sábado, 19 de diciembre de 2020

JUAN CARLOS DE ARABIA

 

JUAN CARLOS DE ARABIA

DAVID TORRES

Al rey Juan Carlos nunca le han faltado excusas para hacer lo que le da la real gana, es un hecho. Cualquier motivo era bueno para alejarse de la familia y, sobre todo, de su mujer, desde una cacería de elefantes en África a una regata de yates por el Mediterráneo. De cualquier modo, siempre regresaba a casa por Navidad, a comer el turrón y cumplir puntualmente con el coñazo del discurso de Nochebuena, ése que nos endosaba desde casi todas las cadenas con diversas recomendaciones morales y políticas: que si esto, que si lo otro, que si ETA, que si aquella, que si Cataluña, que si lo de más allá. Que fuéramos muy españoles, en definitiva, una cualidad que, visto su ejemplo, consiste en defraudar a Hacienda, viajar mucho, comer bien, cobrar comisiones bajo cuerda y mantener barraganas de lujo bajo el peculio público.

 

A pesar de ser una especie protegida -como los elefantes, los osos ebrios y demás animalitos que se le ponían a tiro- no se sabe muy bien por qué se abrió la veda contra el rey Juan Carlos poco antes de su abdicación. Ahora ya le disparan perdigonadas desde la fiscalía suiza, desde Hacienda, desde la prensa extranjera, desde la española incluso, y el hombre ha tenido que ir a refugiarse a Abu Dabi, entre jeques y camellos: no se descarta que acabe protagonizando un remake de Lawrence de Arabia. Según la tradición, más o menos de por ahí venían los Reyes Magos, sobre los cuales había serias dudas de que fueran reyes y también magos, en cualquier caso astrólogos a quienes guiaba una estrella, otra costumbre monárquica que el rey sigue a rajatabla cuando se orienta por la guía Michelin a través de la oferta de los mejores hoteles y restaurantes de cada zona.

 

Lo cierto es que el rey Juan Carlos pretendía regresar a España en estas fechas tan entrañables para llenarnos una vez más de orgullo y satisfacción, pero la maldita pandemia del covid-19 se lo ha impedido, aunque tampoco está muy claro exactamente por qué. Por una parte, él mismo ha declarado que prefiere su residencia actual por tratarse de una persona de alto riesgo, algo que los españoles ya sabíamos desde mucho antes de que a los chinos les diera por comer bocatas de murciélago. Por otra parte, ayer mismo el diario Ara publicaba una exclusiva según la cual el monarca se hallaba ingresado en la clínica Cleveland de Abu Dabi después de dar positivo por coronavirus. La información fue desmentida de inmediato desde la Zarzuela en un breve comunicado y el comunicado fue rápidamente puesto en cuarentena por La Vanguardia, que confirmaba que días atrás, en efecto, el rey emérito estuvo ingresado en dicha clínica, aunque se desconocen los motivos concretos de su hospitalización. Del rey Juan Carlos lo normal es desconocerlo casi todo hasta que poco a poco se va conociendo, más o menos al ritmo que la porquería ensucia los periódicos y se nos va cayendo la venda de los ojos.

 

Afortunadamente, la monarquía borbónica cuenta siempre con recambios y el rey Juan Carlos dispone desde hace años de un doble de acción que lo sustituye en la difícil tarea de reinar y dar cada Nochebuena el latazo navideño. También se ignora si ha pasado la enfermedad, si tiene los anticuerpos o si van a ponerle la vacuna, ya que venía vacunado de fábrica gracias un artículo de la Constitución, uno tan inverosímil que las farmacéuticas no se hacen cargo. No ha sido testado todavía más que en dictaduras sanguinarias y monarquías bananeras, pero mejor no ha podido funcionar.


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