domingo, 20 de diciembre de 2020

¡CLARO QUE ALGÚN DÍA DEJARÉ DE ESCRIBIR!

 

¡CLARO QUE ALGÚN DÍA DEJARÉ DE ESCRIBIR!

  QUICOPURRIÑOS

Porque todos tenemos principio y fin. Nacemos y morimos. Morimos seguro. ¿Cuándo? Eso no se sabe, pero que “mors certa es, hora incerta”, o algo así que decía el latinajo, de eso no te quepa la menor duda. Que pasar, pasará.

         Y claro está. Entonces no tendrás la ocasión de despedirte, pues en ruta hacia donde sea, hacia el Purgatorio puesto que ya no tienes edad para llegar al Limbo, o hacia el Infierno, no dispondrías de ocasión ni ordenador portátil desde el que mandar una misiva, un último adiós. Entre otras cosas, quizás, no lo sé, porque en esas zonas por donde vagues igual resulta que internet no funciona o, simplemente tú, ya estás fuera de cobertura pese a llevar más de cuarenta años pagándole a Movistar. Muerto que encima estás y no te dejan despedirte de tu familia. Ni de tus amigos.

         Y entonces, ante esa disyuntiva;¿Qué haces, qué hacer? Pues toca ser previsor querido Sancho.

         Yo fui previsor hace años con un amigo querido del alma, con  Chanito Hurtado, amigo desde la niñez, quien luchó más de cuarenta años contra el cáncer con una sonrisa entrañable, esa que le protegía, la que era su escudo contra el bicho que le atacaba y no le podía vencer. Y en lugar de escribirle un relato, una nota, “In memoriam” para cuando falleciera, cosa que no podría leer, pues ya abría dicho adiós, un hasta luego a esta existencia, se la mandé en vida. Para que la leyera diciéndole: esto es lo que escribiría de ti amigo oso, tú el que cuando me veías no se cortaba un pelo en darme un abrazo y un beso en plena calle Carrera de La Laguna, en presencia de todos. El día que la espiches, que la vas a espichar le escribí, no lo podrías leer, pues te abrías ido, sin montar ruido, discretamente y en silencio. Y lo leyó y tanto que me lo agradeció con su ternura de siempre. No sólo él, sino también su mujer.

         Ahora toca despedirme. Para cuando ya no esté.

         Mis primeros recuerdos, mis primeros abrazos son, deben ser, para mis hijas, que tan feliz me hacen pasar los días, aunque, a veces, me quede la sensación de no haber estado a la altura de lo que se merecen o esperaban de mí. Pero qué orgulloso estoy de las dos. Estudiantes brillante y de mente abierta, inquietas, trabajadoras y educadas, solidarias, reflexivas, amigas de sus amigos, hermanas entrañables que se apoyan una a la otra, pero sobre todo, por encima de todo, buenas, buenísimas personas. Porque, por orden de aparición,  la primera adora a la segunda y la segunda, la que llegó  después, lo propio a la primera en llegar.

         Y de mi mujer qué decir, pues tanto de lo mismo. Ya es raro,  hoy en día, mantener una relación que se acerca a los cuarenta años, con sus altibajos cómo no, pero que aquí estamos. La quiero más de lo que piensa, aunque a veces el paso de los años no se lo deje ver. Es como si una catarata nublara su vista. Pero las cataratas se operan ahora por la mañana y en la tarde en casa estás. Y al día siguiente la vista la tendría totalmente recuperada, la  que ayuda a disipar esas imaginarias nieblas.

         Mis hermanos han sido, son y serán importantes. A ellos un beso, mi afecto, cariño y gratitud. Mis padres ya no están, pero aún así, el recuerdo es imborrable. Y con ellos permanezco en contacto en sueños. Y hablo y converso con los dos. Y me contestan, me arropan, me dan consejos y hasta me dirigen, a veces, algún que otro reproche.

         Pues sí. Hoy toca despedirse para cuando ya no esté, pues entonces no lo podría hacer, porque el de la guadaña me habría visitado, sin avisar, para decir acompáñame. Y entonces, por lo que pueda pasar, ahora es hora de decirles a todos: ¡gracias por haberme acompañado en ese camino llamado vida!

 

                                               quicopurriños,17 de diciembre del 2020


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