EL REY CORRUPTO Y LA MONARQUÍA PODRIDA
DAVID BOLLERO
Son ya muchas las noticias que hemos investigado y destapado en las que se evidencia que las actividades de Juan Carlos de Borbón distan mucho de un comportamiento ejemplar. Por eso, el Gobierno tiene que retirarle ya este título honorífico que le concedió en 2014 el Ejecutivo de Rajoy.
Ayer conocíamos que Juan Carlos I, que por decisión del Gobierno conserva el título de rey (emérito), es corrupto. Moralmente, sabíamos que revuelve las entrañas por mucha presunción de inocencia que se mantenga, pero desde ayer el Borbón mismo se encargó de reconocer que cometió un delito fiscal y, para vergüenza de cualquier demócrata, nuestro presidente Pedro Sánchez no tuvo el coraje de señalar su comportamiento mezquino.
La regularización
fiscal del emérito supone el reconocimiento de que entre 2016 y 2018 robó a
toda España. Cometió un delito, aunque acogiéndose al derecho que tiene
cualquier contribuyente, no será juzgado por ello. Esta reflexión es a la que
se aferran sus defensores, desde la derecha a la extrema-derecha y los que
dicen ser de izquierdas, como el PSOE.
Sin embargo, el
asunto tiene trampa: que Juan Carlos I haya tenido la posibilidad de
regularizar su situación fiscal se debe al hecho inaudito de que la fiscalía no
lo hubiera imputado pese a que la prensa ya había realizado la investigación,
el trabajo que la Justicia no hace, y el delito era público. ¿Se imaginan algo
parecido con un ciudadano o ciudadana de a pie?
La irritación que
provocaba el modo en que el Gobierno tira balones fuera para seguir protegiendo
al monarca ha pasado a la crispación, a la indignación y a la vergüenza. Desde
la óptica ética y sin ni siquiera mancillar la presunción de inocencia sobre la
larga lista de corruptelas que se ciernen sobre el Borbón, conocer su adulterio
continuado y patológico y que él mismo admitiera su elusión de impuestos
recurriendo a paraísos fiscales hacen de Juan Carlos I un personaje
nauseabundo, cuya imagen no mejora con el barniz de la Transición aplicado
sobre el favorito de Franco.
Pedro Sánchez y,
por tanto, el Gobierno continúan fieles a su hipocresía, mirando para otro
lado, cobardes sin tener el cuajo de admitir que nuestra monarquía está
podrida. Juan Carlos I forma parte esencial de nuestra monarquía parlamentaria,
su pasado y presente como emérito así lo atesoran. A pesar de ello, Sánchez
continúa con su ejercicio de cinismo, hablando de llegar hasta al final de la
investigación del emérito al tiempo que en el Congreso veta cualquier intento
de arrojar transparencia sobre la monarquía.
En mitad de la
ciénaga en que se ha convertido la Casa Real, Felipe VI calla, como siempre ha
callado en cualquier tema espinoso que se le presenta, como las ansias
golpistas del fascismo latente en nuestras Fuerzas Armadas. Su padre hace gala
de su bajeza moral y sensación de impunidad y pretende volver a España por
Navidad, lo que sin duda le deparará merecidísimo abucheo.
Pedro Sánchez se
aferra a la narrativa de que "la monarquía no está en peligro" del
mismo modo en que por las fechas que se aproximan el niño que crece niega que
los Reyes Magos son los padres, pero lo cierto es que la voladura controlada de
esta institución está teniendo lugar desde dentro y, cuanto más lo niegue,
mayor descontrol tendrá esta explosión en mil pedazos.
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