¡CLARO QUE ALGÚN DÍA DEJARÉ DE ESCRIBIR!
QUICOPURRIÑOS
Porque todos tenemos principio y fin. Nacemos y morimos. Morimos
seguro. ¿Cuándo? Eso no se sabe, pero que “mors certa es, hora incerta”, o algo
así que decía el latinajo, de eso no te quepa la menor duda. Que pasar, pasará.
Y claro está. Entonces
no tendrás la ocasión de despedirte, pues en ruta hacia donde sea, hacia el Purgatorio
puesto que ya no tienes edad para llegar al Limbo, o hacia el Infierno, no dispondrías
de ocasión ni ordenador portátil desde el que mandar una misiva, un último
adiós. Entre otras cosas, quizás, no lo sé, porque en esas zonas por donde
vagues igual resulta que internet no funciona o, simplemente tú, ya estás fuera
de cobertura pese a llevar más de cuarenta años pagándole a Movistar. Muerto
que encima estás y no te dejan despedirte de tu familia. Ni de tus amigos.
Y entonces, ante
esa disyuntiva;¿Qué haces, qué hacer? Pues toca ser previsor querido Sancho.
Yo fui previsor
hace años con un amigo querido del alma, con
Chanito Hurtado, amigo desde la niñez, quien luchó más de cuarenta años
contra el cáncer con una sonrisa entrañable, esa que le protegía, la que era su
escudo contra el bicho que le atacaba y no le podía vencer. Y en lugar de
escribirle un relato, una nota, “In memoriam” para cuando falleciera, cosa que
no podría leer, pues ya abría dicho adiós, un hasta luego a esta existencia, se
la mandé en vida. Para que la leyera diciéndole: esto es lo que escribiría de ti
amigo oso, tú el que cuando me veías no se cortaba un pelo en darme un abrazo y
un beso en plena calle Carrera de La Laguna, en presencia de todos. El día que
la espiches, que la vas a espichar le escribí, no lo podrías leer, pues te
abrías ido, sin montar ruido, discretamente y en silencio. Y lo leyó y tanto
que me lo agradeció con su ternura de siempre. No sólo él, sino también su
mujer.
Ahora toca
despedirme. Para cuando ya no esté.
Mis primeros
recuerdos, mis primeros abrazos son, deben ser, para mis hijas, que tan feliz
me hacen pasar los días, aunque, a veces, me quede la sensación de no haber
estado a la altura de lo que se merecen o esperaban de mí. Pero qué orgulloso
estoy de las dos. Estudiantes brillante y de mente abierta, inquietas, trabajadoras
y educadas, solidarias, reflexivas, amigas de sus amigos, hermanas entrañables
que se apoyan una a la otra, pero sobre todo, por encima de todo, buenas,
buenísimas personas. Porque, por orden de aparición, la primera adora a la segunda y la segunda,
la que llegó después, lo propio a la
primera en llegar.
Y de mi mujer qué
decir, pues tanto de lo mismo. Ya es raro, hoy en día, mantener una relación que se
acerca a los cuarenta años, con sus altibajos cómo no, pero que aquí estamos. La
quiero más de lo que piensa, aunque a veces el paso de los años no se lo deje
ver. Es como si una catarata nublara su vista. Pero las cataratas se operan
ahora por la mañana y en la tarde en casa estás. Y al día siguiente la vista la
tendría totalmente recuperada, la que
ayuda a disipar esas imaginarias nieblas.
Mis hermanos han
sido, son y serán importantes. A ellos un beso, mi afecto, cariño y gratitud.
Mis padres ya no están, pero aún así, el recuerdo es imborrable. Y con ellos
permanezco en contacto en sueños. Y hablo y converso con los dos. Y me
contestan, me arropan, me dan consejos y hasta me dirigen, a veces, algún que
otro reproche.
Pues sí. Hoy toca
despedirse para cuando ya no esté, pues entonces no lo podría hacer, porque el
de la guadaña me habría visitado, sin avisar, para decir acompáñame. Y
entonces, por lo que pueda pasar, ahora es hora de decirles a todos: ¡gracias
por haberme acompañado en ese camino llamado vida!
quicopurriños,17 de diciembre del 2020
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