EL DEDO DE NADIA
GERARDO TECÉ
No fue capaz de
aguantarle la mirada. Fueron 50 segundos, pero a Ortega Smith le parecieron una
democracia entera. El ultraderechista que combina apellido de filósofo con
fabricante de pistolas se había plantado en primera fila de un acto sobre
violencia machista para negar, con un grupo de víctimas allí presentes, que tal
violencia existiera. Esto es –para que hasta un ultraderechista pueda
entenderlo– como ir a un entierro a mearte en la caja del muerto y pretender
que la familia te guarde respeto o si no, te enfadas. Si algo tiene el
fanatismo es la absoluta sensación de impunidad ante sus acciones. Si nada pasa
al ir a acosar a niños extranjeros a las puertas de su centro, ¿por qué iba a
pasar allí con las mujeres maltratadas? Por suerte, a veces, alguien decide
decir basta.
Quien lo decidió se
llama Nadia. Luchadora, mujer, extranjera, en silla de ruedas, le cantó las
cuarenta al atlético secretario general del partido ultra y este fue incapaz de
dirigirse a ella, de explicarle el argumentario ultraderechista, ese que dice
que ella no es una víctima de la violencia machista porque tal cosa no existe.
Por no ser capaz, Ortega Smith ni siquiera fue capaz de mirarla a los ojos
mientras ella le pedía que no jugase con el dolor de las mujeres. Pudimos ver
entonces –como en una cámara lenta– cómo quienes siembran odio se desmoronan y
acobardan cuando bajan del mitin y se enfrentan a la realidad a la que escupen.
La mirada de Ortega Smith parecía pedir una sola cosa: que la tierra –redonda,
según la dictadura progre– le tragase.
Lo más interesante
de la imagen, sin embargo, no es la escena en sí, sino lo que no está en la
escena. En la escena no están las más de mil mujeres asesinadas por la
violencia machista desde 2003 en España a las que los ultras un día desprecian
y al siguiente usan para pedir la cadena perpetua o la liberación de la manada,
según les cuadre el día. Tampoco están en la imagen quienes pactan con la
ultraderechita que desde el atril lanza la piedra y ante la víctima se
acobarda. En la escena no están los líderes de PP y C’s, dispuestos a blanquear
a los ultras, a sentarlos en la mesa del Congreso o a comprarles inventos como
el de la “violencia intrafamiliar” a cambio de sillones. Tampoco están en la
escena los millones de votantes de un partido que ha decidido hacer política
contra los más débiles y contra la diversidad. Esos votantes que se sienten
víctimas porque la realidad no es tan uniforme y gris como querrían. En
justicia, ese dedo levantado de Nadia no solo era para Ortega Smith. También
para ellos, para todos los que no estaban en la escena y deberían haber estado.
Y ese dedo, a propósito, tampoco es sólo Nadia, ni las mil asesinadas. Ese dedo
somos muchas personas. Bastantes más que los Ortega Smith de turno.
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