¿PERROS CALLEJEROS O LA VIDA
TE DA SORPRESAS?
QUICOPURRIÑOS
Sí, esos los mil leches, los abandonados, los que fueron
olvidados y maltratados por personas indignas de tenerlos. Los que terminaron
en un refugio cualquiera, los que tuvieron la mala suerte de nacer, crecer o
vivir en lugares o con gente equivocada, sin que culpa tuvieran. Tan solo mala
fortuna. El destino les llevó, a esos “cuatropatas”, por esos derroteros.
Y sí, son los que si los adoptas, después de una semana con el rabo entre las piernas y sin atreverse a decir ni ¡ guau! , empiezan a mover la cola, una vez que han comido caliente todos los días. Y entonces se convierten en un ser indispensable en tu vida ya integrados en casa, como un miembro más de la familia a la que llegaron para quedarse. Eso me pasó con Hansel, mi Sr. Hansel, ese que mi hija adoptó en un refugio de El Sauzal un día cualquiera. Y eligió al más desnutrido del grupo, sin casi pelo, triste y flaco, el que luego, como el patito feo, se convirtiera en cisne. Hansel pasó, de paria a señor. Y cuanta alegría nos brindó mientras vivió a nuestro lado. Cuánto cariño y cuanto agradecimiento mostró. Y solo por brindarle afecto.
Con los perros
callejeros de la calle pasa igual. Los de dos patas. Los que vagan con mirada perdida,
medio sucios, algunos, otros no, pero con mirada perdida. Y los hay de todo
claro. Los que con educación piden para un café. Los que tan sólo miran y los
mal educados también. Esos últimos, parias eres y lo serás, porque no pones
nada de ti, y cierto nadie te obliga, pero a mí tampoco si esa es la actitud.
Pero los hay otros
u otras que son diferentes. Esos que nada piden pero te nace invitarlos a un
café. Y entonces, al compartir, se convierten en fiel escudero tuyo. Esos a los
que ni sabes cómo se llaman pero ellos sí conocen tu nombre, y te defienden sin
que tú lo sepas, pues te has convertido, si saberlo, en alguien importante para
ellos.
La Navidad te da
sorpresas, como sorpresas te da la vida que cantaba Rubén Blades.
El otro día, esa
que recogía y recoge colillas por la calle, eso sí impecablemente vestida con
la ropa regalada por las monjitas de la calle de La Noria, estando sentado yo en
una terraza cualquiera de Santa Cruz en unión de un amigo, se plantó en nuestra
mesa, y se dirigió a nosotros, diciendo: No vengo a pedir nada. Vengo a
desearla a este Sr. (a mí) Feliz Navidad, porque, cuando me ve cogiendo una
colilla del suelo, la pisa en mis narices y me dice no. Y luego me da un
cigarro o dos. Y por eso lo quiero mucho y le deseo Feliz Navidad. Lo quiero
mucho, me dijo, esa, la que recoge colillas. Y se fue, calle abajo feliz y
contenta.
Pues más contento
me quedé yo, que todavía tengo la fortuna de comer caliente a diario y dormir
bajo techo propio, al recibir el afecto y el cariño de la que día a día se
busca la vida en la calle.
Y es que, no sólo
en Navidad, la vida te da sorpresas.
quicopurriños, 29/12/2020
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