domingo, 27 de diciembre de 2020

FELIPING

 

FELIPING

El discurso del rey parece venir del Ejecutivo Sánchez. Más si pensamos que empezó a las 20:45, cuando el Telediario interrumpió sus funciones para iniciar un repor sobre la familia real, el conjunto biológico que más se ha desplazado desde marzo

GUILLEM MARTÍNEZ

El rey no habla. Dice. Por lo común nada, conceptos en blanco, a rellenar por el oyente o, más y mejor, por los medios, esos intermediarios entre la nada y el oyente. Lo que dice, por otra parte, debe ser refrendado por el Ejecutivo. Ese refrendo obligatorio puede ser formal y rapidito, o más elaborado, al punto de que el propio Ejecutivo elabore el discurso en su totalidad. Con la CE78 en la mano, el rey puede, en potencia, leer un discurso que ni tan siquiera comparta. O, al menos, es más posible eso que lo contrario, leer un discurso que el Ejecutivo no comparta. Lo primero, un discurso refrendado formalmente, pero apenas sin participación del Ejecutivo, ocurrió el 3-O de 2017 –el famoso discurso Maldito seas, Perry el Ornitorrinco–, cuando el Ejecutivo no cambió una coma al discurso que recibió de Zarzuela.

Aquel discurso –aquella anormalidad democrática, en la que el Jefe de Estado participaba en una polémica, agrandándola y dando sentido, incluso, al uso de la fuerza en un problema político; se dice rápido–, no sólo fue un jalón, no superado y de difícil superación, sino también un psicoanálisis en abierto de Felipe VI –el primer rey con titulación académica moduló una peligrosa fascinación por sus ancestros predemocrátricos; esto es, por la intervención en política; uno, en fin y si no lo remedia, no sólo es lo que estudia, su formación, sino, más y más profundamente, lo que no ha estudiado, su deformación–. El discurso de ayer, por el contrario, parece venir en su totalidad del Ejecutivo Sánchez. O, al menos, ese discurso hubiera sido imposible sin la participación, activa, del Ejecutivo. Más si pensamos que el discurso no empezó a las 21:00, como estaba previsto, sino a las 20:45, momento en el que el Telediario interrumpió sus funciones para iniciar un repor de 15’ sobre la familia real. Familia Real Spanish Tour’2020, el conjunto biológico que más se ha desplazado por la geografía desde marzo, si descartamos un virus. Lo que invita a ver en la campaña de la Casa Real, compartida o modulada por el Ejecutivo, un intento, también desordenado, por existir. Invita a ver en esa campaña de viajes, no muy lúcidos ni bien recibidos en toda la geografía, una mala campaña, y otra señal del mal asesoramiento que recibe, o se dota, la monarquía.

 

Esos 15’ de interrupción de la información para emitir propaganda sentimentalizada y mitificadora, que posteriormente será unida a los titulares que da un líder político –los semióticos de Princeton llamamos a eso Urdaci & TV3 Way of Life– son, a su vez, una anomalía, una aberración democrática. En esos 15 minutos se vio lo que después se oyó. Eran la peli del libro. A saber: una familia que confía su futuro a la empatía y que no confía esa empatía a los hechos, sino a la interrupción de la información en medios. Un Ejecutivo que envía a paseo 15’ de información es, por otra parte, una seria amenaza. El Ejecutivo envía a paseo 15’ de información porque, como se vio, puede enviar a paseo 15’ de información. Lo que es una decisión y una energía desmesuradas. Puede hacer una llamada telefónica y encontrar, en los medios públicos, profesionales que creen que su trabajo consiste en aportar cohesión a la sociedad vía propaganda. Es un dato alarmante, si pensamos que en los próximos meses, según lo que se esfuerce un virus, la sociedad puede estar más o menos desprovista del material real con el que se fabrica la cohesión social: derechos económicos, sociales y políticos.

 

15’ después de iniciarse, el rey, en su discurso refrendado, vertebró empatía –como una Miss Universo abogó por la paz mundial, la salud, las familias, los sanitarios; esa es su función, por otra parte no realizada en 2017–, los cuatro marcos al uso, la tradicional defensa de la CE78, extraña y que ilustra algo que ya es degeneración, chorrocientos años después de haberse aprobado la CE78. Abordó la corrupción de la Familia Real –ese es el trade-mark, y tanto la Casa Real como el Ejecutivo, la oposición y la gran parte de la sociedad lo saben– eludiéndola, citando valores éticos “que nos obligan a todos sin excepciones”. Es decir, sin esforzarse mucho, sin buscar alguna genialidad dialéctica para bordear la excepcionalidad con la que desde el Legislativo, el Ejecutivo, Justicia o Hacienda han abordado el asunto. El Ejecutivo no consideró, en su discurso refrendado, ninguna alusión a ninguna llamada al orden al tercio militar, ni ningún desvinculamiento efectivo de la monarquía respecto de la ultraderecha esp, su único defensor público no silencioso. Tampoco consideró emitir ningún spoiler sobre ninguna reforma constitucional, en la que se pueda reconsiderar la irresponsabilidad del Jefe del Estado. El discurso no fue un ejercicio de ingeniería. Fue la constatación de que se confía ese negociado, como en el pasado, a futuras interrupciones de 15’ en la información.

 

La monarquía, observando ese discurso y sus 15’ previos, está muerta. No es un notición. A diferencia de la monarquía inglesa, holandesa, o las nórdicas, está muerta desde el siglo XIX, y en el XX intensificó su muerte al no hacer lo correcto ante la barbarie. Está más muerta cuando se la deja sola consigo misma, y se le refrendan los discursos de pasada y con piloto automático, como en 2017. Vive, y tiene asegurada su existencia sin sobresaltos –siempre que refrenden sus discursos con lupa–, en ausencia de una cultura republicana vigorosa y organizada, no procesista, no sustentada en símbolos, declaraciones y banderitas. Cumple, además, una función. El rey aludió a ella en su discurso, al referirse varias veces a “nuestro sistema de convivencia democrática”. Nuestro sistema de convivencia etc. es el enfrentamiento, disciplina en la que la monarquía participa de forma absoluta y vigorosa. No sometiéndose, por ejemplo, a valores éticos más allá de los 15’ minutos en los que se insiste, periódicamente, en lo contrario.


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