lunes, 18 de noviembre de 2019

EL ARTE DE REBELARSE MEDIANTE EL OFICIO DE ESCRIBIR



EL ARTE DE REBELARSE MEDIANTE EL 
OFICIO DE ESCRIBIR
AGUSTÍN DÍAZ PACHECO
Una de las constantes históricas de la literatura podría consistir en aprehender la realidad o partir de ella para subvertir no sólo lo que acontece; y es que a través de erigir cuentos y novelas también se proclama otro discurso narrativo, diferente sensibilidad, distinto apoyo ético. He aquí el caso del escritor Víctor Ramírez, una de las voces narradoras más singulares y fecundas de la literatura canaria. Es aquí donde él ha ido roturando su tenaz trayectoria y las circunstancias, situando apuntes críticos relativos a su ya holgada obra literaria; de manera tal que Víctor Ramírez es un obligado referente de nuestra cultura, una pieza clave como puntal que es de la narrativa de nuestras islas.



     Su más reciente entrega, De aquella zafra, ahora reeditada (1), avala su quehacer literario, el de un hombre vitalista que se ha vuelto experto en tomarle resueltamente el pulso a la realidad. Lo hace una vez más con esta novela, un texto coral, en el que se recoge la tradición oral, que no folklórica, de sectores de nuestra sociedad, y en tal sentido, de esos espacios en los que el mundo rural y el urbano se dan la mano, se tornan mestizos, se entroncan y hasta se emparentan. Él lo hace no sólo a través de sus sobrados recursos estilísticos, sino también ratificando una toponimia que se reafirma doblemente por cuanto es existente. Es en De aquella zafra donde Víctor Ramírez demuestra su sobrada capacidad para inscribir en su novela una variada gama de registros propios del habla común, bien significativa en áreas de la sociedad isleña. Igualmente, destaca a la isla como un espacio limitado a la vez que en algún modo resulta laberíntico; tengamos en cuenta que la incomunicación queda definida como reductos, islas dentro de una isla, paradoja que él sabe descifrar.

      Este escritor que nos entrega esta novela, es, por así decirlo, el maestro ejecutor de una heterodoxa a la vez que afortunada sintaxis, y exquisitamente peculiar. Sabe otorgarle carta de naturaleza literaria al microuniverso coloquial, protagonizado por ese amplio coro que en la novela ya aludida eleva o baja la voz. También se ocupa de tangenciales autorreferencias, y es que junto a Víctor Ramírez aparece el también escritor Rafael Franquelo. En su obra despunta el humor y la ironía y se alzan las referencias de orden histórico-político o al menos dejan sobrada huella. Lo hace en una intertextualidad en la que en ocasiones –y dada la aparición de Víctor Ramírez y Rafael Franquelo, por ejemplo- roza con lo que los anglosajones denominan the play in the play, una suerte de habilidad literaria para referirse a lo que doblemente traducido no es más que el juego en el juego. Esta construcción de la realidad  y a la que también podríamos referirnos como reconstrucción simbólica de una realidad presente pero acallada, se sitúa epicentralmente en De aquella zafra, transformándose la susodicha reconstrucción en exponente verídico que se entrecruza entre el oficio de observar lo que acontece y el oficio de imaginar cómo establecer un discurso literario. Es esta dualidad la que convierte a Víctor Ramírez en un consumado escritor que atiende a una peripecial sociedad como lo es la canaria, la misma que marca y persevera en su cuasiagónico contrapunto, la que atiende a mujeres y hombres situados en arriesgadas líneas existenciales, en ocasiones expresadas como la conocida angustia existencial y que él redefine como la ahitera vital. Entonces, no sólo nos conduce por determinados territorios físicos sino que nos desvela situaciones donde el comportamiento de las personas tiene por origen la marginalidad.
     La nuestra es una sociedad paradójica y contradictoria, donde la línea punta del CD choca con el gofio. Porque junto a bien conocidas concentraciones urbanas, donde el ocio es codiciado y se sabe rentabilizar determinadas pasiones, llegan a sobrevivir  -en los cinturones pespuntados por la miseria-  miles de hombres, mujeres, niños y ancianos.
Es ahí, precisamente, donde el arte de Víctor Ramírez consiste en rebelarse mediante el oficio de escribir, capta lo que sucede en muchos de nuestros entornos, en los barrios deprimidos que se alzan como vergonzosas cordilleras y en los cuales poder tomarle el pulso a las personas, a multitud de seres convertidos en simples números de una estadística millonaria en cifras y empobrecida, rozando la miseria, dada la falta de sensibilidad y de justicia. En esos barrios, que en muchas zonas del planeta son calificados zonas de favelas o de bidonvilles, se eleva una cada vez más creciente geografía constrictiva que eufemísticamente recibe el superficial título de barrios periféricos.
     Víctor Ramírez deshace la conjura, o al menos lo intenta, al igual que otros escritores y creadores –bien en sus cuentos, novelas o artículos periodísticos- de Canarias, provistos de un saludable grado de conciencia social. Y al pasar las páginas De aquella zafra, nos hace llegar voces enraizadas en la jerga popular, en los tradicionales diálogos, en los acusatorios índices y en la premeditada desmemoria de la mayor parte de una abyecta clase política. Nos encontramos, pues, con una novela coral, un texto polifónico en el que encuentran neta presencia palabras y giros populares, sueños soñados y despiertas pesadillas diurnas. No es otro que el Cuarto Mundo, el que a través de la narrativa, y en este caso mediante el escritor Víctor Ramírez, es como un aldabonazo entre tanto silencio acordado y una cobarde ceguera que se ha puesto de acuerdo para pactar el olvido.
(1) De aquella zafra, Víctor Ramírez, Anroart Ediciones, S.L., 247 páginas, Las Palmas de Gran Canaria, 2009.         

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