‘CHERCHEZ’ LA PASTA
ANÍBAL MALVAR
La posibilidad de
ver a Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros está llevando a nuestros
periódicos tradicionales por unas sendas semánticas que amarillean de
nostalgias imperiales y tufillo a NO-DO. Defendía El Mundo esta semana la gran
coalición PP/PSOE con blasones literarios cual este que os transcribo: «Esta
hora grave de España requiere altura de miras». Dan ganas de encaramarse a un
balcón de la Plaza de Oriente y pronunciarlas desde allí. Y continuar de esta
guisa, por ejemplo: «Españoles, gracias por vuestra adhesión y por la serena y
viril manifestación pública que me ofrecéis en desagravio a las agresiones de
que han sido objeto varias de nuestras representaciones diplomáticas y
establecimientos españoles en Europa, que nos demuestran, una vez más, lo que
podemos esperar de determinados países corrompidos». Ay, el Caudillo. Qué
huérfanos se han quedado los benedictinos del Valle.
El periódico que
dirige el siempre solemne Francisco Rosell insta a Casado a echarse en manos
del PSOE a pesar de que «Pedro Sánchez ha acreditado que no es de fiar», además
de su «falta de escrúpulos» y otras lindezas de parecido jaez. Pero es que «las
coyunturas extraordinarias exigen salidas extraordinarias». Da un poquito de miedo
la marcialidad de tono, ¿no os parece?
En La Razón –«hemos
defendido la idea de un gran pacto de Estado que incorporara a los dos grandes
partidos españoles»– le recriminan al pobre Pablo Casado (que todavía está
aprendiendo a volver a respirar) su silencio de estos días, el «no plantear
ante la opinión pública otras alternativas, que, si bien se reputan azarosas,
no son imposibles».
Se hace eco el
periódico de Planeta de «las quejas de antiguos dirigentes socialistas,
desolados», o sea, Felipe González, que ha llegado un poquito tarde al 15-M de
Sol a gritar el «no nos representan». A pesar de que el papel de huerfanito le
va mucho mejor a Íñigo Errejón que al locuaz jarrón chino, no deja de provocar
cierta ternura la soledad del viejo estadista sevillano. Y el cariño que le han
cogido ahora los viejos periódicos. Qué bien enterramos en España, que diría
Alfredo Pérez Rubalcaba.
ABC ya da la
batalla del gran pacto por perdida, y afila colmillos y adjetivos con una
fiereza dialéctica que, de tener que mantenerse durante cuatro años, les va a
terminar resultando muy cansina. No hay diccionario suficiente en la RAE para
enfrentar tanto oprobio. «El PSOE ha tenido que perder los más mínimos
escrúpulos constitucionales; comienza una etapa de demolición controlada;
homologar como socio de Gobierno a un partido eurófobo y antisistema como
Unidas Podemos, que llega al poder con la apariencia bondadosa con la que
siempre lo han hecho los partidos comunistas…», y en este plan.
Incluso El País,
desde su reconquistada cautela –Sánchez ya no es «un insensato sin
escrúpulos»–, nos desliza que «ninguna solución para Cataluña es posible
dejando al margen al Partido Popular», sin reparar en que, los que han dejado
al margen del asuntillo al PP, han sido los votantes catalanes.
Pero ahí permanece
el PP, con sus cajitas B y sus presos políticos (sic), convertido por
aclamación mediática unánime en conservador de las esencias que Podemos puede
poner en peligro. España, o sea.
Sería difícil de
cuantificar lo que se juegan los viejos periódicos si un gobierno realmente
progresista aborda una nueva ley de medios que persiga las mamandurrias que
mantienen vivas a estas viejas y gloriosas cabeceras, muchas en incesante
quiebra oxigenada. Quizá en este asunto esté la clave de tanta querencia por
una gran coalición, obviando que podría poner en juego la supervivencia del
mismísimo PSOE. Ha ocurrido en otros países europeos, donde el partido de la
rosa, tras amancebarse con la derecha, ya es solamente memoria histórica,
nostalgia. Cherchez la pasta, en resumen, queridinhos.
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