¿POR QUÉ PROTESTAN?
ÁNGEL
GUERRA
A raíz de la
extensión por gran parte la geografía nuestro americana de radicales protestas
sociales, a veces gigantescas, los llamados expertos en los medios hegemónicos
tratan de encontrarles una explicación. Que la desigualdad y la pobreza son
asignaturas pendiente en América Latina y el Caribe, que la llamada clase
política está divorciada de la población, que existe un déficit democrático,
que no hay un robusto sistema institucional y ello favorece la corrupción y la
impunidad, que la generalizada falta de oportunidades de estudio y trabajo para
los jóvenes crea gran inconformidad; que las nuevas tecnologías de la
información han interconectado al planeta, hecho que crezca la expectativa de
vivir mejor y que existe una incapacidad de los gobiernos para satisfacerla.
En
realidad, todos estos problemas existen y originan grandes injusticias o
conflictos, pero son efectos, indudablemente perniciosos, generados por otros
problemas mayores de tipo estructural. Se insiste en la imposibilidad de llegar
a un diagnóstico general sobre lo que está ocurriendo. Es cierto que hay
problemas diversos. Cada país tiene problemáticas particulares que requieren
recetas propias para su solución. Pero eso no significa que no haya flagelos
estructurales que sufren por igual países como México, Haití, Honduras,
Colombia, Chile, Perú, Argentina, por solo mencionar aquellos donde
recientemente los pueblos se han rebelado contra el estado de cosas existente,
haya sido mediante el voto -México y Argentina- o con enérgicas manifestaciones
en las calles en reclamo de sus derechos humanos y en repudio al sistema
dominante que los conculca.
¿Por qué protestan?
El grave problema
metodológico que tiene achacar solo a los mencionados problemas el drama de los
pueblos latino caribeños es que obvia el primerísimo y más acuciante dato que
yace en su origen: la subordinación de nuestras economías, finanzas, tecnología
y modelos políticos al sistema mundial de dominación del imperialismo,
capitaneado por Estados Unidos. Ello tiene un correlato inmediato en la
aplicación a las naciones de Nuestra América de los patrones de acumulación
capitalista vigentes en cada etapa histórica. Es necesario insistir en que,
desde que fuera impuesto en los setenta a sangre y fuego en el Chile de
Pinochet, este patrón de acumulación es el modelo neoliberal, rápidamente
extendido y aplicado con particular crudeza en las décadas siguientes en
nuestra región, con excepción de Cuba, donde Fidel y su pueblo se negaron
rotundamente a aceptarlo. Otro correlato es la ola fascistizante mundial que
emana de la crisis de hegemonía de Washington y su temor a dejar de ser el
hegemón único. El neoliberalismo implicó, e implica, un saqueo descomunal del
fruto del trabajo de nuestros pueblos mediante
el cobro de la deuda externa; la privatización entre amigochos de las empresas
y bienes públicos; la dictadura del
Fondo Monetario Internacional sobre las economías y la vida de las personas,
reforzado por el sofisma de la independencia de los bancos centrales; el libre
flujo de capitales especulativos, que ha arrasado reiteradamente economías
nacionales; el achicamiento y privatización de las dependencias gubernamentales
anteriormente dedicadas a servicios públicos, mientras crecen desmesuradamente
las fuerzas de seguridad y sus presupuestos; la socialización de las pérdidas
del capital, ergo el “rescate” de los bancos; la contención salarial y la
privatización de los fondos solidarios de pensiones, que ha conducido al
deterioro perenne de los ingresos de los trabajadores y de los jubilados; falta
de oportunidades de estudio y desempleo ascendente, que canceló la movilidad
social; desmantelamiento del campo, pérdida de la soberanía alimentaria,
entronizamiento de la comida chatarra y crisis galopante de salud pública.
Agresión sistemática a los ecosistemas por la minería, la agricultura intensiva
y los proyectos sin cuidado ambiental. En síntesis, se trata de una cada vez
mayor transferencia de riqueza hacia el 1 por ciento mediante un despojo sin límites
a la abrumadora mayoría y una agresión a la vida, humana y de las demás
especies.
Es esta tragedia de
grandes proporciones la que explica las explosiones sociales que como un
huracán recorren nuestra región, aunque también se prefiguran en los países
ricos. No es casual que la más extraordinaria, creativa y, ferozmente
reprimida, sea la chilena, allí donde supuestamente se logró el mayor éxito
económico y la democracia más madura. Pero la represión, cada vez más cruda, se
enseñorea donde quiera que hay insubordinación como ha ocurrido recientemente
en Ecuador, Colombia y Bolivia. Aunque Honduras sirvió de conejillos de Indias
de este cruel ciclo represivo desde el golpe de Estado contra el presidente
Zelaya. El caso de Bolivia es extremadamente escandaloso pues allí la rebelión
popular es contra un golpe de Estado fascista de manufactura estadounidense que
pretende cercenar el más exitoso modelo de desarrollo económico, justicia
social y democracia política de nuestra región.
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