decirnos, limitarnos, redu­cirnos, congregarnos en un lugar determinado aun considerándolo ajeno o sabiéndolo propio.

*

Celedonio se aburre de gritar y de hablar fuerte donde nadie le escucha porque todos pasan raudos en sus coches y el ruido es ensordecedor. Continúa haciendo señas con su mano alzada y el pulgar indicando la dirección anhelada. Nadie para. Ninguno frena. Po­cos advierten su presencia, pues ni siquiera se inquietan ni mucho menos se preguntan la causa de su estadía en el lugar ni se sorprenden con su pinta: cazadora negra de cuero y camiseta amarilla desabrochadas, gorro blanco de soldado, pantalón azul con los vueltos dentro de unos calcetines rojos, tenis multicolor y un saco de pita lleno de ropa y otros bártulos, cargado a la espalda. Nada de esto llama la atención de los automovilistas, que impasibles cruzan con sus rostros adustos y su ojos puestos en el cuidado de la carrete­ra temiendo que el intenso tráfico pueda malograrles su conducción y echar por tierra su intención de llegar al punto fijado de ante­mano, que puede ser La Laguna o La Orotava, o cualquier sitio in­termedio, más acá o más allá, según la situación de quien aprecie la distancia.

Miren. No me hace falta ya que me empujen ni que me regalen una montadita en su coche. No me importa el medio de llegar, de partir de este paraje. No quiero ir al Teide, aunque sí quiero; pe­ro me quedo, no voy. Renuncio a pedirles ayuda porque lo mío es otro estar, diferente decir, distinto cantar y plañir. Vayan uste­des, corriendo todos, sin que ninguno mire atrás, por aquello de la sal, que acaso dejen olvidado al ser amado; no como yo, que quiero subir al Teide y no tengo medio de transporte, ni conozco senda ni poseo escalera ni brida atada al cuello o soga de cabestro en torno a mi cabeza para que familiares, amigos, paisanos, compatriotas fieles, vayan tirando del cautivo hasta alcanzarlo arriba mismo, a lo alto de Izaña, al Portillo, al Valle de Ucanca, a la ancha explana­da de donde surge invicto el hermoso gigante celador de las Islas.

Vayan ustedes solos. No se preocupen por mí. Cómanse al padre Teide, como si fuera de gofio, por si ello los conforta y les repa­ra el hambre vieja que de siglos vulnera sus redentros.

Nosotros, los que no tenernos cómo llegar hasta arriba, desde aquí abajo mismo, procuraremos entrar en contacto con su verdad recóndita, con su misterio oculto, con su velado secreto y su magnificencia absoluta; le pediremos que no nos abandone jamás, que perma­nezca siempre pacífico, imperturbable, sereno y en paz, protegién­donos a todos, soslayando los peligros, amparando las voces y los espíritus de quienes un día vinieron para otra vez partir, por si deciden retornar. Que nos aporte su energía y nos trasvase su eflu­vio altísimo para perseverar siendo quienes somos, seres sin más, de esta y de aquella forma y aun del color más dispar. Qué importa la variedad. Abramos los horizontes. Subamos a su altura. No nos detengamos en nimiedades, en pequeños obstáculos sin monta, en insensateces que estorban a la memoria del discurso de los días orillando de mustios ribetes la esplendidez de la vida en su cotidianidad armónica.

*

Cuando al cabo de las horas Celedonio decidió retirar su demanda, hubo de esperar a que la columna de automóviles disminuyera por efectos del semáforo situado delante de la Delegación de Hacienda; así pudo apartarse del centro de la avenida yendo hasta la ori­lla de la gran explanada en construcción de la que será Plaza de la Presidencia.

Un coche de Policía Local se acercaba rápidamente, pero Celedo­nio se perdía ya por el enlace con la avenida José Manuel Guimerá, como si, en el prólogo a las "Estampas Tinerfeñas" de Leoncio Rodrí­guez, buscase apoyo material a su independencia y soberanía, elemen­tos básicos en la práctica de su libre albedrío y su precario estar dentro de la penuria absoluta en que discurre su existencia.

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José Rivero Vivas

PRÉDICA

(De Apuros Varios)

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CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO

HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)

APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)

Publicados en 1 volumen.

(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91

Editorial Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)

Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser, trata de

alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos, modas y  costumbrismo, con noble ánimo de ver insinuarse Dubliners, de Joyce, en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.

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Tenerife

Islas Canarias

Diciembre de 2020

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